viernes, 27 de febrero de 2009

Hay una aparente paradoja (un poema de Fernández Mallo)

Hay una aparente paradoja en todo esto:
el agua es transparente pero oscurece la ropa,
hacemos cola en el fast food
(graffiti-comida), nos gusta la Nocilla,
el café aguado, el aire
que revuelven tus dedos y no vuelve, la vista
de la calle a través del cristal manufacturado.
Nos gusta lo que, existiendo,
no existe,
comprar camisetas blancas y zapatos caros,
silbar aquella canción de Roxy
fue la señal, nos gusta, sobre todo,
pensar el cielo en la tierra,
saber que tenemos razón para que
nos traiga sin cuidado tenerla.
Nos gusta comprar discos repetidos
de Esplendor Geométrico, vivir
una manzana más abajo de la cabeza de Newton,
(llovió y no quiero secarte el pelo, árbol de navidad de agua)
nos inquieta la pregunta: por qué los aviones
toman tierra y no derrapan, por qué los libros
son más altos que anchos, por qué el amor
(solución de una ecuación irresoluble) finge
su existencia.
Sabemos que el firmamento es cavidad resonante
de mensajes que se perdieron, y de aquellos que nos llegan
el emisor ha muerto. Sabemos la contradicción
de guerra humanitaria, que gana
quien derrama más sangre y después escucha
(graffiti-concierto) a Bach en los escombros del patio,
yo mismo a veces creo haber defraudado tanto
que me entregaría al cuerpo de cualquiera,
a lo que es pura ruina y carencia
y como el agua oscurece.
Me muero por piratear esta noche
los 50 gigabytes de tus pezones,
y qué más da Punk No Dead que Opus Dei Forever
si te imaginas que al final el cielo fuera sólo un anuncio
de papel Albal nos tararea Sr. Chinarro
en la ranura de tu sexo. Hay una aparente paradoja
en todo esto: envasado al vacío nos vendemos tiempo.

jueves, 26 de febrero de 2009

La mesa (un poema de Fabio Morábito)

A veces la madera
de mi mesa
tiene un crujido oscuro,
un desgarrón
difuso de tormenta.
Una periódica migraña

la tortura.
Sus fibras ceden,

se descruzan,
buscan un acomodo
más humano.
Es la madera

que recuerda
viejos brazos.
Y que recuerda

que reverdecían.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Alocución a las 23 (un poema de Ángel González)

Ciudadanos perfectos a estas horas,
honorables cabezas de familia
que lleváis a los labios vuestra servilleta
antes de pronunciar las palabras rituales
en acción de gracias por la abundante cena:


vuestra responsabilidad de sólidos pilares
de la civilización y de Occidente,
del consumo de bicarbonato sódico
y del paternalismo hacia la servidumbre,
exige de vuestra parte
cierta ignorancia de hechos también ciertos,
un esfuerzo final en bien de todos,
la tozuda incomprensión de algunas realidades,
la fe más meritoria, en resumen,
que consiste en no creer en lo evidente.


Yo podría jurar que la tierra está fija
–ya lo juré otras veces–-
y que el sol gira en torno a ella;
yo podría negar que la sangre circula
–lo seguiré negando, si hace falta–-
por las venas del hombre; yo podría
quemar vivo a quien diga lo contrario
–lo estoy quemando ahora–.


No es que sean importantes los asuntos
objeto de polémica:
lo importante es la rígida
firmeza en el error.


Pues las mentiras viejas se convierten
en materia de fe, y de esa forma
quien ose discutirnos
debe afrontar la acusación de impío.


Con esto, y una buena cosecha de limones,
y la ayuda impagable de nuestros coaligados,
podemos esperar algunos lustros
de paz como ésta de hoy,
en una noche semejante a ésta de hoy,
tras una cena lo mismo que ésta de hoy.


Tal como siempre, pues, pedid conmigo:
Más fe, mucha más fe.
Que en cierto modo,
creer con fuerza tal lo que no vimos
nos invita a negar lo que miramos.

martes, 24 de febrero de 2009

La cara de un muerto (por Fernando Pessoa)

La plácida cara anónima de un muerto.

