¿Hubo una frase
que se irguiese del sitio
donde fue puesta?
...
¿Algún escrito
se puso de pie para
cambiar el mundo?
...
¿Dónde se han visto
palabras ...
sábado, 21 de noviembre de 2009
viernes, 20 de noviembre de 2009
Pero nadie me dice quién fui yo (Por Miguel Labordeta)
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Sin ponerle nombre (por Fernando Pessoa)
Hoy me han leído a San Francisco de Asís.
Me lo leyeron y me quedé atónito.
¿Cómo puede ser que un hombre que tanto disfrutaba con las cosas
ni siquiera las mirara, no sabía qué eran?
¿Cómo podía llamar al agua mi hermana, cuando evidentemente no es mi hermana?
¿Para sentirla mejor?
La siento mucho mejor al beberla que llamándola cualquier cosa,
hermana, madre o hija.
El agua es agua y es bella sólo por eso.
Si me diera por decirle mi hermana,
al decirlo vería que no lo es
y que, siendo agua, lo mejor sería llamarle agua;
o mejor aún, no llamarle nada,
sino beberla, sentirla en nuestro pulso, mirarla
y todo esto sin ponerle nombre.
Me lo leyeron y me quedé atónito.
¿Cómo puede ser que un hombre que tanto disfrutaba con las cosas
ni siquiera las mirara, no sabía qué eran?
¿Cómo podía llamar al agua mi hermana, cuando evidentemente no es mi hermana?
¿Para sentirla mejor?
La siento mucho mejor al beberla que llamándola cualquier cosa,
hermana, madre o hija.
El agua es agua y es bella sólo por eso.
Si me diera por decirle mi hermana,
al decirlo vería que no lo es
y que, siendo agua, lo mejor sería llamarle agua;
o mejor aún, no llamarle nada,
sino beberla, sentirla en nuestro pulso, mirarla
y todo esto sin ponerle nombre.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Menos tu vientre (por Miguel Hernández)
Menos tu vientre todo es confuso.
Menos tu vientre todo es futuro fugaz,
pasado baldío, turbio.
Menos tu vientre todo es oculto,
menos tu vientre todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre todo es oscuro,
menos tu vientre claro y profundo.
Menos tu vientre todo es futuro fugaz,
pasado baldío, turbio.
Menos tu vientre todo es oculto,
menos tu vientre todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre todo es oscuro,
menos tu vientre claro y profundo.
martes, 17 de noviembre de 2009
Patrias (por Saiz de Marco)
El sitio en que al rey mago (a un rey mago de pueblo, no al de la cabalgata suntuosa) le conté mis cinco años de vida…
El lugar donde mi padre, a falta de pañuelo, se quitó un calcetín y me limpió los mocos…
La habitación de las lecturas de verano, aquel estante de los libros redentores...
El camino de las moras (moras negras de zarza, moras blancas de árbol) y las hojas que di a los gusanos de seda…
¿qué más da en qué Estado,
en qué esquina,
en qué rincón estaban?
(forzosamente estaban en alguno)
si esos granos de tierra de la Tierra
-sean cuales sean su himno,
su bandera,
las rayas que en un mapa los encierren-,
si esas partículas de cielo y suelo
donde quiera que se hallen son
mis patrias.
El lugar donde mi padre, a falta de pañuelo, se quitó un calcetín y me limpió los mocos…
La habitación de las lecturas de verano, aquel estante de los libros redentores...
El camino de las moras (moras negras de zarza, moras blancas de árbol) y las hojas que di a los gusanos de seda…
¿qué más da en qué Estado,
en qué esquina,
en qué rincón estaban?
(forzosamente estaban en alguno)
si esos granos de tierra de la Tierra
-sean cuales sean su himno,
su bandera,
las rayas que en un mapa los encierren-,
si esas partículas de cielo y suelo
donde quiera que se hallen son
mis patrias.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Otra vez soy el tiempo que me queda (por Caballero Bonald)
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna,
rebasa el irrisorio contenido del vaso.
No beberé ya más hasta tan tarde:
otra vez soy el tiempo que me queda.
Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo
y hay un chorro de música hedionda
dilatando las burbujas del vidrio.
Tan distante como mi juventud
pernocta entre los muebles el amorfo,
el tenaz y oxidado material del deseo.
Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas.
Qué terror de repente de los timbres.
La botella vacía se parece a mi alma.
rebasa el irrisorio contenido del vaso.
No beberé ya más hasta tan tarde:
otra vez soy el tiempo que me queda.
Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo
y hay un chorro de música hedionda
dilatando las burbujas del vidrio.
Tan distante como mi juventud
pernocta entre los muebles el amorfo,
el tenaz y oxidado material del deseo.
Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas.
Qué terror de repente de los timbres.
La botella vacía se parece a mi alma.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Ya nada ahora (por Ángel González)
Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo.
Pero nada ya ahora
—ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa—
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará siempre.
como un cuchillo.
Pero nada ya ahora
—ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa—
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará siempre.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
El lector se convirtió en libro (por Wallace Stevens)
La casa estaba callada y el mundo estaba sereno,
el lector se convirtió en libro y noche de verano.
Era como el ser consciente del libro.
Las palabras eran habladas como si hubiera un libro,
excepto que el lector se reclinaba sobre la página,
quería reclinarse,
quería tanto ser el escolar para quien el libro es verdad,
para quien la noche de verano es como una perfección del pensamiento...
La casa estaba callada porque debía estarlo,
el silencio era parte del significado,
parte de la mente,
el acceso de perfección a la página,
y el mundo estaba sereno.
La verdad en un mundo sereno
en el que no hay otro significado.
Él mismo está sereno,
él mismo es verano y noche,
él mismo es el lector reclinado tarde y leyendo ahí.
el lector se convirtió en libro y noche de verano.
Era como el ser consciente del libro.
Las palabras eran habladas como si hubiera un libro,
excepto que el lector se reclinaba sobre la página,
quería reclinarse,
quería tanto ser el escolar para quien el libro es verdad,
para quien la noche de verano es como una perfección del pensamiento...
La casa estaba callada porque debía estarlo,
el silencio era parte del significado,
parte de la mente,
el acceso de perfección a la página,
y el mundo estaba sereno.
La verdad en un mundo sereno
en el que no hay otro significado.
Él mismo está sereno,
él mismo es verano y noche,
él mismo es el lector reclinado tarde y leyendo ahí.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Sin entender comprendo (por Octavio Paz)
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Un tren que acaso vuelve (por Luis Rosales)
La tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz. Entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol. La tierra huele.
Empieza a oler. Las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo.
La sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
un tren que acaso vuelve, mientras dices:
Soy tu propio dolor, déjame amarte.
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz. Entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol. La tierra huele.
Empieza a oler. Las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo.
La sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
un tren que acaso vuelve, mientras dices:
Soy tu propio dolor, déjame amarte.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Di el porqué del porqué, Dios de silencio (por Miguel de Unamuno)
¿Por qué, Señor, no te nos muestras
sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor?, ¿acaso existes?
¿Eres tú creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido
tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas,
del mar de las angustias,
de la herencia de penas y tormentos
no has despertado?
Señor, ¿por qué no existes?
¿Dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y tú, Señor, no quieres
decir: ¡vedme, mis hijos!
Una señal, Señor, una tan sólo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido a esta sombría vida que arrastramos.
¿Qué hay más allá, Señor, de nuestra vida?
Si tú, Señor, existes,
di por qué y para qué, di tu sentido,
di por qué todo.
¿No pudo bien no haber habido nada,
ni tú, ni mundo?
Di el porqué del porqué, Dios de silencio.
Dinos “yo soy”, Señor, que te lo oigamos,
sin velo de misterio,
sin enigma ninguno.
Razón del universo, ¿dónde habitas?
¿Por qué sufrimos?
¿Por qué nacemos?
Erramos sin ventura,
sin sosiego y sin norte,
perdidos en un nudo de tinieblas,
con los pies destrozados,
manando sangre,
desfallecido el pecho
y en él el corazón pidiendo muerte.
Ve, ya no puedo más, Señor,
de aquí no sigo,
aquí me quedo,
yo ya no puedo más, ¡oh Dios sin nombre!
Ya no te busco,
ya no puedo moverme, estoy rendido;
aquí, Señor, te espero,
aquí te aguardo,
en el umbral, tendido, de la puerta
cerrada con tu llave.
Yo te llamé, grité, lloré afligido,
te di mil voces;
llamé y no abriste,
no abriste a mi agonía;
aquí, Señor, me quedo, sentado en el umbral como un mendigo
que aguarda una limosna;
aquí te aguardo.
Tú me abrirás la puerta cuando muera,
la puerta de la muerte,
y entonces la verdad veré de lleno,
sabré si tú eres
o dormiré en la tumba.
sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor?, ¿acaso existes?
¿Eres tú creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido
tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas,
del mar de las angustias,
de la herencia de penas y tormentos
no has despertado?
Señor, ¿por qué no existes?
¿Dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y tú, Señor, no quieres
decir: ¡vedme, mis hijos!
Una señal, Señor, una tan sólo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido a esta sombría vida que arrastramos.
¿Qué hay más allá, Señor, de nuestra vida?
Si tú, Señor, existes,
di por qué y para qué, di tu sentido,
di por qué todo.
¿No pudo bien no haber habido nada,
ni tú, ni mundo?
Di el porqué del porqué, Dios de silencio.
Dinos “yo soy”, Señor, que te lo oigamos,
sin velo de misterio,
sin enigma ninguno.
Razón del universo, ¿dónde habitas?
¿Por qué sufrimos?
¿Por qué nacemos?
Erramos sin ventura,
sin sosiego y sin norte,
perdidos en un nudo de tinieblas,
con los pies destrozados,
manando sangre,
desfallecido el pecho
y en él el corazón pidiendo muerte.
Ve, ya no puedo más, Señor,
de aquí no sigo,
aquí me quedo,
yo ya no puedo más, ¡oh Dios sin nombre!
Ya no te busco,
ya no puedo moverme, estoy rendido;
aquí, Señor, te espero,
aquí te aguardo,
en el umbral, tendido, de la puerta
cerrada con tu llave.
Yo te llamé, grité, lloré afligido,
te di mil voces;
llamé y no abriste,
no abriste a mi agonía;
aquí, Señor, me quedo, sentado en el umbral como un mendigo
que aguarda una limosna;
aquí te aguardo.
Tú me abrirás la puerta cuando muera,
la puerta de la muerte,
y entonces la verdad veré de lleno,
sabré si tú eres
o dormiré en la tumba.
viernes, 6 de noviembre de 2009
La carga (por Manuel de Cabral)
Mi cuerpo estaba allí..., nadie lo usaba.
Yo lo puse a sufrir..., le metí un hombre.
Pero este equino triste de materia
si tiene hambre me relincha versos,
si sueña, me patea el horizonte;
lo pongo a discutir y suelta bosques,
sólo a mí se parece cuando besa...
No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me lo dieron desnudo, limpio, manso,
era inocente cuando me lo puse,
pero a ratos
la razón me lo ensucia y lo adorable...
Y quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin embargo,
yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.
Yo lo puse a sufrir..., le metí un hombre.
Pero este equino triste de materia
si tiene hambre me relincha versos,
si sueña, me patea el horizonte;
lo pongo a discutir y suelta bosques,
sólo a mí se parece cuando besa...
