domingo, 28 de diciembre de 2008

Abro la espita del tiempo (un poema de Saiz de Marco)

Abro la espita del tiempo y oigo canciones de corro

oigo el rumor de unos niños jugando a olvidados juegos que sin embargo conozco

pero sobre todo oigo a alguien que dice mi nombre

alguien que me está llamando

que ahora repite mi nombre

mi nombre, sí, mi agrio nombre

me llama y luego “a cenar”

y oído en esa voz, mi nombre

se despoja de acritud e incluso se me hace

dulce.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Una nueva vida (un relato de José Luis García Martín)

Quiso empezar una nueva vida y se mudó a una remota ciudad en la que no le conocía nadie, pero de pronto, al verse reflejado en un escaparate, se dio cuenta de que no había servido de nada ya que le había seguido su mayor enemigo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

"Otro poema de los dones" (por Jorge Luis Borges)

Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio,
por Schopenhauer, que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego,
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos
y un epitafio de los vikings,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Y más tarde la lluvia (de un poema de Marga Clark)

Y más tarde la lluvia
salpicó mi tristeza en su dulce abandono
y cubrí mis heridas
con la suave ternura del papiro y del loto.
Y recordé esos versos de mi adolescencia
que tanto exaltaron mi espíritu inquieto:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Y respiré esa brisa que tú respirabas
y exprimí del junco la última gota que
alivió mi inquina y mi resquemor.
Y más tarde la lluvia inundó las arenas
y el cálido cactus se empapó de recuerdos.
Miré tu mirada
enjuagando mi rostro con tus lágrimas frías
y sentí la agonía de tu muerte en la mía
como si fuera amor.
Y sentí tu agonía
tu muerte y la mía
y sentí tu mirada
como si fuera amor.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Una colección de muertos (por Lorenzo Silva)

Con el tiempo vamos acumulando personas que hemos sido y luego hemos dejado de ser. Al llegar a cierta edad, somos tanto el que en ese momento vive como una colección más o menos larga de muertos.

La Muerte (por Riszard Kapuscinski)

Está aquí al lado
anda por aquí
no para de dar vueltas
siempre en movimiento
con su propia lista de direcciones

Tiene un corazón fuerte
no se queja del cansancio
no se deprime
no tiene tiempo para la hipocondría

un dechado de salud

Tiene una vista perfecta
no se puede contar con que no se dé cuenta
tiene una memoria formidable
no hay que esperar que puede que se olvide

es aplicada
se concentra
es muy precisa

la perfección desde todos los puntos de vista.

Alrededor, tú... (un poema por Saiz de Marco)

Alrededor

me estirabas
me reducías
me sujetabas
me sacudías
me agrandabas
me retorcías
me alineabas
me movías

Me hacías y rehacías a tu
antojo y capricho

Eras tú
Alrededor
el que decidía todo

Y era yo
Alrededor
era yo nada más que
un muñeco
en tus manos

jueves, 18 de diciembre de 2008

Página en blanco (un poema de Mario Benedetti)

Página en blanco
aquí te dejo todo
haz lo que quieras
Yo me echaré una siesta
Ojalá me despiertes
con algo original
y sugestivo
para que yo lo firme

miércoles, 17 de diciembre de 2008

SI (Un poema de Wislawa Szymborska)

Si las cosas hablaran...
pero si hablaran, también podrían mentir.
Sobre todo las más corrientes y poco apreciadas,
para llamar finalmente la atención.
Da pánico pensar
qué me diría tu botón descosido,
y a ti, la llave de mi puerta,
esa vieja mitómana.

Pulcramente escritas (un poema de Saiz de Marco)

Sin discordancias
en correcta sintaxis (sujeto, verbo, predicado)
con jerga ordenancista y puntuación académica
mandaban
acallar otras voces
someter otras razas
invadir territorios
practicar exterminios…

Aunque lo que mandaban era sucio
lo ordenaban en leyes muy pulcramente escritas
con cuidadas palabras
con lenguaje esmerado
y las comas en su
sitio.

martes, 16 de diciembre de 2008

Las añoranzas, sueños color del tiempo (por Marcel Proust)

