martes, 30 de junio de 2009

Cumpleaños (por Fernando Pessoa)

En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie estaba muerto.
En mi antigua casa, hasta cumplir años era una tradición de hace siglos,
y la alegría de todos, y la mía, armonizaba con una religión cualquiera.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños
yo tenía la gran salud de no percibir ninguna cosa,
de ser inteligente entre la familia,
y de no tener las esperanzas que los otros tenían en mí.
Cuando llegué a tener esperanzas, ya no sabía tener esperanzas.
Cuando llegué a tener la vida, perdí el sentido de la vida.
Si lo que fui de supuesto en mí mismo,
lo que fui de corazón y parentesco,
lo que fui de fiestas de media provincia,
lo que fui de ámenme y soy niño,
lo que fui -¡ay, Dios mío! Lo que sólo hoy sé que fui...
A qué distancia...
(ni lo encuentro)
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
Lo que ahora soy es como la humedad en el corredor final de la casa,
poniendo espigas en las paredes...
Lo que ahora soy (y la casa de los que me amaron tiembla a través de mis lágrimas),
lo que ahora soy es haber vendido la casa,
es haber muerto todos,
es sobrevivir a mí mismo como un fósforo frío...
En el tiempo en que festejaban mi cumpleaños...
¡Qué mi amor, como una persona, ese tiempo!
Deseo físico del alma de encontrarse allí otra vez,
por un viaje metafísico y carnal,
como una dualidad de yo para mí...
¡Comer el pasado con pan de hambre, sin tiempo de mantequilla en los dientes!
Veo todo otra vez con una nitidez que me ciega para lo que hay aquí...
La mesa puesta con más lugares, con mejores diseños en la loza, con más vasos,
la alacena con muchas cosas -dulces, frutas, el resto en la sombra debajo del alzado-,
las tías viejas, los primos diferentes, y todo era por mi causa,
en el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños...
¡Deténte, corazón!
¡No pienses! ¡Deja el pensar en la cabeza!
¡Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío!
Hoy ya no cumplo años.
Duro.
Se me suman los días.
Seré viejo cuando lo sea.
Nada más.
¡Rabia de no haber traído el pasado guardado en el bolsillo!
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños...!

lunes, 29 de junio de 2009

Muros a mi alrededor (un poema de K. Kavafis)

Sin consideración ni piedad ni vergüenza
alzaron muros a mi alrededor: gruesos y altos.
Y ahora me encuentro aquí, tan desesperado.
No puedo pensar en otra cosa: esta suerte roe mi cerebro...
Y es que ¡ tenía tanto que hacer ahí fuera !
¿Cómo pude no darme cuenta cuando alzaban los muros?
Pero nunca oí a los constructores. Ni un ruido.
Desde fuera imperceptiblemente me encerraron.

viernes, 26 de junio de 2009

Otro desasosiego del "Fausto", de Fernando Pessoa

De vez en cuando me surge en los labios una canción de amor y yo, instintivo, lloro en ella a una amada muerta. Sí: la novia amada muerta de un yo que no ha sabido amar.

jueves, 25 de junio de 2009

Más textos estremecedores del "Fausto" de Pessoa

Siento necesario ocultar mi intimidad a las miradas y a los sondeos que muestran las miradas; no quiero que nadie sepa lo que siento.

No me concibo amando, ni diciendo a alguien "te amo", sin que me conciba con alguna otra alma que no es la mía.

Al concebirme amado, siento como si una carcajada horrorosa y honda lanzara la existencia en mí, como ridículo y desusado en lo natural.


Tengo la timidez del alto orgullo y siento horror a abrirle mi ser a alguien, a confiar en alguien.

Una desnudez cualquiera -espiritual o corporal- me horroriza.

Sería dulce amar, ceñir a mí un cuerpo de mujer, pero frío y grave y hecho a todo trascendentalmente. En sensaciones igual al mío, algún otro cuerpo. Por el terror de tener cerca y junto con las sensaciones del mío, algún otro cuerpo.


¿Esto es el amor? ¿Sólo esto?

miércoles, 24 de junio de 2009

Textos de Pessoa, de "Fausto (tragedia subjetiva)"

Siento horror a abrirle a alguien mi ser… Siento horror a que alguien escudriñe, levemente o no, los escondrijos de mi ser.

