lunes, 30 de marzo de 2009

Episódicos (un poema de Fernando Pessoa)

El florecer del encuentro casual
de los que han de seguir siendo extraños...

La mirada única sin interés recibida al acaso
de la extranjera rápida...

La mirada de interés del niño llevado de la mano
por la madre distraída...

Las palabras episódicas cambiadas
con el viajero episódico
en el episódico viaje...

Dolor grande de que todas las cosas sean fragmentos...
Camino sin fin...

Tulipanes (un poema de Sylvia Plath)

Los tulipanes son muy sensibles, es invierno aquí.
Mira qué blanco está todo, qué quieto, qué nevado.
Aprendo a estar en calma, yaciendo sola e inmóvil
como la luz sobre las paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie, no tengo nada que ver con estallidos.
Les di mi nombre y mi ropa a las enfermeras,
mi historia al anestesista y mi cuerpo a los cirujanos.
Han puesto mi cabeza entre la almohada y el rebozo de la sábana
como un ojo entre dos párpados que nunca van a cerrarse.
Alumna estúpida, no puede sino tragárselo todo.
Las enfermeras van y vienen, no me molestan,
van y vienen como las gaviotas, con sus cofias blancas,
haciendo cosas con las manos, todas iguales,
de manera que es imposible saber cuántas hay.
Mi cuerpo es un guijarro para ellas, lo atienden como el agua
atiende a los guijarros por sobre los que pasa, puliéndolos suavemente.
Ellas me traen sopor en sus agujas brillantes, me traen el sueño.
Ahora que yo misma me he perdido, estoy harta de equipajes.
Mi maletín de cuero para la noche como una negra caja de remedios,
mi esposo y mi hija sonriéndome desde una fotografía;
sus sonrisas se meten bajo mi piel, pequeños anzuelos sonrientes.
Dejé que las cosas se deslizaran, soy una balsa de treinta años
obstinadamente aferrada a mi nombre y dirección.
Han borrado mis asociaciones amorosas.
Asustada y desnuda en la camilla tapizada con plástico verde
veía mi juego de té, mis armarios de ropa blanca, mis libros,
hundirse y desaparecer, y el agua cubrió mi cabeza.
Ahora soy una monja, nunca fui tan pura.
No quería flores, quería solamente
yacer con mis manos hacia arriba y sentirme totalmente vacía.
Qué libre es una, no tienes idea hasta qué punto…
La paz es tan grande que te deslumbra,
no pide nada, una placa con tu nombre, algunas chucherías.
Es a lo que se aferran finalmente los muertos, me los imagino
cerrando sus bocas sobre eso, como si fuera una hostia.
Para empezar, los tulipanes son muy rojos, me lastiman,
inclusive en su papel de seda podía oírlos respirar
ligeramente, a través de sus envoltorios blancos, como a un horrible bebé.
Sus pétalos encarnados le hablan a mi herida, y ella les corresponde.
Son sutiles; parecen flotar, pero me hunden,
perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,
una docena de pesadas plomadas alrededor de mi cuello.
Nadie me observaba antes, ahora me siento observada,
los tulipanes me miran, y también la ventana
donde una vez al día un rayo de luz lentamente crece y decrece,
y me veo a mí misma, chata, ridícula, una sombra recortada en un papel,
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes.
Y no tengo apariencia, he querido desaparecer.
Los vívidos tulipanes me devoran el oxígeno.
Antes que ellos llegaran el aire era lo suficientemente calmo,
entrando y saliendo con mi aliento, sin agitación.
Luego los tulipanes lo volvieron vibrante como un fuerte ruido.
Ahora el aire choca y se arremolina alrededor de ellos, como un río
choca y se arremolina alrededor de un barco hundido, oxidado y rojo.
Atraen mi atención, que era feliz
jugando y descansando sin comprometerse con nada.
También las paredes parecen estar entibiándose.
Los tulipanes deberían estar enjaulados como animales peligrosos;
están abriéndose como la boca de una terrible pantera,
y soy consciente de mi corazón: él abre y cierra
el cáliz de su roja flor sólo por amor a mí.
El agua que pruebo es tibia y salada como el mar,
y viene de comarcas tan lejanas como la salud.

viernes, 27 de marzo de 2009

No pido mucho (un poema de Julio Cortázar)

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento...
Así la tomo y la sostengo, como
si de ello dependiera
muchísimo el mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos,
el amor de los hombres

jueves, 26 de marzo de 2009

Leve mosca (un poema de William Blake)