Así los antiguos marineros portugueses,
que habían temido, y sin embargo habían continuado, por el gran mar del Fin,
habían visto, al final, no monstruos ni grandes abismos,
sino maravillosas playas y estrellas aún no vistas.

¿Qué es lo que las mamparas del mundo esconden
en los aparadores de Dios?

lunes, 23 de febrero de 2009

Puliendo mis uñas (un poema de Mario de Sa-Carneiro)

En la sensación de estar puliendo mis uñas,
súbita sensación inexplicable de ternura,
todo está incluido en mí piadosamente.
Mientras tanto estoy aquí solo en el café:
de mañana, como siempre, en bostezos amarillos.
De vuelta, las mesas apenas ingratas y duras,
esquinadas en su desgracia bocal, cuadrangular y librepensadora...
Afuera, día de mayo en luz. El sol.
Día brutal, provinciano y democrático
que mis ojos delicados, refinados, erguidos y citadinos
no pueden tolerar y apenas forzados soportan las náuseas.
Toda mi sensibilidad se ofende con este día
que tendrá rapsodas entre los amigos con quienes transito a veces,
morenos, naturales, de bigotes generosos,
que escriben, pero tienen partido político
y asisten a congresos republicanos, van a las mujeres,
gustan de vino tinto, de puerros o de sardinas fritas...
Y yo siempre con la sensación de pulir mis uñas
y de pintarlas con un barniz parisiense,
me voy enterneciendo más y más hasta llorar por mi mismo...
Mil colores en el aire, mil vibraciones palpitantes,
brumosos planos torcidos, abatiendo flechas,
volúmenes listos, discos flexibles,
llegan tenuemente a perfilarme toda la ternura que pudiera haber sentido,
todos los escenarios a los que fui penetrando...
Es como, poco a poco, se me encauza la obsesión débil
de una sonrisa que espejos vagos reflejaron...
Leve inflexión a torturar...
Fino escalofrío cristalizado...
Dislocamiento inalcanzable...
Veloz chispa atmosférica...
Y todo, todo así me ha conducido en el espacio
por innumerables intersecciones de planos
múltiples, libres, resbaladizos.
Es allí, en el gran espejo de fantasmas
donde ondula y borbotea todo mi pasado,
se desmorona mi presente
y mi futuro ya es polvo.

jueves, 19 de febrero de 2009

Solo en la noche de mí mismo (por Fernando Pessoa)

Siento el tiempo con un dolor enorme. Es siempre con una conmoción exagerada como abandono algo. El pobre cuarto de alquiler donde he pasado unos meses, la mesa del hotel provinciano donde he pasado seis días, la misma triste sala de espera de la estación de ferrocarril donde he gastado dos horas esperando al tren: sí, pero las cosas buenas de la vida, cuando las abandono y pienso, con toda la sensibilidad de mis nervios, que nunca más las veré y las tendré, por lo menos en aquel preciso y exacto momento, me duelen metafísicamente. Se me abre un abismo en el alma y un soplo frío del momento de Dios me roza en la faz lívida.¡El tiempo! ¡El pasado! [...] ¡Lo que he sido y nunca más seré! ¡Lo que he tenido y no volveré a tener! ¡Los Muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y me siento desterrado de unos corazones, solo en la noche de mí mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.

Extinción (un poema de Saiz de Marco)

Volverán las cosas a no tener nombre.
Volverán a no tener utilidad.
No fueron sus nombres:
fueron los nombres que les dimos;
y fue la utilidad que les buscamos.
Se marchará el simio febril y gramático
y volverá todo
a su normalidad.