La ambición embriaga más que la gloria; el deseo florece, la posesión marchita todas las cosas; es mejor soñar la vida que vivirla, aunque vivirla sea también soñarla, pero menos misteriosamente y a la vez menos claramente, en un sueño oscuro y pesado, semejante al sueño difuso en la débil conciencia de los animales que rumian. Las obras de Shakespeare son más bellas vistas en el cuarto de trabajo que representadas en el teatro. Los poetas que han creado a las enamoradas imperecederas no han conocido, en muchos casos, más que vulgares criadas de mesón, mientras que los voluptuosos más envidiados no saben en absoluto concebir la vida que llevan, o mejor dicho que los lleva. Conocí a un niño de diez años, de salud enclenque y de imaginación precoz, que había puesto en una niña mayor que él un amor puramente cerebral. Se pasaba horas en la ventana para verla pasar, lloraba si no la veía, lloraba más aún cuando la había visto. Pasaba con ella muy raros y breves momentos. Dejó de dormir, de comer. Un día se tiró por la ventana. Al principio creyeron que le había decidido a morir la desesperación de no estar nunca junto a su amiga. Pero se supo que, por el contrario, acababa de hablar mucho tiempo con ella y que había estado muy amable con él. Entonces se supuso que el muchacho había renunciado a los días insípidos que le quedaban por vivir después de aquel embeleso que quizá nunca más se repetiría. De las frecuentes confidencias que hiciera en otro tiempo a un amigo se dedujo que sentía una decepción cada vez que veía a la soberana de sus sueños; pero en cuanto ella se alejaba, la fecunda imaginación del muchacho devolvía todo su poder a la niña ausente, y tornaba a desear verla. Cada vez intentaba atribuir a la imperfección de las circunstancias la razón accidental de su decepción. Después de aquella entrevista suprema en la que, con su fantasía ya hábil, había llevado a su amiga hasta la alta perfección de la que su naturaleza era capaz, comparando atribulado esta perfección imperfecta con la perfección absoluta de la que él vivía, de que él moría, se tiró por la ventana. De la caída se quedó idiota y vivió mucho tiempo, conservando de aquélla el olvido de su alma, de su pensamiento, de la palabra de su amiga, con la que se encontraba sin verla. La muchacha, pasando sobre súplicas y amenazas, se casó con él y murió varios años después sin haber logrado que la reconociera. La vida es como esta muchacha, la soñamos y la amamos por soñarla. No hay que intentar vivirla: se arroja uno, como el muchacho, en la necedad, no de una vez, pues en la vida todo se va degradando por matices insensibles. Pasados diez años, no reconocemos nuestros sueños, renegamos de ellos, vivimos como un buey, para la hierba que podemos pacer al momento. ¿Y quién sabe si de nuestras nupcias con la muerte podrá nacer nuestra consciente inmortalidad?

(incluido en "Los placeres y los días".)

lunes, 15 de diciembre de 2008

El día que has perdido (un poema de Riszard Kapuscinski)

El día que has perdido
ya no lo recuperarás
el mundo ha seguido adelante
te has quedado atrás
tienes vacías las manos
y los ojos vacíos

Sentado en el parque
en un banco
observas una hormiga
pero también está ocupada y se va
te has quedado solo
nadie hay a tu alrededor

viernes, 12 de diciembre de 2008

Chopin (un poema de Marcel Proust)

Chopin, mar de suspiros, de quejas, de sollozos
que mariposas cruzan en un vuelo sin tregua
jugando en la tristeza o danzando en la ola.
Sueñe, ame, sufra, grite o calle, encante, meza,
entre cada dolor siempre interpones
el raudo y dulce olvido de tu juego
como de flor en flor las mariposas vuelan.
Cómplice tu alegría de tu pena.
A raudal más gozoso, mayor la sed de lágrimas.
Pálido y dulce hermano de la luna y del mar,
príncipe del dolor, gran señor traicionado:
te exaltas todavía, más bello cuanto más pálido,
ante ese sol que inunda tu habitación de enfermo
que llora de sonreírle y que sufre de verle:
¡ sonrisa de pesar, lágrimas de esperanza !

jueves, 11 de diciembre de 2008

De las "Meditaciones" de Marco Aurelio

La naturaleza del conjunto universal, valiéndose de su sustancia como de una cera, modeló ahora un potro; después lo fundió y se valió de su materia para formar un arbusto; a continuación un hombre; y más tarde otra cosa. Y cada uno de estos seres ha subsistido muy poco tiempo. Pero no es ningún mal para un arca ser desarmada ni tampoco ser ensamblada.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La niña se fue al cementerio (por Carlos Fuentes)

La niña se fue al cementerio con la pistola de su papá que
la abusaba la pistola era más negra y más dura que la verga
del padre ojalá así lo entendiera él después de que la
niña se pegara un tiro en la cabeza y después
(igual que en las películas)
se levantara resucitada
(igual que el pato lucas el correcaminos el pájaro
loco y el gato tom que cae de un rascacielos se
estrella contra una montaña lo hacen acordeón
lo hacen tortilla lo hacen caca y siempre
resucita toma su forma de siempre persigue
persigue persigue al ratoncito jerry)
igual que en las películas
a decirle qué tal viejo jijo creías que no era capaz de
suicidarme suicidarme
mírame muerta y escarmienta papacito y no castigues a tu
niña porque rompió el florero y se colgó del toallero
y no se pelién más papá y mamá porque entonces papá entra
echando humo por las narices y babas por la boca a vengarse
conmigo del pleito con mamá
ya no se pelién porque juro que me tiro de lazotea
ya no me desesperen papimami
¿creen que soy de palo?
toco mi piel me pellizco siento ¿no saben que siento?
somos cuatrocientos niños suicidas cada año en la Rep[ública] Mex[icana]
¿a que no lo sabías?