No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me lo dieron desnudo, limpio, manso,
era inocente cuando me lo puse,
pero a ratos
la razón me lo ensucia y lo adorable...
Y quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin embargo,
yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Me voy a quedar aquí (por Charles Bukowski)
Sin mucha elección
y casi sin quererlo,
él era un joven
a bordo de un autobús
que cruzaba Carolina del Norte
rumbo a
algún lugar
y empezó a nevar
y el autobús paró
en un café
sobre las colinas y
los pasajeros
entraron.
Él se sentó en el mostrador
con los demás,
pidió y le
trajeron su comida,
que estaba particularmente buena,
lo mismo que el café.
La camarera no era
como las mujeres que él
había conocido.
No se hacía la interesante,
un humor natural emanaba
de ella.
El cocinero decía
cosas locas.
El lavacopas,
atrás,
se reía
con una risa
limpia
y placentera.
El joven miraba
la nieve a través de las
ventanas.
Quería quedarse
en ese café
para siempre.
Un curioso sentimiento
lo inundó:
que todo
era
bello
ahí,
que todo permanecería
siempre bello
ahí.
Entonces el chófer
indicó a los pasajeros
que ya era tiempo de irse.
El joven
pensó, me voy a quedar
aquí, me voy a quedar aquí.
Pero
se levantó y siguió a
los otros hasta
el autobús.
Encontró su asiento
y miró el café
por la ventanilla.
El autobús arrancó,
dobló una curva,
y fue camino abajo,
alejándose de las colinas.
El joven
miraba
hacia adelante.
Los otros pasajeros
charlaban
de otras cosas,
leían
o
intentaban
dormir.
No se habían dado cuenta
de la magia.
El joven
puso su cabeza
contra el asiento,
cerró los ojos,
fingió
dormir.
Nada quedaba,
sólo escuchar el
sonido
del motor,
el sonido de las
ruedas
en la nieve.
y casi sin quererlo,
él era un joven
a bordo de un autobús
que cruzaba Carolina del Norte
rumbo a
algún lugar
y empezó a nevar
y el autobús paró
en un café
sobre las colinas y
los pasajeros
entraron.
Él se sentó en el mostrador
con los demás,
pidió y le
trajeron su comida,
que estaba particularmente buena,
lo mismo que el café.
La camarera no era
como las mujeres que él
había conocido.
No se hacía la interesante,
un humor natural emanaba
de ella.
El cocinero decía
cosas locas.
El lavacopas,
atrás,
se reía
con una risa
limpia
y placentera.
El joven miraba
la nieve a través de las
ventanas.
Quería quedarse
en ese café
para siempre.
Un curioso sentimiento
lo inundó:
que todo
era
bello
ahí,
que todo permanecería
siempre bello
ahí.
Entonces el chófer
indicó a los pasajeros
que ya era tiempo de irse.
El joven
pensó, me voy a quedar
aquí, me voy a quedar aquí.
Pero
se levantó y siguió a
los otros hasta
el autobús.
Encontró su asiento
y miró el café
por la ventanilla.
El autobús arrancó,
dobló una curva,
y fue camino abajo,
alejándose de las colinas.
El joven
miraba
hacia adelante.
Los otros pasajeros
charlaban
de otras cosas,
leían
o
intentaban
dormir.
No se habían dado cuenta
de la magia.
El joven
puso su cabeza
contra el asiento,
cerró los ojos,
fingió
dormir.
Nada quedaba,
sólo escuchar el
sonido
del motor,
el sonido de las
ruedas
en la nieve.
martes, 3 de noviembre de 2009
Todo es ajeno y no habla nuestro idioma (por Fernando Pessoa)
Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
dondequiera que estemos.
Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
dondequiera que habitemos. Todo es ajeno
y no habla nuestro idioma.
Hagamos de nosotros el retiro
donde escondernos, temerosos del insulto
del bullicio del mundo.
¿Qué quiere el amor más que no ser de los otros?
Como un secreto dicho en los misterios,
sea sagrado por nuestro.
dondequiera que estemos.
Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
dondequiera que habitemos. Todo es ajeno
y no habla nuestro idioma.
Hagamos de nosotros el retiro
donde escondernos, temerosos del insulto
del bullicio del mundo.
¿Qué quiere el amor más que no ser de los otros?
Como un secreto dicho en los misterios,
sea sagrado por nuestro.
lunes, 2 de noviembre de 2009
¿Podéis seguir amándome? (por Saiz de Marco)
Los que me amasteis y ya no estáis vivos,
¿podéis
desde la ultramuerte
contemplarme?
Y si es así,
¿seguís amándome,
podéis seguir amándome,
ahora que me veis también
por dentro?
¿podéis
desde la ultramuerte
contemplarme?
Y si es así,
¿seguís amándome,
podéis seguir amándome,
ahora que me veis también
por dentro?
sábado, 31 de octubre de 2009
Creo que te inventé (por Sylvia Plath)
Cierro los ojos y el mundo muere;
levanto los párpados y otra vez nace todo.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
sin sentir galopa la negrura.
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama.
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente.)
levanto los párpados y otra vez nace todo.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
sin sentir galopa la negrura.
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama.
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente.)
viernes, 30 de octubre de 2009
Ya casi (por Ángel González)
Esto,
que está muy mal, está pasando.
Como pasó el amor
pasará el desconsuelo.
¿Acabaré agradeciendo al tiempo
lo que en él siempre odié?:
que todo pase,
que todo lo convierta al fin en nada.
que está muy mal, está pasando.
Como pasó el amor
pasará el desconsuelo.
¿Acabaré agradeciendo al tiempo
lo que en él siempre odié?:
que todo pase,
que todo lo convierta al fin en nada.
jueves, 29 de octubre de 2009
Cuentos contando cuentos (por Fernando Pessoa)
De nada queda nada. Nada somos.
Un poco al sol y al aire retrasamos
la irrespirable tiniebla en que nos pese
la humilde tierra impuesta:
cadáveres aplazados que procrean.
Leyes hechas, estatuas vistas, odas acabadas:
todo tiene hoyo propio. Si nosotros, carnes
a las que un sol íntimo da sangre, tenemos
ocaso, ¿por qué no ellas?
Somos cuentos contando cuentos, nada.
Un poco al sol y al aire retrasamos
la irrespirable tiniebla en que nos pese
la humilde tierra impuesta:
cadáveres aplazados que procrean.
Leyes hechas, estatuas vistas, odas acabadas:
todo tiene hoyo propio. Si nosotros, carnes
a las que un sol íntimo da sangre, tenemos
ocaso, ¿por qué no ellas?
Somos cuentos contando cuentos, nada.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Lluvia (por Miguel Florián)
El agua deslía la conciencia, una a una
empapa las imágenes, se agitan sus reflejos,
tiemblan sólo un instante sobre la herida. Nunca
acabará la lluvia. En la memoria llueve,
vuelvo a ver los charcos de la infancia, una manta
empapada sobre vagas cabezas, y un rostro
muy fugaz de mujer. Siempre estuvo lloviendo,
los pájaros perdidos buscaban entibiarse
en nuestra sangre. Aquella boca de tibia luna
enmudecida y fría, sobre la yerba húmeda...
¿A dónde lleva el agua esas semillas?, ¿en qué mar
desembocan?, ¿en qué madre germinan?, ¿acaso
el alma es tierra y luego, ya en sazón, fructifican
bajo el temblor de la memoria? Tocar el mundo
con nuestras manos ciegas, y luego, en el recuerdo,
otro mundo renace más intenso. Aquella
mano posada sobre el tiempo, aquella frente
con su gesto de arcilla, y este turbio afán
del hombre por alzar su casa derruida
bajo la tempestad, esta inquietud de abrir
en las ondas de todos los regatos la entraña
encendida del musgo. Sí, ¿en qué océano,
en qué lecho se vierten las palabras?, ¿qué muelles
refugian a sus barcos? El cielo es agua quieta,
y el polvo, y los vestigios que espejean y abrasan
en su luz la conciencia. Náufragos todos bajo
idéntico aguacero, peregrinos del sueño,
creciendo sobre el pecho del tiempo, sosteniéndonos
sobre la mano incierta de un dios que nos ignora.
empapa las imágenes, se agitan sus reflejos,
tiemblan sólo un instante sobre la herida. Nunca
acabará la lluvia. En la memoria llueve,
vuelvo a ver los charcos de la infancia, una manta
empapada sobre vagas cabezas, y un rostro
muy fugaz de mujer. Siempre estuvo lloviendo,
los pájaros perdidos buscaban entibiarse
en nuestra sangre. Aquella boca de tibia luna
enmudecida y fría, sobre la yerba húmeda...
¿A dónde lleva el agua esas semillas?, ¿en qué mar
desembocan?, ¿en qué madre germinan?, ¿acaso
el alma es tierra y luego, ya en sazón, fructifican
bajo el temblor de la memoria? Tocar el mundo
con nuestras manos ciegas, y luego, en el recuerdo,
otro mundo renace más intenso. Aquella
mano posada sobre el tiempo, aquella frente
con su gesto de arcilla, y este turbio afán
del hombre por alzar su casa derruida
bajo la tempestad, esta inquietud de abrir
en las ondas de todos los regatos la entraña
encendida del musgo. Sí, ¿en qué océano,
en qué lecho se vierten las palabras?, ¿qué muelles
refugian a sus barcos? El cielo es agua quieta,
y el polvo, y los vestigios que espejean y abrasan
en su luz la conciencia. Náufragos todos bajo
idéntico aguacero, peregrinos del sueño,
creciendo sobre el pecho del tiempo, sosteniéndonos
sobre la mano incierta de un dios que nos ignora.
martes, 27 de octubre de 2009
Es raro (por Philip Larkin)
Es raro no saber nada, no estar seguro
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo, o bueno,
así parece, alguien debe saberlo.
Es raro no entender cómo marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar, sí,
es raro hasta el gastar ese conocimiento,
pues la carne nos ciñe con sus propias decisiones,
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de porqué.
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo, o bueno,
así parece, alguien debe saberlo.
Es raro no entender cómo marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar, sí,
es raro hasta el gastar ese conocimiento,
pues la carne nos ciñe con sus propias decisiones,
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de porqué.
lunes, 26 de octubre de 2009
Cerremos estos ojos (por Mario Benedetti)
Cerremos estos ojos para entrar al misterio
el que acude con gozos y desdichas
así
en esta noche provocada crearemos por fin nuestras propias estrellas
y nuestra hermosa colección de sueños
el pobre mundo seguirá rodando
lejos de nuestros párpados caídos
habrá hurtos abusos fechorías
o sea el espantoso ritmo de las cosas
allá en la calle seguirán los mismos
escaparates de las tentaciones
ah pero nuestros ojos tapados piensan sienten
lo que no pensaron ni sintieron antes
si pasado mañana los abrimos
el corazón acaso se encabrite
así hasta que los párpados
se nos caigan de nuevo
y volvamos al pacto de lo oscuro
el que acude con gozos y desdichas
así
en esta noche provocada crearemos por fin nuestras propias estrellas
y nuestra hermosa colección de sueños
el pobre mundo seguirá rodando
lejos de nuestros párpados caídos
habrá hurtos abusos fechorías
o sea el espantoso ritmo de las cosas
allá en la calle seguirán los mismos
escaparates de las tentaciones
ah pero nuestros ojos tapados piensan sienten
lo que no pensaron ni sintieron antes
si pasado mañana los abrimos
el corazón acaso se encabrite
así hasta que los párpados
se nos caigan de nuevo
y volvamos al pacto de lo oscuro
domingo, 25 de octubre de 2009
Luz de un quinquet (por Jon Jonenjur)
Luz de un quinquet
9 pintas, 29 latidos, Gillespie,
madrugada, ganas de hablar.
