domingo, 28 de diciembre de 2008

Abro la espita del tiempo (un poema de Saiz de Marco)

Abro la espita del tiempo y oigo canciones de corro

oigo el rumor de unos niños jugando a olvidados juegos que sin embargo conozco

pero sobre todo oigo a alguien que dice mi nombre

alguien que me está llamando

que ahora repite mi nombre

mi nombre, sí, mi agrio nombre

me llama y luego “a cenar”

y oído en esa voz, mi nombre

se despoja de acritud e incluso se me hace

dulce.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Una nueva vida (un relato de José Luis García Martín)

Quiso empezar una nueva vida y se mudó a una remota ciudad en la que no le conocía nadie, pero de pronto, al verse reflejado en un escaparate, se dio cuenta de que no había servido de nada ya que le había seguido su mayor enemigo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

"Otro poema de los dones" (por Jorge Luis Borges)

Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio,
por Schopenhauer, que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego,
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos
y un epitafio de los vikings,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Y más tarde la lluvia (de un poema de Marga Clark)

Y más tarde la lluvia
salpicó mi tristeza en su dulce abandono
y cubrí mis heridas
con la suave ternura del papiro y del loto.
Y recordé esos versos de mi adolescencia
que tanto exaltaron mi espíritu inquieto:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Y respiré esa brisa que tú respirabas
y exprimí del junco la última gota que
alivió mi inquina y mi resquemor.
Y más tarde la lluvia inundó las arenas
y el cálido cactus se empapó de recuerdos.
Miré tu mirada
enjuagando mi rostro con tus lágrimas frías
y sentí la agonía de tu muerte en la mía
como si fuera amor.
Y sentí tu agonía
tu muerte y la mía
y sentí tu mirada
como si fuera amor.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Una colección de muertos (por Lorenzo Silva)

Con el tiempo vamos acumulando personas que hemos sido y luego hemos dejado de ser. Al llegar a cierta edad, somos tanto el que en ese momento vive como una colección más o menos larga de muertos.

La Muerte (por Riszard Kapuscinski)

Está aquí al lado
anda por aquí
no para de dar vueltas
siempre en movimiento
con su propia lista de direcciones

Tiene un corazón fuerte
no se queja del cansancio
no se deprime
no tiene tiempo para la hipocondría

un dechado de salud

Tiene una vista perfecta
no se puede contar con que no se dé cuenta
tiene una memoria formidable
no hay que esperar que puede que se olvide

es aplicada
se concentra
es muy precisa

la perfección desde todos los puntos de vista.

Alrededor, tú... (un poema por Saiz de Marco)

Alrededor

me estirabas
me reducías
me sujetabas
me sacudías
me agrandabas
me retorcías
me alineabas
me movías

Me hacías y rehacías a tu
antojo y capricho

Eras tú
Alrededor
el que decidía todo

Y era yo
Alrededor
era yo nada más que
un muñeco
en tus manos

jueves, 18 de diciembre de 2008

Página en blanco (un poema de Mario Benedetti)

Página en blanco
aquí te dejo todo
haz lo que quieras
Yo me echaré una siesta
Ojalá me despiertes
con algo original
y sugestivo
para que yo lo firme

miércoles, 17 de diciembre de 2008

SI (Un poema de Wislawa Szymborska)

Si las cosas hablaran...
pero si hablaran, también podrían mentir.
Sobre todo las más corrientes y poco apreciadas,
para llamar finalmente la atención.
Da pánico pensar
qué me diría tu botón descosido,
y a ti, la llave de mi puerta,
esa vieja mitómana.