Cuando veo un niño (por Fernando Pessoa)


Dios me creó para niño, y me dejó siempre niño. ¿Pero por qué dejó que la vida me maltratase y me quitase los juguetes, y me dejase solo en el recreo, estrujando con unas manos tan débiles el delantal azul sucio de lágrimas incesantes? Si yo no podía vivir sino acariciado, ¿por qué echaron fuera a mi cariño? Ah, cada vez que veo en la calle a un niño llorando, un niño exiliado de los otros, me duele más que la tristeza del niño en el horror desprevenido de mí corazón exhausto. Me duelo con toda la estatura de la vida sentida, y son mías las manos que retuercen el borde del delantal, son mías las bocas torcidas por las lágrimas verdaderas, es mía la debilidad, es mía la soledad, y las risas de la vida adulta que pasa me gastan como luces de fósforos frotados en el tejido sensible de mi corazón.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Y quién sabe salir (por Álvaro Pombo)

Ten piedad de los niños que se adentran adentro y no sabrán salir
¿Y quién sabe salir?
¿Es el río un camino o sólo el vertedero donde acaban los ojos de los patos salvajes?
Ten piedad de nosotros artífices del alba que no mentimos nunca
de la muerte pequeña del aura de la vida de los copiosos libros y los fríos ocasos
de nuestra juventud nuestra vejez ahora

martes, 17 de febrero de 2009

Camino con tus pies (por Elvia Ardalani)

Camino con tus pies, reconociendo en cada callejón la última piedra. No me avergüenzan nada mis zapatos sumisos que te siguen en la escarpada ruta de la infancia ni mi torpeza para vestir el velo que a ambos nos parece tan extraño sobre mi pelo negro sobre mi nombre lejano y extranjero. Camino con tus pies porque no tengo más camino que el tuyo, más jornada que ésta de callejuelas intrincadas, de casas labradas en la arena y mujeres que asoman curiosas para vernos pasar mientras andamos con tus pies desolados, y las manos unidas, buscando los restos de tu padre. Y encontramos el tiempo sumergido en ese barrio de sílice, intacto como si Habib acabara de pasar vestido de novio con sus veintidós años y tu madre vestida de alegría, el velo transparente y las monedas de la gorra impávidas sobre la frente amplia, sobre la gratitud de haber sido invitada a esa jornada. Y entramos andando entre la roca a tu primera casa y lloraste y me prestas tus ojos agrietados para ver ese mundo de infancia y de recuerdo. Pienso en el hijo que algún día quizá saltará de la piedra a mi regazo, de tu mundo de cabras y montañas al mar y sorgo de mi mundo. Camino con tus pies, con el vientre sin hijo preñado de esperanza. Camino con tus pies, como una novia que saluda con frases de otra lengua a tus fantasmas.

viernes, 13 de febrero de 2009

Antes de morir (un poema de Elizabeth Bishop)

Detrás de la borda, un compañero de pasaje, Mr Swan,
holandés, un jefe retirado de Philips Electric,
realmente un anciano muy agradable
que deseaba ver el Amazonas antes de morir,
preguntó: “¿Qué es esta cosa repulsiva?”

jueves, 12 de febrero de 2009

Los tres castigos (por Susana Lamaison)

La indiferencia,
el olvido, el silencio:
los tres castigos.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Y ahora, un poema de Terenzio Formenti

Gotas

cae
la primera gota
en el parabrisas

atentas...
las otras
le abren camino

ahora
como locas...

corren
se rozan
se acarician
se aman

pequeñas gotas
en el parabrisas

martes, 10 de febrero de 2009

Con qué martillo (de un poema de William Blake)

¿Con qué martillo? ¿Con qué cadena?
¿En qué horno se ha fundido tu cerebro?
¿Con qué yunque? ¿A qué temible garra
sus atroces angustias le impulsaron a sujetarse?

lunes, 9 de febrero de 2009

Lo conseguí (un poema de Raymond Carver)

¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.

viernes, 6 de febrero de 2009

Déjate (un poema de Alejandra Pizarnik)

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo,
de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

jueves, 5 de febrero de 2009

Yo no poseo mi cuerpo (por Fernando Pessoa)

Yo no poseo mi cuerpo, ¿cómo puedo poseer con él? Yo no poseo mi alma, ¿cómo puedo poseer con ella? No comprendo a mi espíritu, ¿cómo comprender a través de él?

Nuestras sensaciones pasan –cómo poseerlas pues– o lo que ellas muestran mucho menos. ¿Posee alguien un río que corre, pertenece a alguien el viento que pasa?