Leve mosca,
tu juego estival
mi incauta mano
barrió.
¿Pero acaso no soy
una mosca como tú?
¿O no eres tú
un hombre como yo?
Pues yo danzo
y bebo y canto
hasta que una ciega mano
barra mi estancia.

sábado, 21 de marzo de 2009

Utopía (por Eduardo Galeano)

Ella está en el horizonte.
Me acerco dos pasos,
ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos
y se corre diez pasos más allá.
Por mucho que camine,
nunca la alcanzaré.
-¿Para que sirve la utopía?
-Para eso:
para caminar.

martes, 17 de marzo de 2009

Los hombres son imbéciles e ignorantes (un fragmento de "El miedo", por Gabriel Chevallier, sobre el inicio de la I guerra mundial

Los hombres son imbéciles e ignorantes. De ahí les viene su miseria. En lugar de reflexionar, se creen lo que les cuentan, lo que les enseñan. Eligen jefes y amos sin juzgarlos, con un gusto funesto por la esclavitud. Los hombres son unos mansos corderos. Es lo que hace posible los ejércitos y las guerras. Mueren víctimas de su estúpida docilidad.

Cuando se ha visto la guerra como yo la acabo de ver, uno se pregunta: "¿Cómo se puede aceptar una cosa así? ¿Qué tratado de fronteras, qué honor nacional puede legitimar semejante cosa? ¿Cómo se puede maquillar de ideal lo que es simple bandidaje, y obligar a admitirlo?".

Se dijo a los alemanes: "¡Adelante con la guerra lozana y alegre! ¡Nach París y Dios sea con nosotros, por una Alemania más grande!". Y los buenos alemanes pacíficos, que se lo toman todo en serio, se movilizaron para la conquista, se convirtieron en bestias feroces.

Se dijo a los franceses: "Nos atacan. Es la guerra del derecho y de la revancha. ¡A Berlín!". Y los franceses pacifistas, los franceses que no se toman nada en serio, interrumpieron sus ensoñaciones de pequeños rentistas para ir a batirse.

Y lo mismo ocurrió con los austriacos, los belgas, los ingleses, los rusos, los turcos y a continuación los italianos. En una semana, veinte millones de hombres civilizados, ocupados en vivir, en amar, en ganar dinero, en labrarse un futuro, han recibido la consigna de interrumpirlo todo para ir a matar a otros hombres. Y esos veinte millones de individuos han aceptado esta consigna porque se los había convencido de que tal era su deber.

Veinte millones, todos de buena fe, todos de acuerdo con Dios y con su príncipe... Veinte millones de imbéciles... ¡Como yo!

O mejor dicho, no, yo no creí en ese deber. Ya a los diecinueve años no pensaba que hubiera la menor grandeza en hundirle un arma en la tripa a un hombre, en alegrarme de su muerte.
Pero fui igualmente.


¿Porque hubiese sido difícil actuar de otro modo? No es ésta la verdadera razón, y no debo presentarme mejor de lo que soy. Fui en contra de mis convicciones, aunque de buen grado; no para batirme, sino por curiosidad: para ver.

Por mi conducta, me explico la de muchos otros, sobre todo en Francia.

La guerra lo trastornó todo en unas pocas horas, extendió por doquier esa apariencia de desorden grata a los franceses. Parten sin odio, pero atraídos por una aventura de la que cabe esperar cualquier cosa. Hace muy buen tiempo. La verdad, esta guerra cae muy oportunamente a comienzos del mes de agosto. Los modestos empleados son sus más encarnizados defensores: en vez de quince días de vacaciones van a tener varios meses, a costa de Alemania, para visitar el país.

(...) En Berlín, los que han provocado esto aparecían en los balcones de los palacios, en uniforme de gala, en la pose en que conviene que sean inmortalizados los conquistadores famosos.

Los que lanzan sobre nosotros a dos millones de fanáticos, armados de cañones de tiro rápido, de ametralladoras, de fusiles de repetición, de granadas, de aviones, de química y de electricidad, resplandecen de orgullo. Los que han dado la señal de la masacre sonríen ante su gloria próxima.

(...) En París, los que no han sabido evitar eso, y a los que sorprende y sobrepasa, y que comprenden que los discursos ya no bastan, se agitan, se consultan, aconsejan, preparan a toda prisa comunicados tranquilizadores, y lanzan a la policía contra el fantasma de la revolución. La policía, siempre en activo, se lía a puñetazos con sus semejantes que no son lo bastante entusiastas.

En Bruselas, en Londres, en Roma, los que se sienten amenazados hacen la suma de todas las fuerzas presentes, un cálculo de probabilidades, y eligen un bando.