Pulcramente escritas (un poema de Saiz de Marco)

Sin discordancias
en correcta sintaxis (sujeto, verbo, predicado)
con jerga ordenancista y puntuación académica
mandaban
acallar otras voces
someter otras razas
invadir territorios
practicar exterminios…

Aunque lo que mandaban era sucio
lo ordenaban en leyes muy pulcramente escritas
con cuidadas palabras
con lenguaje esmerado
y las comas en su
sitio.

martes, 16 de diciembre de 2008

Las añoranzas, sueños color del tiempo (por Marcel Proust)

La ambición embriaga más que la gloria; el deseo florece, la posesión marchita todas las cosas; es mejor soñar la vida que vivirla, aunque vivirla sea también soñarla, pero menos misteriosamente y a la vez menos claramente, en un sueño oscuro y pesado, semejante al sueño difuso en la débil conciencia de los animales que rumian. Las obras de Shakespeare son más bellas vistas en el cuarto de trabajo que representadas en el teatro. Los poetas que han creado a las enamoradas imperecederas no han conocido, en muchos casos, más que vulgares criadas de mesón, mientras que los voluptuosos más envidiados no saben en absoluto concebir la vida que llevan, o mejor dicho que los lleva. Conocí a un niño de diez años, de salud enclenque y de imaginación precoz, que había puesto en una niña mayor que él un amor puramente cerebral. Se pasaba horas en la ventana para verla pasar, lloraba si no la veía, lloraba más aún cuando la había visto. Pasaba con ella muy raros y breves momentos. Dejó de dormir, de comer. Un día se tiró por la ventana. Al principio creyeron que le había decidido a morir la desesperación de no estar nunca junto a su amiga. Pero se supo que, por el contrario, acababa de hablar mucho tiempo con ella y que había estado muy amable con él. Entonces se supuso que el muchacho había renunciado a los días insípidos que le quedaban por vivir después de aquel embeleso que quizá nunca más se repetiría. De las frecuentes confidencias que hiciera en otro tiempo a un amigo se dedujo que sentía una decepción cada vez que veía a la soberana de sus sueños; pero en cuanto ella se alejaba, la fecunda imaginación del muchacho devolvía todo su poder a la niña ausente, y tornaba a desear verla. Cada vez intentaba atribuir a la imperfección de las circunstancias la razón accidental de su decepción. Después de aquella entrevista suprema en la que, con su fantasía ya hábil, había llevado a su amiga hasta la alta perfección de la que su naturaleza era capaz, comparando atribulado esta perfección imperfecta con la perfección absoluta de la que él vivía, de que él moría, se tiró por la ventana. De la caída se quedó idiota y vivió mucho tiempo, conservando de aquélla el olvido de su alma, de su pensamiento, de la palabra de su amiga, con la que se encontraba sin verla. La muchacha, pasando sobre súplicas y amenazas, se casó con él y murió varios años después sin haber logrado que la reconociera. La vida es como esta muchacha, la soñamos y la amamos por soñarla. No hay que intentar vivirla: se arroja uno, como el muchacho, en la necedad, no de una vez, pues en la vida todo se va degradando por matices insensibles. Pasados diez años, no reconocemos nuestros sueños, renegamos de ellos, vivimos como un buey, para la hierba que podemos pacer al momento. ¿Y quién sabe si de nuestras nupcias con la muerte podrá nacer nuestra consciente inmortalidad?

(incluido en "Los placeres y los días".)

lunes, 15 de diciembre de 2008

El día que has perdido (un poema de Riszard Kapuscinski)

El día que has perdido
ya no lo recuperarás
el mundo ha seguido adelante
te has quedado atrás
tienes vacías las manos
y los ojos vacíos

Sentado en el parque
en un banco
observas una hormiga
pero también está ocupada y se va
te has quedado solo
nadie hay a tu alrededor

viernes, 12 de diciembre de 2008

Chopin (un poema de Marcel Proust)