Fuerza desconocida (por Vicente Aleixandre)

Todo tú, fuerza desconocida que jamás te explicas.
Fuerza que a veces tentamos por un cabo del amor.
Allí tocamos un nudo. Tanto así es tentar un cuerpo,
un alma, y rodearla y decir: “Aquí está” y repasamos despaciosamente,
morosamente, complacidamente, los accidentes de una verdad que únicamente por ellos se nos denuncia.
Y aquí está la cabeza, y aquí el pecho, y aquí el talle y su huída,
y el engolfamiento repentino y la fuga, las dos largas piernas dulces que parecen infinitamente fluir, acallarse.
Y estrechamos un momento el bulto vivo.
Y hemos reconocido entonces la verdad en nuestros brazos, el cuerpo querido, el alma escuchada,
el alma avariciosamente aspirada.
¿Dónde la fuerza entonces del amor? ¿Dónde la réplica que nos diese un Dios respondiente,
un Dios que no se nos negase y que no se limitase a arrojarnos un cuerpo, un alma que por él nos acallase?
Lo mismo que un perro con el mendrugo en la boca calla y se obstina,
así nosotros, encarnizados con el duro resplandor, absorbidos
estrechamos aquello que una mano arrojara.
Pero ¿dónde tú, mano sola que haría
el don supremo de suavidad con tu piel infinita,
con tu sola verdad, única caricia que, en el jadeo, sin términos nos callase?
Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,
panes, azotes, cólera, vida, muerte:
todo lo derramas como una compasión que nos dieras,
como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes nos brilla
un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco del resplandor,
y comemos.
Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y callamos.
Y hasta admiramos: cantamos. El amor es su nombre.
Pero luego los grandes ojos húmedos se levantan. La mano
no está. Ni el roce
de un vestido se escucha.
Sólo el largo gemido, o el silencio apresado.
El silencio que sólo nos acompaña
cuando, en los dientes la sombra desvanecida,
famélicamente de nuevo echamos a andar.

¿Qué vine a hacer aquí? (por Saiz de Marco)

¿Qué vine a hacer aquí
en el museo arqueológico del tiempo evadido,
en el recinto fósil de los días excavados,
si ya no queda el afán
ni las voces
y ni siquiera yo soy
el mismo?

¿Qué vine a hacer en este
teatro de la añoranza
donde sólo subsisten decorados, muebles,
donde no sobrevive más que
el escenario?

martes, 9 de diciembre de 2008

Entre dos oscuridades, un relámpago (por Vicente Aleixandre)

Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos oscuridades, un relámpago.
Y alli, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos crezcamos.
Con humildad, con tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una compañia,
allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida,
el instante de darse cuenta entre dos infinitas oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros
sus grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo brilla
la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña
que el viento furioso muerde,
viento que viene de las hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada,
sentimos las arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿ verdad ? En una larga noche, sin saberlo,
las hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos,
con un invisible rostro cansado desde el origen
las hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si
acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás
de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada,
un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañia, mi sola seguridad,
mi reposo instantáneo,
mi reconocimiento expreso donde yo me siento
y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia
- oh, cómo la siento -.
Y un momento dormir sobre tu pecho
como tú sobre el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira
y con piadosa luz nos cierra los ojos.

La construcción del yo (por Francisco Mora)

El reconocimiento de mi yo o “sí mismo” es un acto supremo de la conciencia. El yo y su reconocimiento es la construcción funcional que nos diferencia del resto del mundo y crea la individualidad… La construcción del yo se hace en nuestro cerebro en un proceso que se actualiza todos los días en el contacto de nuestro cuerpo con el mundo y con la identidad cambiante de nosotros mismos al mirarnos cada mañana al espejo. En él, en el espejo, contemplamos el rostro cambiante que nos identifica, nos aísla y nos da individualidad respecto a otra cosa o individuos y nos da esa identidad inconfundible para nosotros y los demás. Pero también cuando todos los días contemplo, conscientemente o no, mi cuerpo desnudo en la ducha, mis manos y las respuestas conductuales de los demás sobre mí mismo y mi cuerpo… Mi yo de hoy difiere de modo importante de mi yo de hace treinta años. Mi identidad como yo, que parece persistir sin embargo a lo largo del tiempo, es realmente una actualización constante y consciente (…también inconsciente) de todas las percepciones que recibo de mí mismo cada minuto, cada día, en el marco de mis percepciones anteriores. Posiblemente esa actualización sólo descansa durante las siete horas de sueño. Y es a la mañana siguiente, cuando me levanto y me miro por primera vez al espejo, que retorno mi yo y mi constante e incansable reactualización de mí mismo. Enmarco cada pensamiento, cada sentimiento, cada arruga nueva de mi cara y de mi cuerpo en una constante actualización y cambio de mi cerebro que además soy yo… Eso hace que exista el “fantasma” de mí mismo.

Lejos estás, padre mío (por Vicente Aleixandre)

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura
tomé vida, y aquel fulgor sereno
se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.

Bajo la frente poderosa, mundo entero de vida,
mente completa que un humano alcanzara,
sentí la sombra que protegió mi infancia. Leve, leve,
resbaló así la niñez como alígero pie sobre una hierba noble,
y si besé a los pájaros, si pude posar mis labios
sobre tantas alas fugaces que una aurora empujara,
fue por ti, por tus benévolos ojos que presidieron mi nacimiento
y fueron como brazos que por encima de mi testa cernían
la luz, la luz tranquila, no heridora a mis ojos de niño.

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como la luz que pasa por las crestas radiantes
donde reina el azul de los cielos purísimos.

Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad, que tocaba
luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergí
de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti, porque tú fuiste padre
diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo
la hierba misma intacta: pisé leve, estrené brisas,
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, mundo frío, tú sólo.

Hasta la orilla del mar condujiste mi mano.
Benévolo y potente tú como un bosque en la orilla,
yo sentí mis espaldas guardadas contra el viento estrellado.
Pude sumergir mi cuerpo reciente cada aurora en la espuma;
y besar a la mar candorosa en el día,
siempre olvidada, siempre, de su noche de lutos.