Y millones de hombres, por haber creído lo que enseñan los emperadores, los legisladores y los obispos en sus códigos, manuales y catecismos, los historiadores en sus historias, los ministros en la tribuna, los profesores en los colegios y la gente de bien en sus salones, millones de hombres forman rebaños sin cuento que unos pastores con galones conducen al matadero, al son de la música.

En unos pocos días, la civilización es aniquilada. En unos pocos días, los jefes han fracasado. Pues su papel, el único importante, era justamente evitar eso.

Si no sabíamos adónde íbamos, ellos, al menos, hubieran tenido que saber adónde conducían a sus naciones. Un hombre tiene derecho a comportarse como un idiota en su propia manera de actuar, pero no respecto a la de los demás.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La vida según Adán (por Bernardo Atxaga)

Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraíso y asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza, se echó a llorar igual que años más tarde lo haría María Magdalena, y dirigiéndose a Eva, “no sé qué me ocurre” gritó, “tengo miedo” “amor mío, ven aquí, creo que ha llegado la hora de mi muerte”.

Eva se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, amor, miedo, muerte y le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués, y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces, hasta que creyó, amor, miedo, muerte, comprender enteramente su sentido. Para entonces Adán ya se había repuesto, y volvía a sentirse feliz, o casi.

Fue sólo, aquel hecho extra-paradisiaco, el primero de una larga serie, de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivas de la lengua que decía amor, miedo, muerte, aprendiendo palabras como cansancio, carcaj, carcajada, carcamal, canción, caricia o cárcel; a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.

La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo, y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad. “¿Sabes, Eva?”, le dijo, “la pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia. A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás conflictos, hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida”.

Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal, que cayeron a tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase, y de todos ellos fue Caín el que con más desgarro lloró. Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe, y todos se calmaron, y se fueron, tomaron algo, comieron un bollo…

martes, 10 de marzo de 2009

Quién va ahí (un poema de Walt Whitman)

¿Quién va allí?
Grosero, hambriento, místico, desnudo... ¿quién es aquél?
¿No es extraño que yo saque mis fuerzas de la carne del buey?
Pero ¿qué es el hombre en realidad?¿Qué soy yo?¿Qué eres tú?
Cuanto yo señale como mío,
debes tú señalarlo como tuyo,
porque si no pierdes el tiempo escuchando mis palabras.
Cuando el tiempo pasa vacío y la tierra no es mas que cieno y podredumbre,
no me puedo parar a llorar.
Los gemidos y las plegarias adobadas con polvo para los inválidos;
y la conformidad para los parientes lejanos.
Yo no me someto.
Dentro y fuera de mi casa me pongo el sombrero como me da la gana.
¿Por qué he de rezar?¿Por qué he de inclinarme y suplicar?
Después de escudriñar en los estratos,
después de consultar a los sabios,
de analizar y precisar
y de calcular atentamente,
he visto que lo mejor de mi ser está agarrado de mis huesos.
Soy fuerte y sano.
Por mí fluyen sin cesar todas las cosas del universo.
Todo se ha escrito para mí
y yo tengo que descifrar el significado oculto de las escrituras.
Soy inmortal.
Sé que la órbita que escribo no puede medirse con el compás de un carpintero,
y que no desapareceré como el círculo de fuego
que traza un niño en la noche con un carbón encendido.
Soy sagrado.
Y no torturo mi espíritu ni para defenderme ni para que me comprendan.
Las leyes elementales no piden perdón.
(Y, después de todo, no soy más orgulloso
que los cimientos desde los que se levanta mi casa.)
Así como soy existo. ¡Miradme!
Esto es bastante.
Si nadie me ve, no me importa,
y si todos me ven, no me importa tampoco.
Un mundo me ve,
el más grande de todos los mundos: Yo.
Si llego a mi destino ahora mismo
lo aceptaré con alegría,
y si no llego hasta que transcurran diez millones de siglos
esperaré..., esperaré alegremente también.
Mi pie está empotrado y enraizado sobre granito
y me río de lo que tú llamas disolución
porque conozco la amplitud del tiempo.

jueves, 5 de marzo de 2009

Aplazamiento (por Fernando Pessoa)