La generación del 77 íbamos a cambiar el mundo en el fututo
pero los electrodomésticos siguen funcionando en el 2007,
como siempre…
Me pregunto:
Por qué un intermitente puede llevarme a la lágrima, de vasta emoción, por qué siento que me responde, cuando se ilumina su automática luz naranja, y que no estoy solo, que somos dos, objetos comunicándose, que la máquina pretende mi atención, sabiendo antes de que se ilumine sin embargo apenas un segundo antes que así será…
No lo entiendo:
Por qué ladra el borracho a los coches que pasan a su lado.
Es de noche.
Hace frío.
Mientras, la gente ahí afuera insiste, empujando sus pesadas rocas, hacia la pirámide.
En las paredes de mi casa se pudre la luz de ayer por la mañana.
Y yo sigo de pie junto a la ventana, sin tomar ninguna decisión.
Podría quedarme a vivir dentro de esta canción.
A night in Tunisia.
Pienso que:
La oportunidad debe ir acompañada de destreza…
Todos los muebles de casa me observan con rostro de preocupación.
No quiero pensar,
para no atraer su atención con el ruido de mi cabeza.
Un automóvil ha atropellado al borracho, se apagó el ruido y la furia.
Está muerto, pero no siento lástima.
Tampoco sé qué significa eso realmente, si es salvaje, inhumano o inmoral,pero es cierto.
Y mientras, la gente ahí afuera no deja de insistir, empujando sus rocas.
Me pregunto:
Debe haber algún motivo por el que todo haya adquirido esta forma,
esta forma de costumbre, en que amanece como una herida sin importancia.
Ya no recuerdo qué clase de paciencia me trajo a este lugar...
9 pintas, 29 latidos, Gillespie,
madrugada, ganas de hablar.
La generación del 77 íbamos a cambiar el mundo en el fututo
pero los electrodomésticos siguen funcionando en el 2007,
como siempre…
Me pregunto:
Por qué un intermitente puede llevarme a la lágrima, de vasta emoción, por qué siento que me responde, cuando se ilumina su automática luz naranja, y que no estoy solo, que somos dos, objetos comunicándose, que la máquina pretende mi atención, sabiendo antes de que se ilumine sin embargo apenas un segundo antes que así será…
No lo entiendo:
Por qué ladra el borracho a los coches que pasan a su lado.
Es de noche.
Hace frío.
Mientras, la gente ahí afuera insiste, empujando sus pesadas rocas, hacia la pirámide.
En las paredes de mi casa se pudre la luz de ayer por la mañana.
Y yo sigo de pie junto a la ventana, sin tomar ninguna decisión.
Podría quedarme a vivir dentro de esta canción.
A night in Tunisia.
Pienso que:
La oportunidad debe ir acompañada de destreza…
Todos los muebles de casa me observan con rostro de preocupación.
No quiero pensar,
para no atraer su atención con el ruido de mi cabeza.
Un automóvil ha atropellado al borracho, se apagó el ruido y la furia.
Está muerto, pero no siento lástima.
Tampoco sé qué significa eso realmente, si es salvaje, inhumano o inmoral,pero es cierto.
Y mientras, la gente ahí afuera no deja de insistir, empujando sus rocas.
Me pregunto:
Debe haber algún motivo por el que todo haya adquirido esta forma,
esta forma de costumbre, en que amanece como una herida sin importancia.
Ya no recuerdo qué clase de paciencia me trajo a este lugar...
sábado, 24 de octubre de 2009
Tigre (por William Blake)
Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte
pudieron tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible?, ¿qué terribles pies?
¿qué martillo? ¿qué cadena?
¿en qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras
osaron sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿El mismo que hizo al cordero fue quien te hizo a ti?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte
pudieron tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible?, ¿qué terribles pies?
¿qué martillo? ¿qué cadena?
¿en qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras
osaron sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿El mismo que hizo al cordero fue quien te hizo a ti?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?
viernes, 23 de octubre de 2009
Aún (por Antonio Gamoneda)
Amé. Es incomprensible como el temor de los árboles.
Ahora estoy extraviado en la luz pero yo sé que amé.
Yo vivía en un ser y su sangre se deslizaba por mis venas y
la música me envolvía y yo mismo era música.
Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?
Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían dulcemente.
¿Qué fue existir entre cuerdas y olvidos?
¿Quién fui en los brazos de mi madre,
quién fui en mi propio corazón?
Es extraño: solamente he aprendido a desconocer y olvidar.
Es extraño:
todavía el amor
habita en el olvido.
Ahora estoy extraviado en la luz pero yo sé que amé.
Yo vivía en un ser y su sangre se deslizaba por mis venas y
la música me envolvía y yo mismo era música.
Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?
Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían dulcemente.
¿Qué fue existir entre cuerdas y olvidos?
¿Quién fui en los brazos de mi madre,
quién fui en mi propio corazón?
Es extraño: solamente he aprendido a desconocer y olvidar.
Es extraño:
todavía el amor
habita en el olvido.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Conocidos (por José Luis Piquero)
Va a seguir, pero duda, y se detiene
a saludar mejor. Acaso entiende
que la frecuencia obliga a cierto aumento
en lo que atañe a tiempo y calidad.
Recuerdo que hace sólo unas semanas
nos cruzábamos y él me saludaba
con hastaluego y mínima sonrisa,
sencillez que también se agradecía
por cómoda y ausente de embarazo
(nunca he sido muy hábil en el trato social).
Luego, y aunque en esta ocasión
todo queda en las frases de rigor,
pienso en que se ha parado y ya lamento
de este engorro de siempre el nuevo ascenso.
Me inquieta no saber lo que pretende:
resultarme simpático, imponerse
a ese miedo trivial, escandaloso,
que tenemos los unos de los otros.
a saludar mejor. Acaso entiende
que la frecuencia obliga a cierto aumento
en lo que atañe a tiempo y calidad.
Recuerdo que hace sólo unas semanas
nos cruzábamos y él me saludaba
con hastaluego y mínima sonrisa,
sencillez que también se agradecía
por cómoda y ausente de embarazo
(nunca he sido muy hábil en el trato social).
Luego, y aunque en esta ocasión
todo queda en las frases de rigor,
pienso en que se ha parado y ya lamento
de este engorro de siempre el nuevo ascenso.
Me inquieta no saber lo que pretende:
resultarme simpático, imponerse
a ese miedo trivial, escandaloso,
que tenemos los unos de los otros.
martes, 20 de octubre de 2009
Álguienes (por Saiz de Marco)
Alegría de no estar compactado,
de no ser una mole de cemento,
de no ser sólo alguien
sino álguienes,
de verme después como a otro distinto
(¿cómo pude ser ése que era entonces?).
Alegría de cambiar y
ser ya otro,
de no estar encallado ni varado,
de zarpar,
trasbordar,
desembarcar…
Alegría de no ser siempre el mismo,
de no ser un estanque, un mineral,
de no ser aún
un fósil ni
una momia,
del ahora y del
por el momento.
Alegría de estar siendo y
ser estando,
del vete tú a saber qué seré luego.
Alegría de fluir.
Alegría.
de no ser una mole de cemento,
de no ser sólo alguien
sino álguienes,
de verme después como a otro distinto
(¿cómo pude ser ése que era entonces?).
Alegría de cambiar y
ser ya otro,
de no estar encallado ni varado,
de zarpar,
trasbordar,
desembarcar…
Alegría de no ser siempre el mismo,
de no ser un estanque, un mineral,
de no ser aún
un fósil ni
una momia,
del ahora y del
por el momento.
Alegría de estar siendo y
ser estando,
del vete tú a saber qué seré luego.
Alegría de fluir.
Alegría.
lunes, 19 de octubre de 2009
Grandes son los desiertos (por Fernando Pessoa)
Grandes son los desiertos, y todo es desierto.
No sólo algunas toneladas de piedras o ladrillos en lo alto
que disfrazan el suelo, el tal suelo que es todo.
Grandes son los desiertos y las almas desiertas y grandes
-desiertas porque no pasan por ellas sino ellas mismas,
grandes porque desde allí se ve todo, y todo murió-.
¡Grandes son los desiertos, alma mía!
Grandes son los desiertos.
No saqué billete para la vida,
erré a la puerta del sentimiento,
no hubo voluntad u ocasión que no perdiera.
Hoy nada me resta en vísperas de viaje,
con la maleta abierta esperando el acomodo aplazado,
sentado en la silla en compañía de las camisas que no caben,
hoy nada me queda (además de lo incómodo de estar sentado así)
sino saber esto:
Grandes son los desiertos, y todo es desierto.
Grande es la vida, y no vale la pena que haya vida.
Acomodo mejor la maleta con los ojos de pensar en acomodar
que con el acomodo de las manos facticias (y creo que digo bien).
Enciendo un cigarro para aplazar el viaje,
para aplazar todos los viajes,
para aplazar el universo entero.
¡Vuelve mañana, realidad!
¡Basta por hoy, gentes!
¡Aplázate, presente absoluto!
Más vale no tenerlo que vivir así.
Compren chocolates al niño a quien sucedí por error
y arranquen el letrero porque el mañana es infinito.
Pero tengo que acomodar la maleta,
tengo por fuerza que acomodar la maleta,
la maleta.
No puedo llevar las camisas en la hipótesis y la maleta en la razón.
Sí, toda la vida he tenido que acomodar la maleta.
Pero también, toda la vida, me he quedado sentado a la orilla de las camisas apiladas,
rumiando, como un buey que no llegó a ser Apis, destino.
Tengo que acomodar la maleta del ser.
Tengo que existir acomodando maletas.
La ceniza del cigarro cayó sobre la camisa de encima del montón.
Me pongo de costado, me aseguro de que estoy durmiendo.
Sólo sé que tengo que acomodar la maleta
y que los desiertos son grandes y todo es desierto,
y cualquier parábola respecto a esto,
pero de esa ya me olvidé.
Me levanto de repente todos los Césares.
Voy definitivamente a acomodar la maleta.
Hala, he de acomodarla y cerrarla;
he de llevármela de aquí,
he de existir independientemente de ella.
Grandes son los desiertos y todo es desierto,
salvo error, naturalmente.
¡Pobre del alma humana con oasis sólo en el desierto de al lado!
Más vale acomodar la maleta.
Fin.
No sólo algunas toneladas de piedras o ladrillos en lo alto
que disfrazan el suelo, el tal suelo que es todo.
Grandes son los desiertos y las almas desiertas y grandes
-desiertas porque no pasan por ellas sino ellas mismas,
grandes porque desde allí se ve todo, y todo murió-.
¡Grandes son los desiertos, alma mía!
Grandes son los desiertos.
No saqué billete para la vida,
erré a la puerta del sentimiento,
no hubo voluntad u ocasión que no perdiera.
Hoy nada me resta en vísperas de viaje,
con la maleta abierta esperando el acomodo aplazado,
sentado en la silla en compañía de las camisas que no caben,
hoy nada me queda (además de lo incómodo de estar sentado así)
sino saber esto:
Grandes son los desiertos, y todo es desierto.