Yo quería dormir, dormir, largo dormir, medio sintiendo en sueños, y dormir siempre, sin tener conciencia del tiempo, y sí del sueño somnoliento y de la vacuidad del ser que soy, dormir sin ver la muerte, ni soñar, sino dormir, sólo dormir…

Ya solitario, ya con otros, yo siempre estoy solo. Ni a mí mismo me hago compañía.

Abomino de la posibilidad de vida eterna: el tedio de vivir siempre debe ser inmenso.

Tan sólo la inocencia y la ignorancia son felices, pero no lo saben.

martes, 23 de junio de 2009

Paréntesis (por Mario Benedetti)

Acompáñenme a entrar en el paréntesis
que alguien abrió cuando parió mi madre
y permanece aún en los otroras
y en los ahoras y en los puede ser
lo llaman vida si no tiene herrumbre
yo manejo el deseo con mis riendas
mientras trato de construir un río
en sus nubes los pájaros se esconden
no es posible viajar bajo sus alas
lo mejor es abrir el corazón
y llenar el paréntesis con sueños
los pájaros escapan como amores
y como amores vuelven a encontrarnos
son sencillos como las soledades
y repetidos como los insomnios
busco mis cómplices en la frontera
que media entre tu piel y mi pellejo
me oriento hacia el amor sin heroísmo
sin esperanzas pero con memoria
por ahora el paréntesis prosigue
abierto y taciturno como un túnel.

viernes, 19 de junio de 2009

Lisbon revisited (por Fernando Pessoa)

Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con angustia del que tiene hambre de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido…
Duermo inquieto, y vivo en el soñar inquieto
de quien duerme inquieto, a medias soñando.
Me cerraron todas las puertas abastractas y necesarias.

Corrieron cortinas ante todas las hipótesis que podría
ver en la calle.
En el callejón que yo encontré no hay el número de
puerta que me dieron.
Desperté a la misma vida que me había adormecido.

Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida tan sólo deseada me harta, hasta esa vida…
Comprendo a intervalos inconexos;
escribo en los lapsos de cansancio;
y es tedio hasta el tedio lo que me arroja a la playa.
No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón;
no sé qué islas del Sur imposible me aguardan, náufrago;
o qué palmarés de literatura me darán un verso al menos.
No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna…

Y en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo que soñé,
en los campos últimos del alma, donde recuerdo sin causa
(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
en los caminos y atajos de las florestas lejanas
donde supuse mi ser,
huyen desmantelados, últimos restos
de la ilusión final,
mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.
Otra vez vuelvo a verte,

ciudad de mi infancia pavorosamente perdida…
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví,
y aquí volví a volver y volver,
y aquí de nuevo he vuelto a volver?
¿O todos los Yo que aquí estuve o estuvieron somos
una serie de cuentas
-entes ensartados en un hilo-
memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que está fuera de mí?
Otra vez vuelvo a verte

con el corazón más lejano, el alma menos mía.
Otra vez vuelvo a verte

con el corazón más lejano, el alma menos mía.
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-

transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir…
Otra vez vuelvo a verte

sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche como estela de barco al perderse
en el agua que dejamos oír…
Otra vez vuelvo a verte,

mas, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico,
y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí,
¡un pedazo de ti y de mí!

jueves, 18 de junio de 2009

Salir de mí (por Octavio Paz)

La vida, ¿cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos,
nunca somos a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos la vida
—pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos.

miércoles, 17 de junio de 2009

Me he ido quedando sin mis escogidos (por Mario Benedetti)

Me he ido quedando sin mis escogidos
los me dieron vida
aliento
paso
de soledad con su llamita tenue
y el olfato para reconocer
cuánta poesía era de madera
y crecía en nosotros sin saberlo
Me he quedado sin proust y sin vallejo
sin quiroga ni onetti ni pessoa
ni pavese ni walsh ni paco urondo
sin eliseo diego sin alberti
sin felisberto hernández sin neruda
se fueron despacito en fila india

martes, 16 de junio de 2009

Qué va a pasar ahora (por Saiz de Marco)

como tantas veces

como a los 4 años cuando empecé a ir al colegio
¿qué va a pasar ahora?