Padre, tú me besaste con labios de azul sereno.
Limpios de nubes veía yo tus ojos,
aunque a veces un velo de tristeza eclipsaba a mi frente
esa luz que sin duda de los cielos tomabas.
Oh padre altísimo, oh tierno padre gigantesco
que así, en los brazos, desvalido, me hubiste.

Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una hierba triste,
heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia,
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso de una sombra amorosa,
por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.
Oh padre frío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte
tú vives y me amas. Que un vigor poderoso,
un latir, aún revienta en la tierra.
Y que unas ondas de pronto, desde un fondo, sacuden
a la tierra y la ondulan, y a mis pies se estremece.

Pero yo soy de carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy,
solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente te imitan.

Podemos caer tan bajo (por Saiz de Marco)

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, esclavizar a otros,
reducirlos a cosas,
a objetos que se compran, se venden y se humillan.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, crucificar a algunos,
colgarlos de una tabla,
dejar que lentamente sucumban de hambre y sed
y, mientras agonicen, les picoteen los cuervos.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, hacer arder a un hombre por decir
que la Tierra no es el centro de nada
o
que cada uno puede elegir en qué cree.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, crear fábricas de muerte
con tuberías de gas en campos de exterminio.

Podemos caer tan bajo...
podemos, por ejemplo, arrojar una bomba,
causar un estallido con hongo nuclear
y así 100.000 cadáveres de un solo fogonazo.

Sí, hay que estar siempre alerta,
andar con mucho tiento
porque en cualquier segundo podemos caer
muy bajo,
podemos desplomarnos,
en caída libre hundirnos hasta el
fondo del fondo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Hacia el olvido (por Miguel Calvo Morillo)

Como gorriones ateridos
se me han muerto en las manos
un puñado de palabras.

Se me han muerto
trillo, barcina, bieldo, narria.

Se me están muriendo
asno, carbón, cal, cencerro.

Apenas si respiran
alhóndiga, algibe, alcuza, albarda.

Quizá hoy se me mueran
amistad, amor, entrega, sacrificio.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Hablar (por Javier Marías)

Si algo hacen o hacemos todos que no sea una estricta necesidad fisiológica, si algo nos es verdad común en tanto seres con voluntad, eso es hablar... El hombre más sabio del mundo hablará con mayores orden y propiedad y precisión, y con mayor provecho para sus oyentes tal vez... Pero no necesariamente hablará más ni con mayor soltura que el ama de casa semianalfabeta que no calla en todo el día un segundo... El hombre más viajado del mundo podrá contar infinitas historias amenas y maravillosas, incontables anécdotas y aventuras de países inauditos, remotos, exuberantes y peligrosos. Pero no necesariamente hablará más ni con mayor desparpajo que el tabernero rudo que nunca ha salido de detrás de su barra y sólo ha visto en su vida las veinte calles y el par de plazas de que se compone su aldea recóndita.

Llueve en silencio (por Fernando Pessoa)

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. Reniego de mí (de este que soy)...
Tan dulce es de escuchar esta lluvia
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, sino sólo un susurrar
que al crecer se olvida a sí mismo.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, no hay cielo que sienta.
Llueve lejana e indistintamente
como una cosa cierta que nos miente,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada siente en mí...

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Preguntas de un obrero ante un libro (por Bertolt Brecht)

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a contruir otras tantas?¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?

viernes, 28 de noviembre de 2008

Mi sustituto (un poema de Saiz de Marco)

Si me hubieran concebido un segundo antes
o un segundo después
entonces no sería
yo.


¿Cómo se habrían juntado aquellos cromosomas?
¿A qué combinación habrían dado lugar?
¿Quién sería el resultado del teórico sorteo?


¿Cómo sería el no-yó
no engendrado
no creado
un segundo antes
o después de
mí?

jueves, 27 de noviembre de 2008

LA MUERTE DE LA ABUELA (De “En busca del tiempo perdido”, por Marcel Proust)

Sabía que podría esperar horas y horas, que nunca más estaría junto a mí, y no hacía más que descubrirla porque, sintiéndola por primera vez viva, verdadera, dilatándome el corazón hasta romperlo, encontrándola en fin, acababa de saber que la había perdido para siempre. Perdido para siempre; no podía comprender, y me esforzaba por sentir el dolor de esta contradicción: por una parte una existencia, una ternura que sobrevivían en mí tales como las había vivido, es decir, hechas para mí, un amor en el que todo encontraba de tal modo en mí su complemento, su meta, su constante dirección que el genio de los grandes hombres, todos los genios que habían podido existir desde los albores del mundo, no hubieran valido para mi abuela lo que uno solo de mis defectos; y por otra parte, tan pronto como reviví como presente aquella felicidad, sentirla transida de certidumbre, lanzándose como un dolor físico de repetición, de un no ser que había borrado mi imagen de aquella ternura, que había destruido aquella existencia, abolido retrospectivamente nuestra mutua predestinación, que había hecho de mi abuela, cuando volví a encontrarla como en un espejo, una simple extraña que por azar pasó unos años junto a mí, como hubiera podido pasarlos junto a cualquier otro, mas para quien, antes y después, yo no era nada, no sería nada.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

¿Qué posee quien ama? (por Fernando Pessoa)