Grande es la vida, y no vale la pena que haya vida.
Acomodo mejor la maleta con los ojos de pensar en acomodar
que con el acomodo de las manos facticias (y creo que digo bien).
Enciendo un cigarro para aplazar el viaje,
para aplazar todos los viajes,
para aplazar el universo entero.
¡Vuelve mañana, realidad!
¡Basta por hoy, gentes!
¡Aplázate, presente absoluto!
Más vale no tenerlo que vivir así.
Compren chocolates al niño a quien sucedí por error
y arranquen el letrero porque el mañana es infinito.
Pero tengo que acomodar la maleta,
tengo por fuerza que acomodar la maleta,
la maleta.
No puedo llevar las camisas en la hipótesis y la maleta en la razón.
Sí, toda la vida he tenido que acomodar la maleta.
Pero también, toda la vida, me he quedado sentado a la orilla de las camisas apiladas,
rumiando, como un buey que no llegó a ser Apis, destino.
Tengo que acomodar la maleta del ser.
Tengo que existir acomodando maletas.
La ceniza del cigarro cayó sobre la camisa de encima del montón.
Me pongo de costado, me aseguro de que estoy durmiendo.
Sólo sé que tengo que acomodar la maleta
y que los desiertos son grandes y todo es desierto,
y cualquier parábola respecto a esto,
pero de esa ya me olvidé.
Me levanto de repente todos los Césares.
Voy definitivamente a acomodar la maleta.
Hala, he de acomodarla y cerrarla;
he de llevármela de aquí,
he de existir independientemente de ella.
Grandes son los desiertos y todo es desierto,
salvo error, naturalmente.
¡Pobre del alma humana con oasis sólo en el desierto de al lado!
Más vale acomodar la maleta.
Fin.
domingo, 18 de octubre de 2009
Cuarentena (por García Montero)
Con qué ferocidad y a qué hora importuna
salen tus veinte años de la fotografía
para exigirme cuentas.
En los ojos heridos por la luz
sostienes la mirada de mis sobras,
en el descaro de tus profecías
desdeñas la lealtad de mis recuerdos,
en la piel transparente
anegas el cansancio de mi piel
y defines mis años por traiciones.
No escandalices más,
hablemos si tú quieres,
elige tú las armas y el paisaje
de la conversación,
y espera a que se vayan los invitados a la cena fría
de mis cuarenta años.
Por evaporaciones,
como las aguas sucias de los charcos
se acercan a las nubes,
caminaré contigo
hasta la plaza de tu juventud.
Allí están los magníficos
árboles de las ciencias y las letras
con sus palabras en el mes de mayo,
y el orden de los números
a la orilla del tiempo,
más cerca de las sumas que de las divisiones.
Imagino tu voz, supongo el aire
-porque a veces regresa hasta mis labios
en noches de espesura-
con el que afirmarás
que toda libertad es una roca,
que no faltan el viento y las razones,
sino la voluntad en el timón,
para gritar después que mi conciencia
es ya ropa tendida,
palabras puestas a secar.
Tendrás razón. No digo
ni la mitad de lo que siento.
Pero recuerda que mi soledad,
la que arde en mi lámpara de desaparecido,
es el silencio de las causas públicas.
Y puedes comprenderme:
mis mujeres dormidas,
el cajón de los barcos indefensos,
un teléfono antiguo...,
todas las tachaduras se parecen
a la inquietud que sufres
ante la vida en blanco.
Ya que fuerzas mis sombras con tu luz
comprende mi silencio en tus exclamaciones.
Porque sabes que sé
el lado frágil de la impertinencia,
lo que hay de imitación en tu seguridad,
la certeza que llega de los otros
para empujarte
por el afán de ser el elegido,
por el deseo de gustar,
hasta vivir de oídas en muchas ocasiones.
Aceptaré las quejas, si tú me reconoces
la legitimidad de la impostura.
Ahora que necesito
meditar lo que creo
en busca de un destino soportable,
me acerco a ti,
porque sabías meditar tus dudas.
Cuando tengas la edad que se avecina,
admitirás el tiempo de los encajadores,
la piel gastada y resistente,
el tono bajo de la voz
y el corazón cansado de elegir
sombras de pie o luz arrodillada.
Después de lo que he visto y lo que tú verás,
no es un mal resultado, te lo juro.
Baja conmigo al día,
ven hasta los paisajes verdaderos
en los que discutimos,
y me agradecerás
la difícil tarea de tu supervivencia.
salen tus veinte años de la fotografía
para exigirme cuentas.
En los ojos heridos por la luz
sostienes la mirada de mis sobras,
en el descaro de tus profecías
desdeñas la lealtad de mis recuerdos,
en la piel transparente
anegas el cansancio de mi piel
y defines mis años por traiciones.
No escandalices más,
hablemos si tú quieres,
elige tú las armas y el paisaje
de la conversación,
y espera a que se vayan los invitados a la cena fría
de mis cuarenta años.
Por evaporaciones,
como las aguas sucias de los charcos
se acercan a las nubes,
caminaré contigo
hasta la plaza de tu juventud.
Allí están los magníficos
árboles de las ciencias y las letras
con sus palabras en el mes de mayo,
y el orden de los números
a la orilla del tiempo,
más cerca de las sumas que de las divisiones.
Imagino tu voz, supongo el aire
-porque a veces regresa hasta mis labios
en noches de espesura-
con el que afirmarás
que toda libertad es una roca,
que no faltan el viento y las razones,
sino la voluntad en el timón,
para gritar después que mi conciencia
es ya ropa tendida,
palabras puestas a secar.
Tendrás razón. No digo
ni la mitad de lo que siento.
Pero recuerda que mi soledad,
la que arde en mi lámpara de desaparecido,
es el silencio de las causas públicas.
Y puedes comprenderme:
mis mujeres dormidas,
el cajón de los barcos indefensos,
un teléfono antiguo...,
todas las tachaduras se parecen
a la inquietud que sufres
ante la vida en blanco.
Ya que fuerzas mis sombras con tu luz
comprende mi silencio en tus exclamaciones.
Porque sabes que sé
el lado frágil de la impertinencia,
lo que hay de imitación en tu seguridad,
la certeza que llega de los otros
para empujarte
por el afán de ser el elegido,
por el deseo de gustar,
hasta vivir de oídas en muchas ocasiones.
Aceptaré las quejas, si tú me reconoces
la legitimidad de la impostura.
Ahora que necesito
meditar lo que creo
en busca de un destino soportable,
me acerco a ti,
porque sabías meditar tus dudas.
Cuando tengas la edad que se avecina,
admitirás el tiempo de los encajadores,
la piel gastada y resistente,
el tono bajo de la voz
y el corazón cansado de elegir
sombras de pie o luz arrodillada.
Después de lo que he visto y lo que tú verás,
no es un mal resultado, te lo juro.
Baja conmigo al día,
ven hasta los paisajes verdaderos
en los que discutimos,
y me agradecerás
la difícil tarea de tu supervivencia.
sábado, 17 de octubre de 2009
Ahora (por Camilo José Cela)
Ahora que ya tus ojos son como sal, y fértil
tu inmensa boca es un volcán difunto.
Ahora que ya los lobos y las piedras,
tus vestidos pegados cual olvidadas vendas
y este atroz mineral que extraje de tu pecho,
son reliquias tan ciertas como antiguos abrazos.
Ahora que tus axilas pueblan de olor el mundo
donde yo con mi piel de viudo te presiento.
Ahora que tus zapatos, tus sostenes, tu lápiz de labios,
no me dan más que frío al encontrarlos.
Ahora que ya no puedo dormir donde has dormido
porque mis ojos lloran azufre y yodo ardiendo.
Ahora que ya no puedo ver tu talla desnuda
porque alambres al rojo se clavan en mi sexo.
Ahora que los domingos salgo sin rumbo, inmóvil,
y que tranvías, yeguas, las moradas mujeres ni el consuelo,
han de torcer mi ruta de novio eternamente.
Ahora que ya conozco lo bastante a los hombres,
para que no me fíe ni de mi pena misma.
Ahora que los difuntos, en montones austeros,
son incapaces de hacerme verter lágrimas
porque mis ojos son de cristal y aluminio.
Ahora que ya me olvido de qué es dormir tranquilo,
e imbéciles amigos pueblan mi soledad de compasiones que no quiero.
Ahora que mis dos manos son totalmente inútiles
porque en clavos con óxido sólo encuentran tu cuerpo.
Ahora que ya mi boca pudiera cerrarse eternamente,
porque tus salobres ingles, tus sustanciosos huesos,
ya ni me pertenecen.
Ahora que ni cuchillos, ni pistolas, ni ojos envenenados,
me hacen temblar de miedo, porque un solo veneno
es quien late en mis pulsos.
tu inmensa boca es un volcán difunto.
Ahora que ya los lobos y las piedras,
tus vestidos pegados cual olvidadas vendas
y este atroz mineral que extraje de tu pecho,
son reliquias tan ciertas como antiguos abrazos.
Ahora que tus axilas pueblan de olor el mundo
donde yo con mi piel de viudo te presiento.
Ahora que tus zapatos, tus sostenes, tu lápiz de labios,
no me dan más que frío al encontrarlos.
Ahora que ya no puedo dormir donde has dormido
porque mis ojos lloran azufre y yodo ardiendo.
Ahora que ya no puedo ver tu talla desnuda
porque alambres al rojo se clavan en mi sexo.
Ahora que los domingos salgo sin rumbo, inmóvil,
y que tranvías, yeguas, las moradas mujeres ni el consuelo,
han de torcer mi ruta de novio eternamente.
Ahora que ya conozco lo bastante a los hombres,
para que no me fíe ni de mi pena misma.
Ahora que los difuntos, en montones austeros,
son incapaces de hacerme verter lágrimas
porque mis ojos son de cristal y aluminio.
Ahora que ya me olvido de qué es dormir tranquilo,
e imbéciles amigos pueblan mi soledad de compasiones que no quiero.
Ahora que mis dos manos son totalmente inútiles
porque en clavos con óxido sólo encuentran tu cuerpo.
Ahora que ya mi boca pudiera cerrarse eternamente,
porque tus salobres ingles, tus sustanciosos huesos,
ya ni me pertenecen.
Ahora que ni cuchillos, ni pistolas, ni ojos envenenados,
me hacen temblar de miedo, porque un solo veneno
es quien late en mis pulsos.
viernes, 16 de octubre de 2009
Despertar (por Pedro Salinas)
Sabemos, sí, que hay luz. Esta aguardando
detrás de esa ventana
con sus trágicas garras diamantinas,
ansiosa de clavarnos, de hundirnos
evidencias en la carne, en los ojos, más allá.
La resistimos, obstinadamente,
en la prolongación, cuarto cerrado,
de la felicidad oscura,
caliente aún en los cuerpos de la noche.
Los besos son de noche todavía
y nuestros labios cavan en la aurora,
aún, un espacio: el gran besar nocturno.
Sabemos, sí, que hay mundo.
Testigos vagos de él, romper de olas,
los ruidos, píos de aves, gritos rotos,
arañan escalándolo, lloviéndolo,
el gran silencio que nos reservamos,
isla habitada sólo por dos voces.