como cuando en camilla me llevaban al quirófano
¿qué va a pasar ahora?

como al cruzar la puerta el primer día de trabajo
¿qué va a pasar ahora?

como tantas veces
veré escaparse mi vida y yo nervioso, inseguro
(con hormigas trepando por mi abdomen)
¿dónde seré llevado?,
¿voy a algo o voy a nada?

e igual que tantas veces
¿qué va a pasar ahora?

lunes, 15 de junio de 2009

Mirada final (por Vicente Aleixandre)

La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado,
caídos, derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén y,
revuelto con la tierra súbita, se levanta
y casi no puede reconocerse. Y se mira y se sacude
y ve alzarse la nube de polvo que él no es,
y ve aparecer sus miembros, y se palpa:
«Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo,
y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies
y él emerge, no sé si dolorido, no sé si brillando,
y alza los ojos y el cielo destella con un pesaroso resplandor,
y en el borde se sienta y casi siente deseos de llorar.
Y nada le duele, pero le duele todo.
Y arriba mira el camino, y aquí la hondonada, aquí donde sentado
se absorbe y pone la cabeza en las manos;
donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado
toda la vida como un instante, me miro. ¿Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida?
¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca,
cuando me reconozca y despierte, recién levantado de la tierra,
y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?
No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra
que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma,
hubiera al fin de expulsar. No: alma más bien en que todo yo he vivido,
alma por la que me fue la vida posible y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos,
con los que mi alma contigo todo lo mira, contemple con tus pupilas,
con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.

viernes, 12 de junio de 2009

Jugadores de ajedrez (por Fernando Pessoa)

Oí contar que otrora, cuando en Persia
hubo no sé qué guerra,
en tanto la invasión ardía en la ciudad y
las hembras gritaban, dos jugadores de ajedrez jugaban
su incesante partida.

A la sombra de amplio árbol fijos los ojos
en el tablero antiguo,
y, al lado de cada uno, esperando sus
momentos más holgados,
cuando había movido la pieza
y ahora aguardaba al contrario.

Una jarra con vino refrescaba
su sobria sed.
Ardían casas, saqueadas eran
las arcas y paredes,
violadas, las mujeres eran puestas contra muros caídos,
traspasadas por las lanzas, las criaturas
eran sangre en las calles...

Mas donde estaban, cerca de la urbe
y lejos de su ruido,
los jugadores jugaban el juego del ajedrez.
Aunque en los mensajes del yermo viento
les llegasen los gritos
y, al meditar, supiesen desde el alma
que en verdad las mujeres
y las tiernas hijas violadas eran
en esa victoria próxima,
aunque, en el momento en que lo pensaban,
una sombra ligera
les cruzase la frente ajena y vaga,
pronto sus ojos calmos
volvían su atenta confianza
al tablero viejo.



Cuando el rey de marfil está en peligro,
¿qué importa la carne y el hueso
de las hermanas, de las madres y los niños?
Cuando la torre no cubre
la retirada de la reina blanca,
poco importa el saqueo,
y cuando la mano confiada da jaque
al rey del adversario,
poco ha de pesarnos el que allá lejos
estén muriendo hijos.

Aunque, de pronto, sobre el muro
surja el sañudo rostro
de un guerrero invasor que en breve deba
caer allí envuelto en sangre,
el jugador solemne de ajedrez
el momento anterior
(anda aún calculando la jugada
que hará horas después)
sigue aún entregado al juego predilecto
de los grandes indiferentes.

Caigan ciudades, sufran pueblos,
cesen la libertad, la vida,
los protegidos y heredados bienes
ardan y sean desvalijados,
mas cuando la guerra las partidas interrumpa,
esté el rey sin jaque,
y el peón de marfil más avanzado
amenazando la torre.

Mis hermanos en amar a Epicuro
y en entendernos más
de acuerdo con nosotros mismos que con él
en la historia comprendamos
de esos calmos jugadores de ajedrez
cómo pasar la vida.

Todo lo serio poco nos importe,
lo grave poco pese,
el natural impulso de los instintos
ceda al inútil gozo
(bajo la sombra tranquila de la arboleda)
de jugar un buen juego.