Amar es poseer. ¿Y qué posee quien ama? ¿El cuerpo? Para poseerlo sería necesario hacer nuestra su materia, comerlo, incluirlo en nosotros... Y esa imposibilidad sería temporal, porque nuestro propio cuerpo pasa y se transforma, porque nosotros no poseemos nuestro cuerpo (poseemos tan sólo la sensación de él), y porque, una vez poseído ese cuerpo amado, se volvería nuestro, dejaría de ser otro, y el amor, por eso, con la desaparición del otro ser, desaparecería... La más feroz y dominadora posesión de un cuerpo, ¿qué posee de él? Ni el cuerpo, ni el alma, ni siquiera la belleza. La posesión de un cuerpo hermoso no abraza a la belleza, abraza a la carne celular y grasienta; el beso no toca la belleza de la boca, sino la carne húmeda de los labios perecederos con mucosas; la propia cópula es sólo un contacto,
un contacto restregado y cercano, pero no una penetración real, ni siquiera de un cuerpo en otro... ¿Qué poseemos?

viernes, 21 de noviembre de 2008

Que soy naturaleza (un poema de Lorca)

¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
Dejo el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo,
¡que soy amor, que soy naturaleza!

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Vivir / Morir (por Fernando Pessoa)

Vivir y morir son la misma cosa. Pero vivir es pertenecer a otro desde fuera, y morir es pertenecer a otro desde dentro. Las dos cosas se asemejan, pero la vida es el lado de afuera de la muerte. Por eso la vida es la vida y la muerte la muerte, pues el lado de afuera es siempre más verdadero que el lado de adentro, tanto es así que el lado de afuera es el que se ve.

"Cuando ella venga a verme" (un poema de Saiz de Marco)

Cuando ella venga a verme quisiera estar despierto. Poder oír sus pasos, sentir cómo se acerca.

Cuando llegue a mi lado, me gustaría decirle:

Pero yo te conozco: ya estuve antes en ti. Fue antes de haber nacido. Yo sé lo que es ser nada. Yo sé lo que es no ser.

Y también le diría:

No sé si te anticipas. No sé si te retrasas.

De un lado, estoy cansado. Se me hace largo esto: las heridas, las pérdidas, el desgaste, el sudor…

De otro lado, querría disponer de más vida. Devorar otros libros, aprender otras lenguas, andar otros caminos, subir otras montañas… Tal vez sean demasiadas las cosas que me gustan. Todas juntas no caben en unas cuantas décadas (aunque es verdad que de eso tú no tienes la culpa).

Y además está el hecho de tener que irme así: Se hace raro pensar que aquí seguirán otros: respirando, riendo, sufriendo, despertándose en aquellas mañanas que no conoceré.

Mandas que te acompañe y te da igual que lo haga dejando cabos sueltos. (Aunque, si permitieras que ahora anude estos hilos, me dejaría otras cuerdas abiertas, desatadas…)

Está bien, muerte, vamos. Condúceme a la Nada. Anhelo, en cierto modo, reencontrarme con ella.


Cuando la vea de frente me gustará acercarme, sentarme en su regazo, descansar de ser alguien.

Tal vez entonces ella me abrace como a un hijo. (¿No fue acaso la Nada quien nos engendró un día?)

Yo confío en que la Nada -en su corazón hueco, inmaterial, vacío-… sí, yo espero que la Nada, en el fondo, nos ame.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Un yo postizo (por Fernando Pessoa)

No sé quien soy, qué alma tengo.

Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy variadamente otro que un yo que no sé si existe (si es esos otros).

Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi perpetua atención sobre mí perpetuamente me denuncia traiciones del alma a un carácter que quizás no tenga, ni ella cree que tengo.

Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan reflejos falsos, una única anterior realidad que no está en ninguno y está en todos. Como el panteísta se siente árbol, y hasta su flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente en cada uno, mediante una suma de no-yos sintetizados en un yo postizo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Salgamos de una vez (Un poema de Carlos Marzal)

Vamos a volar pájaros,
salgamos de una vez.
Hay demasiado adentro en este día,
y adentro es fealdad,
adentro es húmedo.

Vayámonos a azules, a intemperies,
cúmulos de algodón,
las musarañas
de estarnos en las nubes,
por sus cerros.

Doctoremos la vista en lo que corre.

Marchémonos a nidos,
nos espera
nuestra felicidad, arborescente.
Basta con arrullarla entre las manos,
y sentirla latir
–es una alondra–,
para que exulte, viva,
y que exultemos.

Vayámonos a piedras,
a ese lago que aguarda pensativo,
y quebremos sin más
sus turbias aguas lúgubres.
Delincamos,
contra toda esa luz que nos delata,
ahora que nos queremos sigilosos.

Descamisemos
a nuestro más vestido;
descorbatémoslo de tanto nudo
como lo tiene ahogado, con el aire
que todo lo enrarece, en la garganta.
Que aprenda a respirar en lo que fluye.
Cierra ese libro abstracto,
y sal a comprender lo que has leído.

Pongámonos a carne pasajera,
vámonos a mirones.
¿Quién sabe qué sentido es el del verde
con que nos quiere verdes el deseo?
A ver qué levantamos,
con un poco de suerte, hasta la boca,
con un poco de arrojo, hasta la muerte.

¿Estamos a gozar,
o estamos secos
de toda sequedad, sin una gota?