Del naufragio tristísimo, en el alba,
de aquel callar en donde se abolía
lo que no era nosotros en nosotros,
quedamos solos,
prendidos a los restos del silencio,
tú y yo, los escapados por milagro.
"¡Tardar!", grito del alma.
"¡Tardar, tardar!", nos grita el ser entero.
Nuestro anhelo es tardar.
Rechazando la luz, el ruido, el mundo,
semidespiertos, aquí, en la porfiada penumbra
defendemos, inmóviles, trágicamente quietos,
imitando quietudes de alta noche,
nuestro derecho a no nacer aún.
Los dos tendidos, boca arriba,
el techo oscuro es nuestro cielo claro,
mientras no nos lo niegue ella: la luz.
El cuerpo, apenas visto, junto al cuerpo,
detrás del sueño, del amor, desnudos
fingen haber sido así siempre,
vírgenes de las telas y del suelo,
creen que no pisaron mundo.
Aquí en nuestra batalla silenciosa
-¡no, no abrir todavía, no, no abrir!-
contra la claridad, está latiendo
el ansia de soñar que no nacimos,
el afán de tardarnos en vivir.
Nuestros cuerpos ignoran sus pasados;
horizontales, en el lecho, flotan
sobre virginidades y candor:
juego pueril en su abrazar.
Estamos
-mientras la luz, el ruido
no nos corrompan con su gran pecado-
tan inocentemente perezosos,
aquí en la orilla del nacer.
Y lo que ha sido ya, los años,
las memorias llamadas nuestra vida,
alzan vuelos ingrávidos, se van,
parecen sombras, dudas de existencia.
Cuando por fin nazcamos
abierta la ventana -¿quién, tú o yo?-
contemplaremos asombradamente
a lo que está detrás,
incrédulos de haber llamado nuestra vida a aquello,
nuestro dolor o amor. No.
La vida es la sorpresa en que nos suelta
como en un mar inmenso,
desnudos, inocentes,
esta noche, gran madre de nosotros:
vamos hacia el nacer.
Nuestro existir de antes
presagio era. ¿No le ves al borde
de su cumplirse, tembloroso, retrasando
desesperadamente, a abrazos,
la fatal caída en él?
Y al despedirnos -¡ya la luz, la luz!-
de lo gozado y lo sufrido atrás,
se nos revela transparentemente
que el vivir hasta ahora ha sido sólo
trémulo presentirse jubiloso
-antes aun de las almas y su séquito-,
pura promesa prenatal.
detrás de esa ventana
con sus trágicas garras diamantinas,
ansiosa de clavarnos, de hundirnos
evidencias en la carne, en los ojos, más allá.
La resistimos, obstinadamente,
en la prolongación, cuarto cerrado,
de la felicidad oscura,
caliente aún en los cuerpos de la noche.
Los besos son de noche todavía
y nuestros labios cavan en la aurora,
aún, un espacio: el gran besar nocturno.
Sabemos, sí, que hay mundo.
Testigos vagos de él, romper de olas,
los ruidos, píos de aves, gritos rotos,
arañan escalándolo, lloviéndolo,
el gran silencio que nos reservamos,
isla habitada sólo por dos voces.
Del naufragio tristísimo, en el alba,
de aquel callar en donde se abolía
lo que no era nosotros en nosotros,
quedamos solos,
prendidos a los restos del silencio,
tú y yo, los escapados por milagro.
"¡Tardar!", grito del alma.
"¡Tardar, tardar!", nos grita el ser entero.
Nuestro anhelo es tardar.
Rechazando la luz, el ruido, el mundo,
semidespiertos, aquí, en la porfiada penumbra
defendemos, inmóviles, trágicamente quietos,
imitando quietudes de alta noche,
nuestro derecho a no nacer aún.
Los dos tendidos, boca arriba,
el techo oscuro es nuestro cielo claro,
mientras no nos lo niegue ella: la luz.
El cuerpo, apenas visto, junto al cuerpo,
detrás del sueño, del amor, desnudos
fingen haber sido así siempre,
vírgenes de las telas y del suelo,
creen que no pisaron mundo.
Aquí en nuestra batalla silenciosa
-¡no, no abrir todavía, no, no abrir!-
contra la claridad, está latiendo
el ansia de soñar que no nacimos,
el afán de tardarnos en vivir.
Nuestros cuerpos ignoran sus pasados;
horizontales, en el lecho, flotan
sobre virginidades y candor:
juego pueril en su abrazar.
Estamos
-mientras la luz, el ruido
no nos corrompan con su gran pecado-
tan inocentemente perezosos,
aquí en la orilla del nacer.
Y lo que ha sido ya, los años,
las memorias llamadas nuestra vida,
alzan vuelos ingrávidos, se van,
parecen sombras, dudas de existencia.
Cuando por fin nazcamos
abierta la ventana -¿quién, tú o yo?-
contemplaremos asombradamente
a lo que está detrás,
incrédulos de haber llamado nuestra vida a aquello,
nuestro dolor o amor. No.
La vida es la sorpresa en que nos suelta
como en un mar inmenso,
desnudos, inocentes,
esta noche, gran madre de nosotros:
vamos hacia el nacer.
Nuestro existir de antes
presagio era. ¿No le ves al borde
de su cumplirse, tembloroso, retrasando
desesperadamente, a abrazos,
la fatal caída en él?
Y al despedirnos -¡ya la luz, la luz!-
de lo gozado y lo sufrido atrás,
se nos revela transparentemente
que el vivir hasta ahora ha sido sólo
trémulo presentirse jubiloso
-antes aun de las almas y su séquito-,
pura promesa prenatal.
jueves, 15 de octubre de 2009
Nos miramos indiferentemente (por Fernando Pessoa)
Sí, pasaba con frecuencia por aquí hace veinte años...
nada ha cambiado -o al menos no lo advierto-
en este rincón de la ciudad.
¡Hace veinte años!
¡El que yo era entonces! Bueno, en fin, yo era otro
hace veinte años, pero las cosas no lo saben...
Veinte años inútiles (¡y yo qué sé si lo han sido!
¿Acaso sé lo que es útil o inútil?)
Veinte años perdidos (y de haberlos ganado, ¿que sería?).
Intento reconstruir con la imaginación
quién era y cómo era cuando pasaba por aquí
hace veinte años…
No recuerdo, no puedo recordar.
El que entonces pasaba
si hoy existiera tal vez recordaría…
¡Hay tanto personaje de novela al que por dentro conozco mejor
que a ese yo mío que pasaba por aquí hace veinte años!
Sí, el misterio del tiempo.
Sí, el que nunca se llegue a saber nada.
Sí, el que hayamos nacido a bordo todos.
Sí, sí, todo eso o cualquier otra forma de decirlo…
Por aquella ventana del segundo piso, idéntica a sí misma todavía,
más azul en el recuerdo,
se asomaba entonces una muchacha mayor que yo.
Y hoy, tal vez..., tal vez, ¿que?
Todo es imaginable cuando nada sabemos.
Física y moralmente estoy parado: no quiero imaginarme nada...
Un día subí esta calle pensando alegremente en el futuro,
pues Dios permite que aquello que no existe sea intensamente iluminado.
Hoy, al bajar esta calle, ni en el pasado pienso alegremente.
Cuando mucho, ni pienso...
Mi impresión es que las dos figuras se cruzaron en la calle no entonces ni ahora,
sino aquí mismo, sin que el tiempo perturbara su cruzarse…
Nos miramos indiferentemente el uno al otro.
Y yo, el de antes, fui calle arriba imaginando un futuro girasol.
Y yo, el de ahora, fui calle abajo sin imaginarme nada.
En la realidad esto tal vez sucediera,
en verdad sucediera,
carnalmente sucediera.
Sí, tal vez.
nada ha cambiado -o al menos no lo advierto-
en este rincón de la ciudad.
¡Hace veinte años!
¡El que yo era entonces! Bueno, en fin, yo era otro
hace veinte años, pero las cosas no lo saben...
Veinte años inútiles (¡y yo qué sé si lo han sido!
¿Acaso sé lo que es útil o inútil?)
Veinte años perdidos (y de haberlos ganado, ¿que sería?).
Intento reconstruir con la imaginación
quién era y cómo era cuando pasaba por aquí
hace veinte años…
No recuerdo, no puedo recordar.
El que entonces pasaba
si hoy existiera tal vez recordaría…
¡Hay tanto personaje de novela al que por dentro conozco mejor
que a ese yo mío que pasaba por aquí hace veinte años!
Sí, el misterio del tiempo.
Sí, el que nunca se llegue a saber nada.
Sí, el que hayamos nacido a bordo todos.
Sí, sí, todo eso o cualquier otra forma de decirlo…
Por aquella ventana del segundo piso, idéntica a sí misma todavía,
más azul en el recuerdo,
se asomaba entonces una muchacha mayor que yo.
Y hoy, tal vez..., tal vez, ¿que?
Todo es imaginable cuando nada sabemos.
Física y moralmente estoy parado: no quiero imaginarme nada...
Un día subí esta calle pensando alegremente en el futuro,
pues Dios permite que aquello que no existe sea intensamente iluminado.
Hoy, al bajar esta calle, ni en el pasado pienso alegremente.
Cuando mucho, ni pienso...
Mi impresión es que las dos figuras se cruzaron en la calle no entonces ni ahora,
sino aquí mismo, sin que el tiempo perturbara su cruzarse…
Nos miramos indiferentemente el uno al otro.
Y yo, el de antes, fui calle arriba imaginando un futuro girasol.
Y yo, el de ahora, fui calle abajo sin imaginarme nada.
En la realidad esto tal vez sucediera,
en verdad sucediera,
carnalmente sucediera.
Sí, tal vez.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Ellos rompen el mundo (por Boris Vian)
Ellos rompen el mundo
En pequeños trocitos
Ellos rompen el mundo
A golpe de martillo
Pero a mí me da lo mismo
Me da lo mismo
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Me basta con amar
Una plumita azul
Un camino de arena
Y un pájaro perezoso
Me basta con amar
Una delgada brizna de hierba
Una gota de rocío
Y un grillo del monte
Ellos pueden romper el mundo
En pequeños trocitos
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Tendré siempre un poco de aire
Un hilillo de vida
En el ojo algo de luz
Y el viento en las ortigas
E incluso, incluso
Si me meten en la cárcel
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Me basta con amar
Esta piedra pulida
Estos ganchos de hierro
Donde queda un poco de sangre
La quiero y la quiero
A la tabla de mi cama dura
Al jergón y a la armadura
Y el polvo en el sol
Me gusta el ventanillo abierto
Y los hombres que entran
Que avanzan, que me llevan
De nuevo a la vida del mundo
Y a encontrar el color
Me gustan esos largos montantes
Ese cuchillo triangular
Esos señores negramente vestidos
Es mi día y estoy orgulloso
Lo quiero y me gusta
Esa panera llena de ruido
Donde poso mi cabeza
Oh, sí, la quiero convencido
Me basta con amar
Una brizna de hierba
Una gota de rocío
Un amor de pájaro perezoso
Ellos rompen el mundo
Con sus pesados martillos
Bastante queda para mí
Queda bastante, corazón mío.
