viernes, 17 de julio de 2009

Nocturno yankee (por Luis Cernuda)

La lámpara y la cortina
al pueblo en su sombra excluyen.
Sueña ahora,
si puedes, si te contentas
con sueños, cuando te faltan
realidades.
Estás aquí, de regreso
del mundo, ayer vivo, hoy
cuerpo en pena.
Esperando locamente,
alrededor tuyo, amigos
y sus voces.
Callas y escuchas. No. Nada
oyes, excepto tu sangre,
su latido
incansable, temeroso;
y atención prestas a otra
cosa inquieta.
Es la madera, que cruje;
es el radiador, que silba.
Un bostezo.
Pausa. Y el reloj consultas:
todavía temprano para
acostarte.
Tomas un libro. Mas piensas
que has leído demasiado
con los ojos,
y a tus años la lectura
mejor es recuerdo de unos
libros viejos,
pero con nuevo sentido.
¿Qué hacer? Porque tiempo hay.
Es temprano.
Todo el invierno te espera,
y la primavera entonces.
Tiempo tienes.
¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo
el tiempo al hombre le dura?
“No, que es tarde,
es tarde”, repite alguno
dentro de ti, que no eres.
Y suspiras.
La vida en tiempo se vive,
tu eternidad es ahora,
porque luego
no habrá tiempo para nada
tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?
Alguien dijo:
“El tiempo y yo para otros
dos”. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores
de mañana? Mas tus lectores, si nacen,
y tu tiempo, no coinciden.
Estás solo
frente al tiempo, con tu vida
sin vivir.
Remordimiento.
Fuiste joven,
pero nunca lo supiste
hasta hoy, que el ave ha huido
de tu mano.
La mocedad dentro duele,
tú su presa vengadora,
conociendo
que, pues no le va esta cara
ni el pelo blanco, es inútil
por tardía.
El trabajo alivia a otros
de lo que no tiene cura,
según dicen.
¿Cuántos años ahora tienes
de trabajo? ¿Veinte y pico
mal contados?
Trabajo fue que no compra
para ti la independencia
relativa.
A otro menester el mundo,
generoso como siempre,
te demanda.
Y profesas pues, ganando
tu vida, no con esfuerzo,
con fastidio.
Nadie enseña lo que importa,
que eso ha de aprenderlo el hombre
por sí solo.
Lo mejor que has sido, diste,
lo mejor de tu existencia,
a una sombra:
al afán de hacerte digno,
al deseo de excederte,
esperando
siempre mañana otro día
que, aunque tarde, justifique
tu pretexto.
Cierto que tú te esforzaste
por sino y amor de una
criatura,
mito moceril, buscando
desde siempre, y al servirla,
ser quien eres.
Y al que eras le has hallado.
¿Mas es la verdad del hombre
para él solo,
como un inútil secreto?
¿Por qué no poner la vida
a otra cosa?
Quien eres, tu vida era;
uno sin otro no sois,
tú lo sabes.
Y es fuerza seguir, entonces,
aun el miraje perdido,
hasta el día
que la historia se termine,
para ti al menos.
Y piensas
que así vuelves
donde estabas al comienzo
del soliloquio: contigo
y sin nadie.
Mata la luz, y a la cama.

2 comentarios:

hugo dijo...

Yo conozco otra versión, en que el poema aparece con una estructura casi de prosa. Es ésta:

La lámpara y la cortina al pueblo en su sombra excluyen. Sueña ahora, si puedes, si te contentas con sueños, cuando te faltan realidades.

Estás aquí, de regreso del mundo, ayer vivo, hoy cuerpo en pena, esperando locamente, alrededor tuyo, amigos y sus voces.

Callas y escuchas. No. Nada oyes, excepto tu sangre, su latido incansable, temeroso; Y atención prestas a otra cosa inquieta.
Es la madera, que cruje; es el radiador, que silba. Un bostezo. Pausa. Y el reloj consultas: todavía temprano para acostarte.
Tomas un libro. Mas piensas que has leído demasiado con los ojos, y a tus años la lectura mejor es recuerdo de unos libros viejos, pero con nuevo sentido.

¿Qué hacer? Porque tiempo hay. Es temprano. Todo el invierno te espera, y la primavera entonces. Tiempo tienes.

¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo el tiempo al hombre le dura? “No, que es tarde, es tarde”, repite alguno dentro de ti, que no eres. Y suspiras.

La vida en tiempo se vive, tu eternidad es ahora, porque luego no habrá tiempo para nada tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?
Alguien dijo: “El tiempo y yo para otros dos”. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores de mañana?

Mas tus lectores, si nacen, y tu tiempo, no coinciden. Estás solo frente al tiempo, con tu vida sin vivir.

Remordimiento. Fuiste joven, pero nunca lo supiste hasta hoy, que el ave ha huido de tu mano.

La mocedad dentro duele, tú su presa vengadora, conociendo que, pues no le va esta cara ni el pelo blanco, es inútil por tardía.

El trabajo alivia a otros de lo que no tiene cura, según dicen. ¿Cuántos años ahora tienes de trabajo? ¿Veinte y pico mal contados?

Trabajo fue que no compra para ti la independencia relativa. A otro menester el mundo, generoso como siempre, te demanda.

Y profesas pues, ganando tu vida, no con esfuerzo, con fastidio. Nadie enseña lo que importa, que eso ha de aprenderlo el hombre por sí solo.

Lo mejor que has sido, diste, lo mejor de tu existencia, a una sombra: Al afán de hacerte digno, al deseo de excederte, esperando siempre mañana otro día que, aunque tarde, justifique tu pretexto.

Cierto que tú te esforzaste por sino y amor de una criatura, mito moceril, buscando desde siempre, y al servirla, ser quien eres.

Y al que eras le has hallado. ¿Mas es la verdad del hombre para él solo, como un inútil secreto? ¿Por qué no poner la vida a otra cosa?
Quien eres, tu vida era; Uno sin otro no sois, tú lo sabes. Y es fuerza seguir, entonces, aun el miraje perdido, hasta el día que la historia se termine, para ti al menos. Y piensas que así vuelves donde estabas al comienzo del soliloquio: contigo y sin nadie.

Mata la luz, y a la cama.

emilia alarcón dijo...

Gracias, Hugo, esa versión no la conocía.