¿Estamos a vivir
o es que no estamos?

jueves, 13 de noviembre de 2008

Invictus (un poema de W. E. Henley)

Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su abismo insondable,
doy las gracias a los dioses, sean quienes sean,
por mi alma inconquistable.
Caído en las garras de las circunstancias
nadie me ha visto llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me halla, y me hallará, sin miedo.
No importa lo estrecho que sea el camino,
lo cargada de castigo que esté la sentencia.
Soy el dueño de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

martes, 11 de noviembre de 2008

Un contrato sensual (por Fernando Pessoa)

Veo aquella mesa. Lo que veo, ante todo, (…) es una cosa de determinada forma, de determinado color, etc. Eso es lo que corresponde a la lejana hereditariedad de los sentidos, pues es lo que ven, exactamente igual que yo con pequeñísimas diferencias dependientes de la estructura personal del órgano de los sentidos, los demás hombres…

Veo, después (…), una mesa, lo que sólo puede “ver” quien haya vivido en un lugar, o en una civilización, en donde existan mesas, cosas de una determinada forma a las que llaman “mesas”. Ésta es la visión nacida de mi hereditariedad próxima: próxima, claro está, en relación con lo que la otra tiene de lejana.

Y veo, finalmente, una mesa que está asociada en mi espíritu a variadas cosas.

Veo todo esto, estos tres elementos de prejuicios con la misma visión, con el mismo golpe de vista, consustanciados, unos. Ahora bien, el defecto central de la inteligencia científica es creer en la realidad objetiva de este triple prejuicio…

La realidad es una convención orgánica, un contrato sensual entre todos los entes con sentidos.

(…) La verdad o media verdad subjetiva tiene su utilidad, una utilidad, por así decirlo, social: es lo que es común a todos nosotros, y, por lo tanto, para todos nosotros, en relación los unos con los otros, es como si fuese la realidad absoluta.

Poemas tristes (por Saiz de Marco)

Todos los que escriben poemas tristes
(yo por ejemplo)
como si no les gustara la vida,
como si sólo hallaran melancolía y tristeza…
mienten
(mentimos).
En realidad disfrutan
(disfrutamos)
con escribir:
de la vida gozamos escribiendo.
Otro disfrute.
De modo que no son
(somos)
tan tristes, tan sufridores:
no se puede escribir si no se vive.
Luego en el fondo celebran
(celebramos)
estar vivos.
Con lo cual, nadie debe
tomar en serio los suspiros
de esos farsantes.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Saudades

(Por Fernando Pessoa.)

Saudades. Las tengo hasta de lo que nada tuvo que ver conmigo, por una angustia de fuga del tiempo... Caras que veía habitualmente en mis calles de siempre, si dejo de verlas me entristezo. Y no significaron nada para mí, salvo el ser el símbolo de la vida entera... Mañana yo también desapareceré de la Rua da Prata, de la Rua dos Douradores, de la Rua dos Fanqueiros. Mañana también yo -el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí mismo-, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquél a quien otros evocarán con un "¿qué habrá sido de él?". Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

domingo, 9 de noviembre de 2008

El yo que yo era entonces

(De "El tiempo recobrado", de Marcel Proust)


Una cosa que hemos mirado en otro tiempo, si volvemos a verla, nos devuelve, con la mirada que pusimos en ella, todas las imágenes que entonces la llenaban. Y es que las cosas –un libro bajo su cubierta roja, como los demás-, en cuanto las percibimos pasan a ser en nosotros algo inmaterial, de la misma naturaleza que todas nuestras preocupaciones o nuestras sensaciones de aquel tiempo, y se mezclan indisolublemente con ellas. Un nombre leído antaño en un libro contiene entre sus sílabas el viento rápido y el sol brillante que hacía cuando lo leíamos… Coleccionaría de las novelas las encuadernaciones de antaño, las del tiempo en que leí mis primeras novelas… Como el vestido con que vimos por primera vez a una mujer, me ayudarían a encontrar de nuevo el amor que tenía entonces, la belleza a la que superpuse tantas imágenes cada vez menos amadas, para poder recobrar la primera, yo que no soy el yo que la vio y que debo ceder el sitio al yo que era entonces si ese yo evoca la cosa que conoció y que mi yo de hoy no conoce.

¿Quién soy yo ahora?

(De un poema de Saiz de Marco)


Las fotos de mi padre cuando era niño.
Las fotos de mi madre cuando era niña.
¿Quién soy yo ahora? ¿Vuestro padre, vuestro abuelo?
-Venid conmigo, niños: voy a contaros
mi cuento.

sábado, 8 de noviembre de 2008

sobrecogedor Fernando Pessoa

No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.
¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.
¡No me traigan estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Sáquenme de aquí la metafísica!
No me pregonen sistemas completos, no me alineen
conquistas
de las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las
ciencias!)
de las ciencias, de las artes, de la civilización
moderna.
¿Qué mal hice a los dioses todos?
¡Si tienen la verdad, guárdenla!
Soy técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la
técnica.
Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.
Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?
¡No me importunen, por amor de Dios!
¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de
cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona, les haría a todos su voluntad,
¡así, como soy, tengan paciencia!
Vayan al diablo sin mí,
¿para qué tenemos que ir juntos?
¡No me tomen del brazo!
No me gusta que me tomen del brazo. Quiero ser solo.
¡Ya dije que soy solo!
¡Ah, qué inoportunidad querer que yo tenga compañía!
¡Oh, cielo azul –el mismo de mi infancia-,
eterna verdad vacía y perfecta!
¡Oh sedoso Tajo ancestral y mudo,
pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh, dolor revisitado, Lisboa de otrora de hoy!
Nada me dais, nada me sacáis, nada sois que yo me
sienta.
¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo…
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar
solo!

Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?
¡Ah, aprovecha! Que yo, que tanto amo la muerte y la vida,
si osase matarme, también me mataría...
¡Ah, si osas hacerlo, osa!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
a las que llamamos mundo?
¿La cinematografía de las horas representadas por actores de convenciones
y poses determinadas, el circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior que desconoces?
Tal vez, matándote, lo conozcas finalmente...
Y de cualquier forma, si te cansa el ser, ¡Ah, cánsate noblemente,
y no cantes, como yo, la vida, por ebriedad, no saludes como yo la muerte en literatura!
¿Haces falta? Oh, sombra fútil llamada gente!
Nadie hace falta; no haces falta a nadie...
sin ti, correrá todo sin ti.
Tal vez sea peor para todos tu existir que el que te mates...
Tal vez peses más durando, que dejando de durar...
¿El dolor de los otros?...
¿Tienes remordimiento adelantado de que te lloren?
Descansa: poco te llorarán.
El impulso vital apaga las lágrimas poco a poco,
cuando no son por cosas nuestras,
cuando son por lo que les sucede a los otros, sobre todo la muerte,
porque es la cosa después de la cual nada sucede a los otros...
Primero es la angustia, la sorpresa de la venida del misterio y de la falta de tu vida hablada.
Después es el horror del féretro visible y material,
y los hombres de negro que ejercen la profesión de estar allí.
Después la familia para velar,
inconsolable y contando anécdotas lamentando la pena de que hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquella lamentación,
tú verdaderamente muerto, mucho más de lo que calculas...
Mucho más muerto aquí de lo que calculas aunque estés mucho más vivo más allá...
Después la trágica retirada para la sepultura o la fosa,
y después el principio de la muerte de tu memoria.
Hay primero en todos un alivio de la tragedia un poco inoportuna de que hayas muerto...
Después la conversación se aligera cotidianamente, y la vida de todos los días retorna su día...
Después, lentamente olvidaste.
Sólo eres recordado en dos fechas anualmente:
cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste.
Nada más, nada más,
absolutamente nada más.
Dos veces en el año piensan en ti.
Dos veces en el año suspiran por ti los que te amaron,
y una u otra vez suspiran si acaso se habla de ti.
Encárate en frío, y encara en frío lo que somos...
Si quieres matarte, mátate.
¡No tengas escrúpulos morales, recelos de inteligencia!
¿Qué escrúpulos o recelos tiene la mecánica de la vida?
¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera las savias,
y la circulación de la sangre, y el amor?
¿Qué memoria de los otros tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre.
¿No ves que no tienes absolutamente ninguna importancia?
Eres importante para ti, porque es a ti que te sientes.
Eres todo para ti, porque para ti eres el universo,
y el propio universo y los otros satélites de tu subjetividad objetiva.
Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
Y si eres así, oh mito, ¿no serán los otros así?
¿Tienes, como Hamlet, el pavor a lo desconocido?,
pero, ¿qué es lo conocido? ¿qué es lo que tú conoces, para que llames desconocido
a cualquier cosa en especial?
¿Tienes, como Falstaff, el amor aceitoso de la vida?
Si así la amas materialmente, ámala todavía más materialmente,
¡tórnate parte carnal de la tierra y de las cosas!
Dispérsate, sistema fisicoquímico de células nocturnamente conscientes por la nocturna
conciencia de la inconsciencia de los cuerpos,
por la gran manta no-cubre-nada de las apariencias,
por el césped y la hierba de la proliferación de los seres,
por la neblina atómica de las cosas, por las paredes remolineantes del vacío dinámico del mundo.

En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
en la noche de insomnio, sustancia natural de todas
mis noches,
recuerdo, velando en modorra incómoda,
recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en
la vida.
Recuerdo, y una angustia
se dispersa por mí todo como un frío del cuerpo o
un miedo.
Lo irreparable de mi pasado, ¡ése es el cadáver!
Todos los muertos puede ser que sean vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados puede ser que
existan en algún lugar,
en la ilusión del espacio y del tiempo,
en la falsedad de transcurrir.
Pero lo que yo no fui, lo que yo no hice, lo que ni
siquiera soñé;
lo que sólo ahora veo que debería haber sido,
eso está muerto más allá de todos los Dioses,
eso –y fue finalmente lo mejor de mí- ni los Dioses
hacen vivir…
Si en cierta altura
hubiese girado para la izquierda en vez de para la
derecha;
Si en cierto momento
hubiese dicho sí en vez de no, o no en vez de sí;
si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que sólo ahora, en la
somnolencia elaboro,
si todo eso hubiese sido así,
sería otro hoy, y tal vez el universo el universo entero
sería insensiblemente llevado a ser otro también.
Pero no giré para el lado irreparablemente perdido,
no giré ni pensé en girar, y sólo ahora lo percibo;
pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;
pero las frases que faltaron decir en ese momento
me surgen todas,
claras, inevitables, naturales.
La conversación cerrada concluyentemente,
la materia toda resuelta…
Pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será para atrás,
me duele.
Lo que frustré de veras no tiene ninguna esperanza
en ningún sistema metafísico.
Puede ser que para otro mundo yo pueda llevar lo
que soñé,
pero ¿podré llevar para otro mundo lo que me olvidé
de soñar?
Ésos sí, los sueños por haber, que son el cadáver.
Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo
el tiempo, para todos los universos.

Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría
es tan dolorosa como mi dolor.
Quién me diera ser un niño poniendo barcos de papel
en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de
redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra
verde en los reflejos sombríos de la poca agua.
Entre la vida y yo hay un vidrio tenue. Por más nítidamente
que yo vea y comprenda la vida, no la puedo tocar.
¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es
un esfuerzo? Y quien está triste no puede esforzarse.
Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la
vida de los que yo tanto querría abdicar. Abdicar es
un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme.
¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel
coche, el conductor de aquel tren! ¡Cualquier banal Otro
supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me
penetra para que yo la quiera y se me finge ajena!
Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa.
La noción de la vida como un Todo no me aplastaría
los hombros del pensamiento.
Mis sueños son un refugio estúpido, como un
paraguas contra un rayo.
Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de
actos.
Por más que por mí me interne, todos los atajos de
mi sueño van a dar a claridades de angustia.
Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los
que el sueño me huye. Entonces las cosas me parecen
nítidas. Se desvanece la neblina en la que me cerco.
Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma.
Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas.
Todos los pesos visibles de objetos me pesan por
dentro del alma.
La (mi) vida es como si me golpeasen con ella.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Inmóviles calaveras de caballo (un poema de Lorca)

Me he perdido muchas veces por el mar
con el oído lleno de flores recién cortadas,
con la lengua llena de amor y de agonía.
Muchas veces me he perdido por el mar
como me pierdo en el corazón de algunos niños.

No hay noche que, al dar un beso,
no sienta la sonrisa de las gentes sin rostro
ni hay nadie que, al tocar un recién nacido,
olvide las inmóviles calaveras de caballo.

Porque las rosas buscan en la frente
un duro paisaje de hueso
y las manos del hombre no tienen más sentido
que imitar a las raíces bajo tierra.

Como me pierdo en el corazón de algunos niños
me he perdido muchas veces por el mar.
Ignorante del agua voy buscando
una muerte de luz que me consuma.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Cerebrito

De "El Misterio del Solitario", de J. Gaarder.


Si nuestro cerebro fuera tan sencillo como para poder entenderlo, seríamos tan tontos que, de todos modos, no lo podríamos entender... Porque hay cerebros mucho más simples que el nuestro. Por ejemplo, podemos, al menos hasta cierto punto, entender cómo funciona el cerebro de una lombriz. Pero la lombriz no puede. Para eso, su cerebro es demasiado simple.

Soy vertical (por Sylvia Plath)

Soy vertical.
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor materno
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección,
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez,
y las flores tendrán tiempo para mí.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un fragmento de Gaarder

Impregnados de tiempo

No existe ningún escondite para el tiempo. Podemos escondernos de reyes y emperadores... pero no podemos escondernos del tiempo. El tiempo nos ve en todas partes, porque todo lo que nos rodea está impregnado de ese inquieto elemento... El tiempo... echa por tierra grandes civilizaciones, corroe antiguos monumentos y devora generación tras generación de seres humanos. Por eso se dice eso de "diente del tiempo". Porque el tiempo mastica y mastica, y es a nosotros a quienes tiene atrapados entre sus mandíbulas.

Del Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa

El ayudante de la oficina se ha marchado.

Cada cosa que fue nuestra, aunque sólo fuera por los accidentes de la convivencia o de la vida, por haber sido nuestra se convierte en nosotros. Así, el que hoy se fue a una tierra gallega que desconozco, no fue, para mí, el ayudante de la oficina: fue una parte vital, por visual y humana, de la sustancia de mi propia vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy exactamente el mismo. El ayudante de la oficina se ha marchado.

Todo aquello que acontece en el dónde en que vivimos, en nosotros mismos acontece. Todo lo que cesa en lo que vemos, en nosotros cesa. Todo lo que ya fue, si lo vimos cuando estaba siendo, de nosotros fue arrancado cuando partió. El ayudante de la oficina se ha marchado.

martes, 4 de noviembre de 2008

Un poema de Saiz de Marco

Porque no son bonitos
tenemos bien tapados (detrás de las paredes)
los tubos, las vigas, las cañerías, los cables...
para que no se vean,
para que ni siquiera nosotros los veamos.

Porque no son bonitos
tenemos bien tapados (debajo de la piel)
los riñones, la vesícula, los intestinos...
para que no se vean,
para que ni siquiera nosotros los veamos.

Porque no son bonitos, porque son muy antiestéticos
tenemos bien tapados
(en un vértice oscuro)
nuestro egoísmo, nuestra ruindad, nuestra miseria.
Para que no se vean, para que
(a ser posible)
ni siquiera nosotros los veamos.

Cráter

Depresión topográfica más o menos circular formada por explosión volcánica y por la cual sale humo, ceniza, lava, fango u otras materias, cuando el volcán está en actividad.

Del latín "crater", copa; y éste del griego κρατήρ.