En pequeños trocitos
Ellos rompen el mundo
A golpe de martillo
Pero a mí me da lo mismo
Me da lo mismo
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Me basta con amar
Una plumita azul
Un camino de arena
Y un pájaro perezoso
Me basta con amar
Una delgada brizna de hierba
Una gota de rocío
Y un grillo del monte
Ellos pueden romper el mundo
En pequeños trocitos
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Tendré siempre un poco de aire
Un hilillo de vida
En el ojo algo de luz
Y el viento en las ortigas
E incluso, incluso
Si me meten en la cárcel
Bastante queda para mí
Me queda bastante
Me basta con amar
Esta piedra pulida
Estos ganchos de hierro
Donde queda un poco de sangre
La quiero y la quiero
A la tabla de mi cama dura
Al jergón y a la armadura
Y el polvo en el sol
Me gusta el ventanillo abierto
Y los hombres que entran
Que avanzan, que me llevan
De nuevo a la vida del mundo
Y a encontrar el color
Me gustan esos largos montantes
Ese cuchillo triangular
Esos señores negramente vestidos
Es mi día y estoy orgulloso
Lo quiero y me gusta
Esa panera llena de ruido
Donde poso mi cabeza
Oh, sí, la quiero convencido
Me basta con amar
Una brizna de hierba
Una gota de rocío
Un amor de pájaro perezoso
Ellos rompen el mundo
Con sus pesados martillos
Bastante queda para mí
Queda bastante, corazón mío.
martes, 13 de octubre de 2009
Entonces sí (por Saiz de Marco)
Si pudiera escribirse
"de su boca no salió infamia
ni con sus manos causó dolor
ni destiló su corazón inquina";
si eso pudiera escribirse sobre
su tumba,
su barro,
su osamenta;
si eso pudiera escribirse sin
reserva,
torsión
ni desmemoria…;
entonces sí: entonces
ante él o ella
yo
me postraría.
"de su boca no salió infamia
ni con sus manos causó dolor
ni destiló su corazón inquina";
si eso pudiera escribirse sobre
su tumba,
su barro,
su osamenta;
si eso pudiera escribirse sin
reserva,
torsión
ni desmemoria…;
entonces sí: entonces
ante él o ella
yo
me postraría.
domingo, 11 de octubre de 2009
Noche negra (por García Lorca)
El corazón
que tenía en la escuela
donde estuvo pintada
la cartilla primera,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
El primer beso
que supo a beso y fue
para mis labios niños
como la lluvia fresca,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío
como el agua
del río.)
Mi primer verso.
La niña de las trenzas
que miraba de frente
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
Pero mi corazón
roído de culebras,
el que estuvo colgado
del árbol de la ciencia,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
Mi amor errante,
castillo sin firmeza
de sombras enmohecidas,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh, gran dolor!
Admites en tu cueva
nada más que la sombra.
¿Es cierto,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh, corazón perdido!
¡Réquiem aeternam!
que tenía en la escuela
donde estuvo pintada
la cartilla primera,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
El primer beso
que supo a beso y fue
para mis labios niños
como la lluvia fresca,
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío
como el agua
del río.)
Mi primer verso.
La niña de las trenzas
que miraba de frente
¿está en ti,
noche negra?
(Frío, frío,
como el agua
del río.)
Pero mi corazón
roído de culebras,
el que estuvo colgado
del árbol de la ciencia,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
Mi amor errante,
castillo sin firmeza
de sombras enmohecidas,
¿está en ti,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh, gran dolor!
Admites en tu cueva
nada más que la sombra.
¿Es cierto,
noche negra?
(Caliente, caliente,
como el agua
de la fuente.)
¡Oh, corazón perdido!
¡Réquiem aeternam!
sábado, 10 de octubre de 2009
Salvación por el cuerpo (por Pedro Salinas)
¿No lo oyes? Sobre el mundo,
eternamente errante
de vendaval, a brisas o a suspiro,
bajo el mundo,
tan poderosamente subterránea
que parece temblor, calor de tierra,
sin cesar, en su angustia desolada,
vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.
Todo quiere ser cuerpo.
Mariposa, montaña,
ensayos son alternativos
de forma corporal, a un mismo anhelo:
cumplirse en la materia,
evadidas por fin del desolado
sino de almas errantes.
Los espacios vacíos, el gran aire,
esperan siempre, por dejar de serlo,
bultos que los ocupen. Horizontes
vigilan avizores, en los mares,
barcos que desalojen
con su gran tonelaje y con su música
alguna parte del vacío inmenso
que el aire es fatalmente;
y las aves
tienen el aire lleno de memorias.
¡Afán, afán de cuerpo!
Querer vivir es anhelar la carne,
donde se vive y por la que se muere.
Se busca oscuramente sin saberlo
un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.
Nuestro primer hallazgo es el nacer.
Si se nace
con los ojos cerrados, y los puños
rabiosamente voluntarios, es
porque siempre se nace de quererlo.
El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,
como al olor de rosa se le olvida
la rosa. Lo llevamos
aliado nuestro, se le mira
en los espejos, en las sombras.
Solamente costumbre. Un día
la infatigable sed de ser corpóreo
en nosotros irrumpe,
lo mismo que la luz, necesitada
de posarse en materia para verse
por el revés de sí, verse en su sombra.
Y como el cuerpo más cercano
de todos los del mundo es este nuestro,
nos unimos con él, crédulos, fáciles,
ilusionados de que bastará
a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo
es el cuerpo primero en que vivimos,
y eso se llama juventud a veces.
Sí, es el primero y eran dieciséis
los años de la historia.
Agua fría en la piel,
zumo de mundo inédito en la boca,
locas carreras para nada, y luego
el cansancio feliz. Tibios presagios
sin rumbo el rostro corren,
disfrazados de ardores sin motivo.
Nos sospechamos nuestros labios ya.
La primera soledad se siente en ellos.
¡Y qué asombrado es el reconocerse
en estas tentativas de presencia,
nosotros en nosotros, vagabundos
por el cuerpo soltero!
Alegremente fáciles,
se vive así en materia
que nada necesita si no es ella,
igual que la inicial estrella de la noche,
tan suficientemente solitaria.
Así viven los seres
tiernamente llamados animales:
la gacela
está en bodas recientes con su cuerpo.
Pero luego supimos,
lo supimos tú y yo en el mismo día,
que un cuerpo que se busca
cuando se tiene ya y se está cansado
de su repetición y de su pulso,
sólo se encuentra en otro.
¿Con qué buscar los cuerpos?
Con los ojos se buscan, penetrantes,
en la alta madrugada, ese paisaje
del invierno del día, tan nevado;
en el lecho se buscan,
donde estoy solo, donde tú estarás.
La blancura vacía
se puebla de recuerdos no tenidos,
la recorren presagios sonrosados
de aquel rosado bulto que tú eras,
y brota, inmaterial masa de sueño,
tu inventada figura hasta que llegues.
Allí, en la oscura noche,
cuando el silencio lo permite todo
y parece la vida,
el oído en vela escucha
vaga respiración, suspiro en eco,
sospechas del estar un cuerpo aliado.
Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-
sólo está en su pareja.
Ya se encontró: con lentas claridades,
muy despacio.
¡Cómo desembocamos en el nuevo,
cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,
corriendo juntos entre orillas
que se llaman los días más felices!
¡Cómo nos encontramos con el nuestro
allí en el otro, por querer huirlo!
Estaba allí esperándose, esperándonos:
un cuerpo es el destino de otro cuerpo.
Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.
Después de tantas peregrinaciones
por temblores, por nubes y por números,
estaba su verdad definitiva.
Traspasamos los límites antiguos.
La vida salta, al fin, sobre su carne,
por un gran soplo corporal henchidas
las nuevas velas:
atrás se cierra un mar y busca otro.
Encarnación final, y jubiloso
nacer, por fin, en dos, en la unidad
radiante de la vida, dos. Derrota
del solitario aquel nacer primero.
Arribo a nuestra carne trascorpórea,
al cuerpo, ya, del alma.
Y se quedan aquí tras el hallazgo
-milagroso final de besos lentos-,
rendidos nuestros bultos y estrechados,
sólo ya como prendas, como señas
de que a dos seres les sirvió esta carne
-por eso está tan trémula de dicha-
para encontrar, al cabo, al otro lado,
su cuerpo, el del amor, último y cierto.
Ése
que inútilmente esperarán las tumbas.
eternamente errante
de vendaval, a brisas o a suspiro,
bajo el mundo,
tan poderosamente subterránea
que parece temblor, calor de tierra,
sin cesar, en su angustia desolada,
vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.
Todo quiere ser cuerpo.
Mariposa, montaña,
ensayos son alternativos
de forma corporal, a un mismo anhelo:
cumplirse en la materia,
evadidas por fin del desolado
sino de almas errantes.
Los espacios vacíos, el gran aire,
esperan siempre, por dejar de serlo,
bultos que los ocupen. Horizontes
vigilan avizores, en los mares,
barcos que desalojen
con su gran tonelaje y con su música
alguna parte del vacío inmenso
que el aire es fatalmente;
y las aves
tienen el aire lleno de memorias.
¡Afán, afán de cuerpo!
Querer vivir es anhelar la carne,
donde se vive y por la que se muere.
Se busca oscuramente sin saberlo
un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.
Nuestro primer hallazgo es el nacer.
Si se nace
con los ojos cerrados, y los puños
rabiosamente voluntarios, es
porque siempre se nace de quererlo.
El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,
como al olor de rosa se le olvida
la rosa. Lo llevamos
aliado nuestro, se le mira
en los espejos, en las sombras.
Solamente costumbre. Un día
la infatigable sed de ser corpóreo
en nosotros irrumpe,
lo mismo que la luz, necesitada
de posarse en materia para verse
por el revés de sí, verse en su sombra.
Y como el cuerpo más cercano
de todos los del mundo es este nuestro,
nos unimos con él, crédulos, fáciles,
ilusionados de que bastará
a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo
es el cuerpo primero en que vivimos,
y eso se llama juventud a veces.
Sí, es el primero y eran dieciséis
los años de la historia.
Agua fría en la piel,
zumo de mundo inédito en la boca,
locas carreras para nada, y luego
el cansancio feliz. Tibios presagios
sin rumbo el rostro corren,
disfrazados de ardores sin motivo.
Nos sospechamos nuestros labios ya.
La primera soledad se siente en ellos.
¡Y qué asombrado es el reconocerse
en estas tentativas de presencia,
nosotros en nosotros, vagabundos
por el cuerpo soltero!
Alegremente fáciles,
se vive así en materia
que nada necesita si no es ella,
igual que la inicial estrella de la noche,
tan suficientemente solitaria.
Así viven los seres
tiernamente llamados animales:
la gacela
está en bodas recientes con su cuerpo.
Pero luego supimos,
lo supimos tú y yo en el mismo día,
que un cuerpo que se busca
cuando se tiene ya y se está cansado
de su repetición y de su pulso,
sólo se encuentra en otro.
¿Con qué buscar los cuerpos?
Con los ojos se buscan, penetrantes,
en la alta madrugada, ese paisaje
del invierno del día, tan nevado;
en el lecho se buscan,
donde estoy solo, donde tú estarás.
La blancura vacía
se puebla de recuerdos no tenidos,
la recorren presagios sonrosados
de aquel rosado bulto que tú eras,
y brota, inmaterial masa de sueño,
tu inventada figura hasta que llegues.
Allí, en la oscura noche,
cuando el silencio lo permite todo
y parece la vida,
el oído en vela escucha
vaga respiración, suspiro en eco,
sospechas del estar un cuerpo aliado.
Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-
sólo está en su pareja.
Ya se encontró: con lentas claridades,
muy despacio.
¡Cómo desembocamos en el nuevo,
cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,
corriendo juntos entre orillas
que se llaman los días más felices!
¡Cómo nos encontramos con el nuestro
allí en el otro, por querer huirlo!
Estaba allí esperándose, esperándonos:
un cuerpo es el destino de otro cuerpo.
Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.
Después de tantas peregrinaciones
por temblores, por nubes y por números,
estaba su verdad definitiva.
Traspasamos los límites antiguos.
La vida salta, al fin, sobre su carne,
por un gran soplo corporal henchidas
las nuevas velas:
atrás se cierra un mar y busca otro.
Encarnación final, y jubiloso
nacer, por fin, en dos, en la unidad
radiante de la vida, dos. Derrota
del solitario aquel nacer primero.
Arribo a nuestra carne trascorpórea,
al cuerpo, ya, del alma.
Y se quedan aquí tras el hallazgo
-milagroso final de besos lentos-,
rendidos nuestros bultos y estrechados,
sólo ya como prendas, como señas
de que a dos seres les sirvió esta carne
-por eso está tan trémula de dicha-
para encontrar, al cabo, al otro lado,
su cuerpo, el del amor, último y cierto.
Ése
que inútilmente esperarán las tumbas.
viernes, 9 de octubre de 2009
Con tu muerte (por Darío Jaramillo)
Con tu muerte pierdo un pedazo del amor que hay por mí
sobre esta tierra.
Con tu muerte se me ha muerto esa ciudad
que conocí contigo
y donde no volveré:
sería pisar sobre sobre cenizas,
caminar sobre los escombros de una vida.
sobre esta tierra.
Con tu muerte se me ha muerto esa ciudad
que conocí contigo
y donde no volveré:
sería pisar sobre sobre cenizas,
caminar sobre los escombros de una vida.
jueves, 8 de octubre de 2009
No estarás (por Julio Cortázar)
Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Blues de la escalera (por Antonio Gamoneda)
Por la escalera sube una mujer
con un caldero lleno de penas.
Por la escalera sube una mujer
con el caldero de las penas.
Encontré a una mujer en la escalera
y ella bajó sus ojos ante mí.
Encontré la mujer con el caldero.
Ya nunca tendré paz en la escalera.
con un caldero lleno de penas.
Por la escalera sube una mujer
con el caldero de las penas.
Encontré a una mujer en la escalera
y ella bajó sus ojos ante mí.
Encontré la mujer con el caldero.
Ya nunca tendré paz en la escalera.
martes, 6 de octubre de 2009
Víspera de viaje (por Fernando Pessoa)
Víspera de viaje, ese timbrazo...
¡No me avisen con demasiada estridencia!
Quiero disfrutar del reposo de la estación del alma que tengo
antes de ver avanzar hacia mí la llegada de hierro
del tren definitivo,
antes de sentir la partida verdadera en la boca del estómago,
antes de poner en el estribo un pie
que nunca aprendió a no emocionarse siempre que tuvo que partir.
Quiero, en este momento, fumando en el apeadero de hoy,
seguir todavía un poco agarrado a la antigua vida.
¿Vida inútil, que sería mejor dejar, que es una celda?
¿Qué importa?
Todo el Universo es una celda, y estar preso no tiene nada que ver con el tamaño de la celda.
Me sabe a náusea próxima el pitillo. El tren ya partió de la otra estación...
Adiós, adiós, adiós, a todos los que no vinieron a despedirse de mí,
mi familia abstracta e imposible...
¡Adiós día de hoy, adiós apeadero de hoy, adiós vida, adiós vida!
Quedarme como un bulto con etiqueta olvidado,
en un rincón del resguardo de pasajeros del otro lado de la vía.
Ser encontrado por el guarda casual después de la partida
«¿Y ésta? ¿Se la habrá dejado un tipo aquí?»
Quedarse pensando sólo en partir,
quedarse y tener razón,
quedarse y morir menos...
Voy hacia el futuro como hacia un examen difícil.
¿Y si el tren nunca llegara y Dios se apiadara de mí?
Ya me veo en la estación hasta aquí simple metáfora.
Soy una persona perfectamente presentable.
Se nota -dicen- que he vivido en el extranjero.
Mis modales son de hombre educado, evidentemente.
Tomo la maleta, rechazando al mozo, como a un vicio vil.
Y la mano con que tomo la maleta me tiembla y la hace temblar.
¡Partir!
Nunca volveré,
nunca volveré porque nunca se vuelve.
El lugar al que se vuelve siempre es otro,
la estación a la que se vuelve es otra.
Ya no está la misma gente, ni la misma luz, ni la misma filosofía.
¡Partir! ¡Dios mío, partir! ¡Me da miedo partir!...
¡No me avisen con demasiada estridencia!
Quiero disfrutar del reposo de la estación del alma que tengo
antes de ver avanzar hacia mí la llegada de hierro
del tren definitivo,
antes de sentir la partida verdadera en la boca del estómago,
antes de poner en el estribo un pie
que nunca aprendió a no emocionarse siempre que tuvo que partir.
Quiero, en este momento, fumando en el apeadero de hoy,
seguir todavía un poco agarrado a la antigua vida.
¿Vida inútil, que sería mejor dejar, que es una celda?
¿Qué importa?
Todo el Universo es una celda, y estar preso no tiene nada que ver con el tamaño de la celda.
Me sabe a náusea próxima el pitillo. El tren ya partió de la otra estación...
Adiós, adiós, adiós, a todos los que no vinieron a despedirse de mí,
mi familia abstracta e imposible...
¡Adiós día de hoy, adiós apeadero de hoy, adiós vida, adiós vida!
Quedarme como un bulto con etiqueta olvidado,
en un rincón del resguardo de pasajeros del otro lado de la vía.
Ser encontrado por el guarda casual después de la partida
«¿Y ésta? ¿Se la habrá dejado un tipo aquí?»
Quedarse pensando sólo en partir,
quedarse y tener razón,
quedarse y morir menos...
Voy hacia el futuro como hacia un examen difícil.
¿Y si el tren nunca llegara y Dios se apiadara de mí?
Ya me veo en la estación hasta aquí simple metáfora.
Soy una persona perfectamente presentable.
Se nota -dicen- que he vivido en el extranjero.
Mis modales son de hombre educado, evidentemente.
Tomo la maleta, rechazando al mozo, como a un vicio vil.
Y la mano con que tomo la maleta me tiembla y la hace temblar.
¡Partir!
Nunca volveré,
nunca volveré porque nunca se vuelve.
El lugar al que se vuelve siempre es otro,
la estación a la que se vuelve es otra.
Ya no está la misma gente, ni la misma luz, ni la misma filosofía.
¡Partir! ¡Dios mío, partir! ¡Me da miedo partir!...
lunes, 5 de octubre de 2009
No rechaces los sueños (por Pedro Salinas)
No rechaces los sueños por ser sueños.
Todos los sueños pueden ser realidad,
si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño.
Si soñamos que la piedra es la piedra,
eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.
La realidad disfraza su propio sueño, y dice:
«Yo soy el sol, los cielos, el amor.»
Pero nunca se va, nunca se pasa
si fingimos creer que es más que un sueño.
Y vivimos soñándola.
Soñar es el modo que el alma tiene
para que nunca se le escape lo que se escaparía
si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse
hecho materia y que se busca en tierra.
Todos los sueños pueden ser realidad,
si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño.
Si soñamos que la piedra es la piedra,
eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.
La realidad disfraza su propio sueño, y dice:
«Yo soy el sol, los cielos, el amor.»
Pero nunca se va, nunca se pasa
si fingimos creer que es más que un sueño.
Y vivimos soñándola.
Soñar es el modo que el alma tiene
para que nunca se le escape lo que se escaparía
si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse
hecho materia y que se busca en tierra.
viernes, 2 de octubre de 2009
No querría morir (por Boris Vian)
No querría morir
Antes de haber conocido
Los perros negros de México
Que sueñan sin dormir
Y los monos de desnudo trasero
Hambrientos en los trópicos
Y las arañas de plata
En sus nidos de burbujas
No querría morir
Sin saber si la luna
Con su falso aire de tuna
Tiene un lado picudo
Y si el sol es frío
Y si las cuatro estaciones
Son realmente cuatro
Y sin haber probado
A salir con un vestido
A arbolados paseos
Y sin haber mirado
Por el ojo de una alcantarilla
Y sin haberme puesto un vestido
En rinconcillos raros
No querría acabar
Sin conocer la lepra
O las siete enfermedades
Que se cogen allá abajo
Y lo bueno y lo malo
Me darían igual
Si si si supiera
Que tendría aguinaldo
Y también existe
Todo lo que conozco
Todo lo que aprecio
Y que sé que me gusta
El fondo verde del mar
Donde bailan los tallos de alga
Sobre la arena ondulada
Y la hierba tostada de junio
La tierra que se agrieta
El olor de los pinos
Y los besos de ella
Que esto que lo otro
Qué guapa que allí está
Mi querida Úrsula
No querría morir
Antes de haber usado
Su boca con mi boca
Su cuerpo con mis manos
Con mis ojos el resto
Y ya no digo es preciso
ser muy respetuoso
No querría morir
Sin que sean inventadas
Las rosas eternas
La jornada de dos horas
El mar en la montaña
La montaña en el mar
El fin del dolor
Los diarios en colores
Los niños bien contentos
Y tantas cosas más
Que duermen en los cráneos
De ingenieros geniales
De jardineros joviales
De sesudos socialistas
De urbanos urbanistas
Y de pensativos pensadores
Tantas cosas que ver
A ver y a entender
Tanto tiempo esperar
Y en lo oscuro buscar
Y yo que veo el fin
Que gruñe y que se acerca
Con su gesto torcido
Y que me abre sus brazos
De rana patituerta
No querría morir
No señor no señora
Antes de haber tocado
El gusto que me atormenta
El gusto que es el más fuerte
Antes de haber gustado
De la muerte el sabor...