Chopin, mar de suspiros, de quejas, de sollozos
que mariposas cruzan en un vuelo sin tregua
jugando en la tristeza o danzando en la ola.
Sueñe, ame, sufra, grite o calle, encante, meza,
entre cada dolor siempre interpones
el raudo y dulce olvido de tu juego
como de flor en flor las mariposas vuelan.
Cómplice tu alegría de tu pena.
A raudal más gozoso, mayor la sed de lágrimas.
Pálido y dulce hermano de la luna y del mar,
príncipe del dolor, gran señor traicionado:
te exaltas todavía, más bello cuanto más pálido,
ante ese sol que inunda tu habitación de enfermo
que llora de sonreírle y que sufre de verle:
¡ sonrisa de pesar, lágrimas de esperanza !

jueves, 11 de diciembre de 2008

De las "Meditaciones" de Marco Aurelio

La naturaleza del conjunto universal, valiéndose de su sustancia como de una cera, modeló ahora un potro; después lo fundió y se valió de su materia para formar un arbusto; a continuación un hombre; y más tarde otra cosa. Y cada uno de estos seres ha subsistido muy poco tiempo. Pero no es ningún mal para un arca ser desarmada ni tampoco ser ensamblada.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La niña se fue al cementerio (por Carlos Fuentes)

La niña se fue al cementerio con la pistola de su papá que
la abusaba la pistola era más negra y más dura que la verga
del padre ojalá así lo entendiera él después de que la
niña se pegara un tiro en la cabeza y después
(igual que en las películas)
se levantara resucitada
(igual que el pato lucas el correcaminos el pájaro
loco y el gato tom que cae de un rascacielos se
estrella contra una montaña lo hacen acordeón
lo hacen tortilla lo hacen caca y siempre
resucita toma su forma de siempre persigue
persigue persigue al ratoncito jerry)
igual que en las películas
a decirle qué tal viejo jijo creías que no era capaz de
suicidarme suicidarme
mírame muerta y escarmienta papacito y no castigues a tu
niña porque rompió el florero y se colgó del toallero
y no se pelién más papá y mamá porque entonces papá entra
echando humo por las narices y babas por la boca a vengarse
conmigo del pleito con mamá
ya no se pelién porque juro que me tiro de lazotea
ya no me desesperen papimami
¿creen que soy de palo?
toco mi piel me pellizco siento ¿no saben que siento?
somos cuatrocientos niños suicidas cada año en la Rep[ública] Mex[icana]
¿a que no lo sabías?

Fuerza desconocida (por Vicente Aleixandre)

Todo tú, fuerza desconocida que jamás te explicas.
Fuerza que a veces tentamos por un cabo del amor.
Allí tocamos un nudo. Tanto así es tentar un cuerpo,
un alma, y rodearla y decir: “Aquí está” y repasamos despaciosamente,
morosamente, complacidamente, los accidentes de una verdad que únicamente por ellos se nos denuncia.
Y aquí está la cabeza, y aquí el pecho, y aquí el talle y su huída,
y el engolfamiento repentino y la fuga, las dos largas piernas dulces que parecen infinitamente fluir, acallarse.
Y estrechamos un momento el bulto vivo.
Y hemos reconocido entonces la verdad en nuestros brazos, el cuerpo querido, el alma escuchada,
el alma avariciosamente aspirada.
¿Dónde la fuerza entonces del amor? ¿Dónde la réplica que nos diese un Dios respondiente,
un Dios que no se nos negase y que no se limitase a arrojarnos un cuerpo, un alma que por él nos acallase?
Lo mismo que un perro con el mendrugo en la boca calla y se obstina,
así nosotros, encarnizados con el duro resplandor, absorbidos
estrechamos aquello que una mano arrojara.
Pero ¿dónde tú, mano sola que haría
el don supremo de suavidad con tu piel infinita,
con tu sola verdad, única caricia que, en el jadeo, sin términos nos callase?
Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,
panes, azotes, cólera, vida, muerte:
todo lo derramas como una compasión que nos dieras,
como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes nos brilla
un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco del resplandor,
y comemos.
Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y callamos.
Y hasta admiramos: cantamos. El amor es su nombre.
Pero luego los grandes ojos húmedos se levantan. La mano
no está. Ni el roce
de un vestido se escucha.
Sólo el largo gemido, o el silencio apresado.
El silencio que sólo nos acompaña
cuando, en los dientes la sombra desvanecida,
famélicamente de nuevo echamos a andar.