Lo que llevamos de esta vida inútil

tanto vale si es
gloria, fama, amor, ciencia, vida,
como si es tan sólo
el recuerdo de un juego bien jugado
a un jugador mejor.

La gloria pesa como un copioso fardo,
la fama como fiebre,
el amor cansa porque va en serio y busca,
la ciencia nunca encuentra,
la vida pasa y duelo, pues lo sabe…

La partida de ajedrez prende el alma toda.
Aunque perdida, poco pesa pues no es nada.

Ah, bajo las sombras que sin querer nos aman,
con un jarro de vino
al lado y atentos a la inútil tarea
de jugar al ajedrez
aunque esta partida sea tan sólo un sueño
y no haya compañero,
imitemos a los persas de la historia,
y mientras allá fuera,
cerca o lejos, la guerra y la patria y la vida
nos llaman, dejemos
que en vano nos llamen,
cada unos de nosotros bajo sombras amigas
soñando él los compañeros y el ajedrez
su indiferencia.

miércoles, 10 de junio de 2009

Atenidos a sí (un poema de Francisco Umbral)

Atenidos a sí, los amantes meditan;
atenidos a sí, los amantes ya callan.
Callan de otro silencio que más alto sonaba:
ahora están en lo hondo con su paz y su nada.

lunes, 8 de junio de 2009

Cansancio (por Oliverio Girando)

Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas
y recámaras y remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho y lo repoco y lo remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos
y refrotes de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara vana en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogro y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidefalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y líbido y oficio
recansadísimo
de tanta tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintitos perversitos
y de las ideítas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo tibio
remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio

viernes, 5 de junio de 2009

Como joya de carne (un poema erótico de Juan Ramón Jiménez)

Como joya de carne, como rosa de vida,
desnuda te sentabas encima de mis piernas.
Eras como una rosa abierta en un ciprés,
como una mariposa en una calavera.
Dios creaba de nuevo el paraíso
si tu risa de oro y plata bordaba mi tristeza.
Yo venía del mundo de los muertos, tan sólo
por tenerte en mis manos temblorosas y ciegas.
Después la brisa que eras tú se fue cantando…
Se apagó el sol. Ya nunca volvió el alba a la tierra.

Y en la sombra constante te perseguí, llorando
como un niño, de cima en cima, en las estrellas.

jueves, 4 de junio de 2009

Lisa (por Roberto Bolaño)

Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
con otro, en la vida cabina telefónica de aquel
almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
se acababa para mí.
Un tipo alto y flaco y
con el pelo largo y una verga larga que no esperó
más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
la mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
podido ser el amante de Lisa, pero algunos
años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
o que se había suicidado.
Lisa ya no quería
acostarse más con perdedores.
A veces sueño
con ella y la veo feliz y fría en un México
diseñado por Lovecraft.
Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
de Parménides García Saldaña) y luego hicimos
el amor tres veces.
La primera se vino dentro de mí,
la segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
de agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
en dos horas, dijo Lisa.
Las dos peores horas de mi vida,
dije desde el otro lado del teléfono.

miércoles, 3 de junio de 2009

Los perros románticos (por Roberto Bolaño)

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.

martes, 2 de junio de 2009

Neutro (por Saiz de Marco)

Si lo que rige el cosmos
y tolera matanzas, hecatombes
no es Alguien sino Algo,
no es Ése/Ésa sino Eso,
no es un Quién sino un Qué…
entonces debemos perdonarle.

Sí, perdonémosle
(perdonémos-lo)
porque no sabe lo que hace.

lunes, 1 de junio de 2009

Funeral blues (un poema de W. H. Auden)

Detengan los relojes
desconecten el teléfono
denle un hueso al perro
para que no ladre
Callen los pianos y con ese
tamborileo sordo
saquen el féretro...
Acérquense los dolientes
que los aviones
sobrevuelen quejumbrosos
y escriban en el cielo
el mensaje...
él ha muerto.
Pongan moños negros
en los níveos cuellos de las palomas
que los policías usen guantes
de algodón negro
Él era mi norte mi sur
mi este y oeste
mi semana de trabajo y mi
domingo de descanso
mi mediodía, mi medianoche
mi conversación, mi canción
Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.
No precisamos estrellas ahora...
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.