jueves, 27 de noviembre de 2008

LA MUERTE DE LA ABUELA (De “En busca del tiempo perdido”, por Marcel Proust)

Sabía que podría esperar horas y horas, que nunca más estaría junto a mí, y no hacía más que descubrirla porque, sintiéndola por primera vez viva, verdadera, dilatándome el corazón hasta romperlo, encontrándola en fin, acababa de saber que la había perdido para siempre. Perdido para siempre; no podía comprender, y me esforzaba por sentir el dolor de esta contradicción: por una parte una existencia, una ternura que sobrevivían en mí tales como las había vivido, es decir, hechas para mí, un amor en el que todo encontraba de tal modo en mí su complemento, su meta, su constante dirección que el genio de los grandes hombres, todos los genios que habían podido existir desde los albores del mundo, no hubieran valido para mi abuela lo que uno solo de mis defectos; y por otra parte, tan pronto como reviví como presente aquella felicidad, sentirla transida de certidumbre, lanzándose como un dolor físico de repetición, de un no ser que había borrado mi imagen de aquella ternura, que había destruido aquella existencia, abolido retrospectivamente nuestra mutua predestinación, que había hecho de mi abuela, cuando volví a encontrarla como en un espejo, una simple extraña que por azar pasó unos años junto a mí, como hubiera podido pasarlos junto a cualquier otro, mas para quien, antes y después, yo no era nada, no sería nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantástico Proust. Leí hace por lo menos quince años los 7 volúmenes de La Recherche y de verdad que estoy deseandito tener tiempo otra ve de releérmelos. Para mí fue la experiencia literaria de mi vida, mejor que Crimen & Castigo, los Hermanos Karamazov y el Quijote, por mucho que se diga.

indecible dijo...

Lo que yo opino es que se tiene que escribir maravillosamente para novelar siete tomos sobre la vida de uno mismo -vida que no fue ni especialmente activa ni especialmente interesante (más bien al contrario: aburrida y un tanto sedentaria)- y, aun así, atraer y seguir atrayendo a millones de lectores que leen y releen los siete libros de "En busca del tiempo perdido".

De verdad: hay que ser un creador muy, muy especial.

Creo, en fin, que Proust escribió siete libros mirándose el ombligo, pero lo que pasa es que ese ombligo de Proust era, a través de su mirada, su lenguaje y -especialmente- su sensibilidad, el ombligo común de todos. (Por supuesto el ombligo de sus lectores, que por eso devoran la novela.)