¿Qué vine a hacer aquí? (por Saiz de Marco)

¿Qué vine a hacer aquí
en el museo arqueológico del tiempo evadido,
en el recinto fósil de los días excavados,
si ya no queda el afán
ni las voces
y ni siquiera yo soy
el mismo?

¿Qué vine a hacer en este
teatro de la añoranza
donde sólo subsisten decorados, muebles,
donde no sobrevive más que
el escenario?

martes, 9 de diciembre de 2008

Entre dos oscuridades, un relámpago (por Vicente Aleixandre)

Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos oscuridades, un relámpago.
Y alli, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos crezcamos.
Con humildad, con tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una compañia,
allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida,
el instante de darse cuenta entre dos infinitas oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros
sus grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo brilla
la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña
que el viento furioso muerde,
viento que viene de las hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada,
sentimos las arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿ verdad ? En una larga noche, sin saberlo,
las hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos,
con un invisible rostro cansado desde el origen
las hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si
acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás
de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada,
un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañia, mi sola seguridad,
mi reposo instantáneo,
mi reconocimiento expreso donde yo me siento
y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia
- oh, cómo la siento -.
Y un momento dormir sobre tu pecho
como tú sobre el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira
y con piadosa luz nos cierra los ojos.

La construcción del yo (por Francisco Mora)

El reconocimiento de mi yo o “sí mismo” es un acto supremo de la conciencia. El yo y su reconocimiento es la construcción funcional que nos diferencia del resto del mundo y crea la individualidad… La construcción del yo se hace en nuestro cerebro en un proceso que se actualiza todos los días en el contacto de nuestro cuerpo con el mundo y con la identidad cambiante de nosotros mismos al mirarnos cada mañana al espejo. En él, en el espejo, contemplamos el rostro cambiante que nos identifica, nos aísla y nos da individualidad respecto a otra cosa o individuos y nos da esa identidad inconfundible para nosotros y los demás. Pero también cuando todos los días contemplo, conscientemente o no, mi cuerpo desnudo en la ducha, mis manos y las respuestas conductuales de los demás sobre mí mismo y mi cuerpo… Mi yo de hoy difiere de modo importante de mi yo de hace treinta años. Mi identidad como yo, que parece persistir sin embargo a lo largo del tiempo, es realmente una actualización constante y consciente (…también inconsciente) de todas las percepciones que recibo de mí mismo cada minuto, cada día, en el marco de mis percepciones anteriores. Posiblemente esa actualización sólo descansa durante las siete horas de sueño. Y es a la mañana siguiente, cuando me levanto y me miro por primera vez al espejo, que retorno mi yo y mi constante e incansable reactualización de mí mismo. Enmarco cada pensamiento, cada sentimiento, cada arruga nueva de mi cara y de mi cuerpo en una constante actualización y cambio de mi cerebro que además soy yo… Eso hace que exista el “fantasma” de mí mismo.

Lejos estás, padre mío (por Vicente Aleixandre)

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura
tomé vida, y aquel fulgor sereno
se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.

Bajo la frente poderosa, mundo entero de vida,
mente completa que un humano alcanzara,
sentí la sombra que protegió mi infancia. Leve, leve,
resbaló así la niñez como alígero pie sobre una hierba noble,
y si besé a los pájaros, si pude posar mis labios
sobre tantas alas fugaces que una aurora empujara,
fue por ti, por tus benévolos ojos que presidieron mi nacimiento
y fueron como brazos que por encima de mi testa cernían
la luz, la luz tranquila, no heridora a mis ojos de niño.