Después de mañana, sí, sólo después de mañana...
Pasaré el día de mañana pensando en después de mañana,
y sí será posible; pero hoy no...
No, hoy nada; hoy no puedo.
La persistencia confusa de mi subjetividad objetiva,
el sueño de mi vida real, intercalado,
el cansancio anticipado e infinito,
un cansancio de mundos para tomar un tranvía...
Esta especie de alma... sólo después de mañana...
Hoy quiero prepararme, quiero prepararme
para pensar mañana en el día siguiente...,
el que es decisivo.
Tengo ya el plan trazado; pero no, hoy no trazo planes...
Mañana es el día de los planes.
Mañana me sentaré en el escritorio para conquistar el mundo;
pero sólo conquistaré el mundo pasado mañana...
Tengo ganas de llorar,
de repente tengo ganas de llorar mucho, desde dentro...
No, no quieran saber nada más, es un secreto, no lo digo.
Sólo después de mañana...
Cuando era niño, el circo del domingo me divertía para toda la semana.
Hoy sólo me divierte el circo del domingo
de toda la semana de mi infancia...
Después de mañana seré otro, mi vida ha de triunfar,
todas mis cualidades reales de inteligente, leído y práctico
serán convocadas por decreto...
Pero por un decreto de mañana.
Hoy quiero dormir, mañana redactaré...
Pero hoy, ¿cuál es el espectáculo que me repetiría la infancia?
Para comprar incluso los boletos de mañana,
pues para pasado mañana estará bien el espectáculo...
Antes, no...
Pasado mañana tendré la pose pública
que mañana estudiaré.
Pasado mañana seré finalmente el que hoy no puedo ser.
Sólo pasado mañana...
Tengo sueño como el frío de un perro vagabundo.
Tengo mucho sueño.
Mañana te diré las palabras, o pasado mañana...
Sí, tal vez sólo pasado mañana...
El porvenir...
Sí, el porvenir...

martes, 3 de marzo de 2009

El pánico (un poema de Chantal Maillard)

El cansancio. La sed. El pánico.
Dentro. Fuera no se mueve.
Dentro, pánico. Humedad que traspasa la casa-huesos.
Entonces voy donde hay muchos. Como si algo fuese
cierto. Como si algo cambiase y por
eso fuese cierto. Entre todos. Entre muchos.
Cierto porque se mueve.Como si hubiese meta. Si no se
alcanza no importa. Mejor no alcanzar.
Como si. Para que sea cierto -¿cierto?-.
La hora estimada. La hora de llegada estimada.
Como si algo ocurriese. Por el movimiento.
Por el nombre que cambia. El del lugar. El de los ojos, no.
Los ojos siguen fijos en el rostro. El rostro que no veo.
Siguen mirando fuera. Yo nunca veo la
mirada de mis ojos mirando fuera.
El movimiento atrapando la
atención. Reteniéndola. Guiándola.
Llaman historia a ese movimiento
que retiene la atención. Cuando no
hay movimiento fuera, la historia
ocurre dentro. Pueden haber muchas
historias a partir de un solo
movimiento. Entre todas forman una
situación. La situación es un nudo, a
veces una madeja, pero siempre es
un nudo. Algunos nudos retienen el
pánico. Se produce en el silencio,
antes del movimiento, y
también después.
El pánico es un furor detenido.
En un principio fue el pánico. Tuvo que serlo.
Luego, el furor fue las formas, ésas que el
movimiento produce en razón de sus
detenciones, de sus sacudidas.
Cuando el espacio entre las sacudidas se prolonga,
decimos que alguien ha muerto.
Entonces vuelve el pánico o, mejor dicho, se abre.
Se abre el pánico y el furor se detiene.
Suele ocurrir también que alguien,
en el movimiento aún sostenido,
caiga en la abertura del pánico. Es
por efecto del vértigo
que arrastra como un esfínter los bordes de la abertura.
Su tiempo, entonces, queda detenido. En el pánico.
Por eso hago como si algo ocurriese.
Ocurre al menos la historia como si algo ocurriese.
Un movimiento, una vez más. Tal vez sirva.
Para que haya historia y me la crea.
Lo justo para poder caer más adelante.

lunes, 2 de marzo de 2009

¿Qué va a pasar ahora? (un poema de Saiz de Marco)

como tantas veces
como a los 4 años cuando empecé a ir al colegio
¿qué va a pasar ahora?
como cuando en camilla me llevaban al quirófano
¿qué va a pasar ahora?
como al cruzar la puerta el primer día de trabajo
¿qué va a pasar ahora?
como tantas veces
veré escaparse mi vida y yo nervioso, inseguro
(con hormigas trepando por mi abdomen)
¿dónde seré llevado?, ¿voy a algo o voy a nada?
e igual que tantas veces
¿qué va a pasar ahora?