No poseemos ni un cuerpo ni una verdad –ni siquiera una ilusión- . Somos fantasmas de mentiras, sombras de ilusiones y mi vida es vana por fuera y por dentro.

¿Conoce alguien las fronteras de su alma, para que pueda decir: yo soy yo?

Pero sé que lo que siento, lo siento yo.

Cuando otro posee ese cuerpo, ¿posee en él lo mismo que yo? No. Posee otra sensación.

¿Poseemos algo? Si no sabemos lo que somos, ¿cómo sabemos lo que poseemos?

miércoles, 4 de febrero de 2009

Habían soñado sueños distintos (un fragmento de Rayuela, por Julio Cortázar)

Habían dormido con las cabezas tocándose y ahí, en esa inmediatez física, en la coincidencia casi total de las actitudes, las posiciones, el aliento, la misma habitación, la misma almohada, la misma oscuridad, el mismo tictac, los mismos estímulos de la calle y la ciudad, las mismas radiaciones magnéticas, la misma marca de café, la misma conjunción estelar, la misma noche para los dos, ahí estrechamente abrazados, habían soñado sueños distintos, habían vivido aventuras disímiles, el uno había sonreído mientras la otra huía aterrada, el uno había vuelto a rendir un examen de álgebra mientras la otra llegaba a una ciudad de piedras blancas... Durante mucho tiempo esperó un milagro, que el sueño que Talita iba a contarle por la mañana fuese también lo que él había soñado... Traveler siguió confiando y esperando cada vez menos. Los sueños volvieron, cada uno por su lado. Las cabezas dormían tocándose y en cada una se alzaba el telón sobre un escenario diferente. Traveler pensó irónicamente que parecían los cines contiguos de la calle Lavalle, y alejó del todo su esperanza. No tenía ninguna fe en que ocurriera lo que deseaba, y sabía que sin fe no ocurriría. Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco.

martes, 3 de febrero de 2009

Ser o no ser (un relato por Saiz de Marco)

He sabido (no importa cómo) que mis padres me concibieron a las 23 horas 48 minutos 31 segundos.

Si la concepción hubiera sido un segundo antes (a las 23:48:30), la persona concebida habría sido yo, pero tendría los ojos verdes en vez de marrones.

Si la concepción hubiera sido un segundo después (a las 23:48:32), la persona concebida también habría sido yo, pero mediría un centímetro menos y tendría el pelo castaño en vez de rubio.

Si la concepción hubiera sido más de un segundo antes (a las 23:48:29) o más de un segundo después (a las 23:48:33), entonces no me habrían concebido… a mí. Los cromosomas se habrían combinado de tal modo que los genes serían muy distintos: no sólo un centímetro de más o de menos, no sólo el color del cabello o del iris…, sino una diferencia más profunda.

Y el concebido sería otro. Tendría otra yoidad, otra subjetividad, otra autopercepción.

Tal vez le habrían puesto mi nombre, pero sería otra persona.Y entonces yo no existiría. Nunca habría nacido.

Como tantos: tantos otros que no nacen nunca.

lunes, 2 de febrero de 2009

Oyendo a Vivaldi (un poema de Vicente Gallego)

Como agua bendita,
como santo rocío tras la noche de fiebre
lava el alma esta música con su perdón sincero,
fluyente arquitectura que en el aire vertebra
la ilusión de otra vida
salvada ya para gozar la gloria
de un magnánimo dios.

De lo terrestre naces,
del metal y la cuerda, de la madera noble,
de la humana garganta
que estremecida afirma la hora suya en el mundo;
y sin embargo vuelas, gratitud hecha música,
evanescente espíritu
que en el viento construyes tu perdurable reino.

Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte...

En mitad de la muerte suenas hoy,
cadencioso milagro, pura ofrenda de fe
en honor de ese dios que no escucha tu ruego
o que escucha escondido, tras su silencio oscuro,
la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios,
¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo,
extraña melodía de blasfema belleza
que a los hombres sugieres su condición divina,
para qué sordo oído
—cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo—,
en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada,
celebras esa frágil plenitud
de no sé qué verano o qué huérfana espuma
feliz
de aquella ola
que en la mañana fuimos?