Antes de haber conocido
Los perros negros de México
Que sueñan sin dormir
Y los monos de desnudo trasero
Hambrientos en los trópicos
Y las arañas de plata
En sus nidos de burbujas
No querría morir
Sin saber si la luna
Con su falso aire de tuna
Tiene un lado picudo
Y si el sol es frío
Y si las cuatro estaciones
Son realmente cuatro
Y sin haber probado
A salir con un vestido
A arbolados paseos
Y sin haber mirado
Por el ojo de una alcantarilla
Y sin haberme puesto un vestido
En rinconcillos raros
No querría acabar
Sin conocer la lepra
O las siete enfermedades
Que se cogen allá abajo
Y lo bueno y lo malo
Me darían igual
Si si si supiera
Que tendría aguinaldo
Y también existe
Todo lo que conozco
Todo lo que aprecio
Y que sé que me gusta
El fondo verde del mar
Donde bailan los tallos de alga
Sobre la arena ondulada
Y la hierba tostada de junio
La tierra que se agrieta
El olor de los pinos
Y los besos de ella
Que esto que lo otro
Qué guapa que allí está
Mi querida Úrsula
No querría morir
Antes de haber usado
Su boca con mi boca
Su cuerpo con mis manos
Con mis ojos el resto
Y ya no digo es preciso
ser muy respetuoso
No querría morir
Sin que sean inventadas
Las rosas eternas
La jornada de dos horas
El mar en la montaña
La montaña en el mar
El fin del dolor
Los diarios en colores
Los niños bien contentos
Y tantas cosas más
Que duermen en los cráneos
De ingenieros geniales
De jardineros joviales
De sesudos socialistas
De urbanos urbanistas
Y de pensativos pensadores
Tantas cosas que ver
A ver y a entender
Tanto tiempo esperar
Y en lo oscuro buscar
Y yo que veo el fin
Que gruñe y que se acerca
Con su gesto torcido
Y que me abre sus brazos
De rana patituerta
No querría morir
No señor no señora
Antes de haber tocado
El gusto que me atormenta
El gusto que es el más fuerte
Antes de haber gustado
De la muerte el sabor...
jueves, 1 de octubre de 2009
Tu vida es tu vida (por Charles Bukowski)
Tu vida es tu vida
no dejes que sea golpeada contra la húmeda sumisión
mantente alerta
hay salidas
hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la oscuridad
mantente alerta
los dioses te ofrecerán oportunidades
conócelas
tómalas
no puedes vencer a la muerte pero
puedes vencer a la muerte en la vida, a veces
y mientras más a menudo aprendas a hacerlo
más luz habrá
tu vida es tu vida
conócela mientras la tengas
tú eres maravilloso
los dioses esperan para deleitarse
en ti.
no dejes que sea golpeada contra la húmeda sumisión
mantente alerta
hay salidas
hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la oscuridad
mantente alerta
los dioses te ofrecerán oportunidades
conócelas
tómalas
no puedes vencer a la muerte pero
puedes vencer a la muerte en la vida, a veces
y mientras más a menudo aprendas a hacerlo
más luz habrá
tu vida es tu vida
conócela mientras la tengas
tú eres maravilloso
los dioses esperan para deleitarse
en ti.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
De una isla desierta (por Muñoz Rojas)
Alguien me ha hablado
de una isla desierta y yo le he dicho:
¿pero existe una isla desierta?
Claro que en el mundo existen
muchas islas desiertas, es decir,
espacios rodeados de almas
por todas partes que son las aguas,
aunque desierto e isla son términos
imposibles, sobre todo si se piensa
que el amor no tiene refugio
más que en lo hondo de cada uno,
que es lo que le dije cuando me dijo
aquello de la isla desierta.
Y es sabido que cada uno
lleva dentro su isla desierta
y cuando llegas a verla, no está,
y te encuentras que la llevas contigo
donde vayas, esa isla desierta
que somos cada uno de nosotros,
rodeada de nosotros por todas partes,
de manera que no hay manera de llegar.
de una isla desierta y yo le he dicho:
¿pero existe una isla desierta?
Claro que en el mundo existen
muchas islas desiertas, es decir,
espacios rodeados de almas
por todas partes que son las aguas,
aunque desierto e isla son términos
imposibles, sobre todo si se piensa
que el amor no tiene refugio
más que en lo hondo de cada uno,
que es lo que le dije cuando me dijo
aquello de la isla desierta.
Y es sabido que cada uno
lleva dentro su isla desierta
y cuando llegas a verla, no está,
y te encuentras que la llevas contigo
donde vayas, esa isla desierta
que somos cada uno de nosotros,
rodeada de nosotros por todas partes,
de manera que no hay manera de llegar.
martes, 29 de septiembre de 2009
Puedes suponer que sigue (por Darío Jaramillo)
Si un amigo vive en otra ciudad y se te muere,
poco importa.
Puedes suponer que sigue lejos, ausente,
que se fue de viaje,
que aún te quiere a pesar de que no escribe
y de que no volvió a llamar.
Pero que sigue trabajando y te recuerda.
Los conocidos lo darán por muerto
pero nunca tendrán un cadáver que sirva como prueba.
Los amigos se extinguen, desaparecen, vuelan. Son eternos.
poco importa.
Puedes suponer que sigue lejos, ausente,
que se fue de viaje,
que aún te quiere a pesar de que no escribe
y de que no volvió a llamar.
Pero que sigue trabajando y te recuerda.
Los conocidos lo darán por muerto
pero nunca tendrán un cadáver que sirva como prueba.
Los amigos se extinguen, desaparecen, vuelan. Son eternos.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Peldaños (por Saiz de Marco)
La escalera por la que andan los hombres está llena de
peldaños partidos.
La escalera por la que andan los hombres tiene hendiduras
abiertas por flechas.
Tiene agujeros
con forma de bala.
Cuando ya han subido
algunos escalones,
se desploma el suelo
y tienen que empezar.
A algunos se les vio por la escalera
chocando unos con otros,
al mismo tiempo subiendo y bajando.
Hay escalones curvados que acaban
más abajo de donde partían.
Hay escalones escurridizos
en los que es fácil resbalar.
Hay escalones que ceden al peso
de los hombres que por ellos ascienden.
Los hombres recomponen la escalera
y más tarde ellos mismos la deshacen.
La escalera que pisan los hombres
se parece a aquel sendero plano que
a lo lejos
se funde en la niebla.
Un millón de años llevan transitándola
y aún están
en los primeros escalones
subiendo torpemente,
tambaleándose,
haciendo equilibrios para no caerse.
peldaños partidos.
La escalera por la que andan los hombres tiene hendiduras
abiertas por flechas.
Tiene agujeros
con forma de bala.
Cuando ya han subido
algunos escalones,
se desploma el suelo
y tienen que empezar.
A algunos se les vio por la escalera
chocando unos con otros,
al mismo tiempo subiendo y bajando.
Hay escalones curvados que acaban
más abajo de donde partían.
Hay escalones escurridizos
en los que es fácil resbalar.
Hay escalones que ceden al peso
de los hombres que por ellos ascienden.
Los hombres recomponen la escalera
y más tarde ellos mismos la deshacen.
La escalera que pisan los hombres
se parece a aquel sendero plano que
a lo lejos
se funde en la niebla.
Un millón de años llevan transitándola
y aún están
en los primeros escalones
subiendo torpemente,
tambaleándose,
haciendo equilibrios para no caerse.
viernes, 25 de septiembre de 2009
Todo va a dormir (por Fernando Pessoa)
Comienza a haber medianoche, a haber sosiego
en cada parte de las cosas superpuestas,
los varios pisos que acumulan vida.
Han acallado el piano del tercero...
Ya no oigo los pasos del segundo...
En el entresuelo la radio está en silencio...
Todo va a dormir.
Me quedo a solas conmigo y con el universo entero.
No quiero asomarme a la ventana:
Si mirara, ¡cuántas estrellas!
¡Qué grandes silencios mayores en lo alto!
¡Qué anticiudadano cielo!
Prefiero, recluido
en el deseo de no ser recluso,
escuchar, anhelante, los ruidos de la calle...
un automóvil -¡demasiado deprisa!-.
Los dobles pasos, dialogando, me hablan…
El ruido del portal que cierran bruscamente duele …
Todo va a dormir...
Sólo yo velo, somnoliento, escuchando,
esperando,
algo antes de dormir...
Algo.
en cada parte de las cosas superpuestas,
los varios pisos que acumulan vida.
Han acallado el piano del tercero...
Ya no oigo los pasos del segundo...
En el entresuelo la radio está en silencio...
Todo va a dormir.
Me quedo a solas conmigo y con el universo entero.
No quiero asomarme a la ventana:
Si mirara, ¡cuántas estrellas!
¡Qué grandes silencios mayores en lo alto!
¡Qué anticiudadano cielo!
Prefiero, recluido
en el deseo de no ser recluso,
escuchar, anhelante, los ruidos de la calle...
un automóvil -¡demasiado deprisa!-.
Los dobles pasos, dialogando, me hablan…
El ruido del portal que cierran bruscamente duele …
Todo va a dormir...
Sólo yo velo, somnoliento, escuchando,
esperando,
algo antes de dormir...
Algo.
jueves, 24 de septiembre de 2009
¿Quién soportaría? (por León Felipe)
Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas.
Qué pena si esta vida tuviera -esta vida nuestra-
mil años de existencia.
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y los mismos poetas.
Qué pena, que sea así todo siempre,
siempre de la misma manera.
y siempre se repitieran los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas.
Qué pena si esta vida tuviera -esta vida nuestra-
mil años de existencia.
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y los mismos poetas.
Qué pena, que sea así todo siempre,
siempre de la misma manera.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Moriré (por Boris Vian)
Moriré de un cáncer en la columna vertebral
Sucederá en una noche horrible
Clara, caliente, perfumada y sensual
Moriré por emponzoñamiento
De ciertas células poco conocidas
Moriré por una pierna arrancada
Por una rata gigante salida de un agujero gigante
Moriré de cien heridas
Porque el cielo caerá sobre mí
Y se romperá igual que un vidrio
Moriré a causa de un grito
Que hará estallar mis tímpanos
Moriré por magullamiento
Apaleado a las dos de la madrugada
Por matones calvos, indecisos
Moriré sin darme cuenta
Que muero yo moriré
Enterrado bajo las ruinas secas
De mil metros de algodón hundido
Moriré ahogado en aceite sucio
Pisoteado por bestias indiferentes
Y, poco después, por bestias diferentes
Moriré desnudo, o vestido de tela roja
O metido en un saco lleno de hojas de afeitar
Moriré quizá sin haberme puesto
Barniz en las uñas de los dedos de los pies
Y con las manos llenas de lágrimas
Y con las manos llenas de lágrimas
Moriré cuando me despeguen
Los párpados bajo un sol rabioso
Cuando lentamente se me digan
A la oreja maldades torcidas
Moriré de ver torturar a niños
Y a hombres asombrados y pálidos
Moriré roído vivo
Por los gusanos, moriré con las
Manos atadas bajo una cascada
Moriré ardiendo en un incendio triste
Moriré un poco, mucho
Sin pasión, pero con interés
Y luego, cuando todo haya terminado
Moriré
Sucederá en una noche horrible
Clara, caliente, perfumada y sensual
Moriré por emponzoñamiento
De ciertas células poco conocidas
Moriré por una pierna arrancada
Por una rata gigante salida de un agujero gigante
Moriré de cien heridas
Porque el cielo caerá sobre mí
Y se romperá igual que un vidrio
Moriré a causa de un grito
Que hará estallar mis tímpanos
Moriré por magullamiento
Apaleado a las dos de la madrugada
Por matones calvos, indecisos
Moriré sin darme cuenta
Que muero yo moriré
Enterrado bajo las ruinas secas
De mil metros de algodón hundido
Moriré ahogado en aceite sucio
Pisoteado por bestias indiferentes
Y, poco después, por bestias diferentes
Moriré desnudo, o vestido de tela roja
O metido en un saco lleno de hojas de afeitar
Moriré quizá sin haberme puesto
Barniz en las uñas de los dedos de los pies
Y con las manos llenas de lágrimas
Y con las manos llenas de lágrimas
Moriré cuando me despeguen
Los párpados bajo un sol rabioso
Cuando lentamente se me digan
A la oreja maldades torcidas
Moriré de ver torturar a niños
Y a hombres asombrados y pálidos
Moriré roído vivo
Por los gusanos, moriré con las
Manos atadas bajo una cascada
Moriré ardiendo en un incendio triste
Moriré un poco, mucho
Sin pasión, pero con interés
Y luego, cuando todo haya terminado
Moriré
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