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como la luz que pasa por las crestas radiantes
donde reina el azul de los cielos purísimos.

Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad, que tocaba
luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergí
de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti, porque tú fuiste padre
diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo
la hierba misma intacta: pisé leve, estrené brisas,
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, mundo frío, tú sólo.

Hasta la orilla del mar condujiste mi mano.
Benévolo y potente tú como un bosque en la orilla,
yo sentí mis espaldas guardadas contra el viento estrellado.
Pude sumergir mi cuerpo reciente cada aurora en la espuma;
y besar a la mar candorosa en el día,
siempre olvidada, siempre, de su noche de lutos.

Padre, tú me besaste con labios de azul sereno.
Limpios de nubes veía yo tus ojos,
aunque a veces un velo de tristeza eclipsaba a mi frente
esa luz que sin duda de los cielos tomabas.
Oh padre altísimo, oh tierno padre gigantesco
que así, en los brazos, desvalido, me hubiste.

Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una hierba triste,
heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia,
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso de una sombra amorosa,
por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.
Oh padre frío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte
tú vives y me amas. Que un vigor poderoso,
un latir, aún revienta en la tierra.
Y que unas ondas de pronto, desde un fondo, sacuden
a la tierra y la ondulan, y a mis pies se estremece.

Pero yo soy de carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy,
solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente te imitan.

Podemos caer tan bajo (por Saiz de Marco)

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, esclavizar a otros,
reducirlos a cosas,
a objetos que se compran, se venden y se humillan.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, crucificar a algunos,
colgarlos de una tabla,
dejar que lentamente sucumban de hambre y sed
y, mientras agonicen, les picoteen los cuervos.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, hacer arder a un hombre por decir
que la Tierra no es el centro de nada
o
que cada uno puede elegir en qué cree.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, crear fábricas de muerte
con tuberías de gas en campos de exterminio.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, arrojar una bomba,
causar un estallido con hongo nuclear
y así 100.000 cadáveres de un solo fogonazo.

Sí, hay que estar siempre alerta,
andar con mucho tiento
porque en cualquier segundo podemos caer
muy bajo,
podemos desplomarnos,
en caída libre hundirnos hasta el
fondo del fondo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Hacia el olvido (por Miguel Calvo Morillo)

Como gorriones ateridos
se me han muerto en las manos
un puñado de palabras.

Se me han muerto
trillo, barcina, bieldo, narria.

Se me están muriendo
asno, carbón, cal, cencerro.

Apenas si respiran
alhóndiga, algibe, alcuza, albarda.

Quizá hoy se me mueran
amistad, amor, entrega, sacrificio.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Hablar (por Javier Marías)

Si algo hacen o hacemos todos que no sea una estricta necesidad fisiológica, si algo nos es verdad común en tanto seres con voluntad, eso es hablar... El hombre más sabio del mundo hablará con mayores orden y propiedad y precisión, y con mayor provecho para sus oyentes tal vez... Pero no necesariamente hablará más ni con mayor soltura que el ama de casa semianalfabeta que no calla en todo el día un segundo... El hombre más viajado del mundo podrá contar infinitas historias amenas y maravillosas, incontables anécdotas y aventuras de países inauditos, remotos, exuberantes y peligrosos. Pero no necesariamente hablará más ni con mayor desparpajo que el tabernero rudo que nunca ha salido de detrás de su barra y sólo ha visto en su vida las veinte calles y el par de plazas de que se compone su aldea recóndita.

Llueve en silencio (por Fernando Pessoa)

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. Reniego de mí (de este que soy)...
Tan dulce es de escuchar esta lluvia
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, sino sólo un susurrar
que al crecer se olvida a sí mismo.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, no hay cielo que sienta.
Llueve lejana e indistintamente
como una cosa cierta que nos miente,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada siente en mí...

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Preguntas de un obrero ante un libro (por Bertolt Brecht)

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a contruir otras tantas?¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?