viernes, 26 de junio de 2009

Otro desasosiego del "Fausto", de Fernando Pessoa

De vez en cuando me surge en los labios una canción de amor y yo, instintivo, lloro en ella a una amada muerta. Sí: la novia amada muerta de un yo que no ha sabido amar.

4 comentarios:

paulus dijo...

Desgarrador pero al mismo tiempo hermoso. Este Pessoa es decididamente un genio.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Un genio, Paulus. El otro día leí una carta que le dirigió a Pessoa su enamorada Ofelia Queiroz (la única novia que tuvo). Se puede leer en la Red. Te la transcribo empezando por su enternecedor encabezamiento ("Mi adorado Fernandiño"). Ya ves que la peripecia vital de Pessoa no explica tanto estremecimiento y desasosiego como rezuma su obra. Lo cierto es que Pessoa sí conoció el amor, pero en cierto modo lo rechazó. Bueno, la carta es ésta:

«Mi adorado Fernandinho:


Es medianoche, me estoy adormilando, pero estoy pensando siempre en mi amor. ¿También él estará pensando en su bebé? Me temo que no. Estoy triste y confusa. Acabo de hablar con el joven que quiere cortejarme y siento siempre las mismas cosas que tanto me hacen pensar en mi Fernandinho, al amor que tengo por él, y si es suficientemnte sincero el amor que él dice sentir por mí, si merece el sacrifico que estoy haciendo. Estoy rechazando a un muchacho que me adora [...] Dime, pues, francamente, si soy algo para ti, mi Fernandinho.

¿Me has dicho alguna vez qué es lo que piensas realmente, qué quieres hacer conmigo? No, no sé nada. Sólo sé que te amo y nada más. Pero eso no basta. Estoy completamente entregada a mi Fernandinho. ¿Qué recompensa tendré? Te seré clara. Temo que tus efluvios de amor terminen pronto [...] Temo que me digas, amor mío, que tengo razón al pensar así. ¿Tendré de ti la recompensa que merezco? Temo que no la tendré, dado que nunca me has hablado de ello.

Te juro, Fernandinho mío, que prefiero alejarme de ti para siempre, por mucho que me cueste hacerlo, antes de pensar que nunca seré tuya y que tendré que continuar como ahora.

Fernandinho, si nunca pensaste en formar una familia y si tampoco ahora lo piensas, te pido en nombre de todo y en nombre de la alegría de tu hermana, que me lo digas por escrito, que me comuniques tus intenciones sobre mí (¡y no olvides las numerosísimas veces que me has dicho, no que me amas, sino que me adoras!). Porque si tus intenciones no fuesen lo que yo tanto deseo, prefiero romper para siempre nuestra (mejor dicho) mi amistad...»

(28 de febrero de 1920).

extraído de

http://www.elmundo.es/1998/03/08/cultura/08N0091.html

aitor dijo...

Ya puestos, adjunto el texto completo de la página mencionada:

"El escritor italiano Antonio Tabucchi, gran especialista en la obra de Pessoa, se hace eco de la reciente publicación de un libro que recoge la correspondencia entre el poeta portugués y Ofelia Queiroz, uno de sus amores más intensos e intermitentes. Pero en esta ocasión no es Pessoa el autor del epistolario -como sí sucedió en la recopilación de Cartas a la prometida-, sino el destinatario. El artículo de Antonio Tabucchi se complementa con el documento de una de las cartas de Ofelia Queiroz, fallecida recientemente.
Fernando Pessoa conoce a Ofelia (también Ophelia) a finales de 1919, en las oficinas de la compañía de import-export Valladas & Freitas, para la cual él traducía el correo comercial y donde ella trabajaba como secretaria. Pessoa tenía casi 32 años y Ofelia, 19. Para una muchacha burguesa como ella, en la Lisboa de aquella época, trabajar significaba sentirse libre y «emancipada», en cierto sentido. El suyo fue un amor intenso, breve e intermitente (incluso a gran distancia). Ardió durante todo el año 20, se apagó durante 9 años, volvió a encenderse en el 29, para apagarse definitivamente en el 32.

En un bellísimo retrato de Pessoa, que Ofelia escribe cuando es ya una señora muy mayor, cuenta el momento en el que se le declaró por vez primera. Una tarde, en que se había ido la luz eléctrica y en la oficina se habían quedado los dos solos, Pessoa cogió un candelabro, se arrodilló ante ella y le recitó la declaración de amor que, en la tragedia shakespereana, Hamlet hace a la bella Ofelia. De esta forma comenzó su historia de amor.

Al presentar las cartas de amor de Pessoa a Ofelia (Cartas a la prometida, Ed. Adelphi), escribí que quizá esta historia de amor no le hubiera gustado a Stendhal, sino más bien al Flaubert de Bouvard et Pécuchet y, eventualmente, al Kafka de los epistolarios. Al igual que Kafka escribía a Felice Bauer y le pedía lo imposible («Tienes tanto poder sobre mí, hasta el punto de transformarme en un hombre que tenga sentido común»), también Pessoa solicita a la enamorada y desorientada Ofelia que le ayude a convertirse en un hombre con sentido común, precisamente a él que no sabía «encontrar un puesto en la vida, un destino entre los hombres, una fuerza, una voluntad, un huerto», pero que, sin embargo, sabía que «la literatura, como cualquier arte, es la demostración de que la vida no basta».

aitor dijo...

Es comprensible, pues, que Ofelia no entendiese, en aquel entonces, la peligrosa atracción que su grácil y preciosa figura femenina ejercía sobre el poeta de los heterónomos. De esta incomprensión y, al mismo tiempo, de la ternura casi infantil que Ofelia derramó sobre el escurridizo Fernando para convencerle de la importancia «tener un huerto» en forma de una tranquila vida burguesa sellada por el matrimonio, da cuenta el interesante volumen de cartas (Mio Caro Meninho. De Ofelia para Fernando Pessoa) que la editorial Archinto publica, con la cuidada presentación de Roberto Francavilla y Cecilia Pero.

Ofelia era una mujer refinada y culta, cuyo sobrino Carlos Queiroz, un poeta menor pero nada despreciable, se convirtió después, por esas vueltas que da la vida, en uno de los compañeros del viejo Pessoa. Ofelia volvió a entrar en contacto con Fernando más tarde, cuando «ya todo había pasado» y cuando su madurez la había preparado para comprender mejor la complejidad del poeta de las múltiples personalidades. Y el mejor retrato del hombre Fernando, tal y como lo recordaba, lo escribió precisamente ella, cuando ya tenía 80 años.

Es decir, que la frágil y desorientada muchacha que reflejan estas cartas se convirtió, al madurar, en una señora prudente y perspicaz. Es cierto que jugaron a su favor una serie de elementos importantes. Por ejemplo, en aquella época no existía la cultura «del darse a ver» y ella no fue nunca (ni quiso ser) una persona de moda, una de esas personas que, después de haber estado en la cresta de la ola, nos afligen con la memoria novelada de su vida hecha «literatura». Recordando un bello número especial de la revista Sigma de hace algunos años, Claudio Magris, Massimo Romano, Marziano Guglielminetti y Michel David, titulado Vender la vida: la biografía literaria, podríamos decir que Ofelia Queiroz nunca vendió su vida (y mucho menos, la de Pessoa) para hacer literatura. Nunca se prostituyó con la desfachatez, tan de moda hoy en día, de cierto espectáculo literario, que va desde el llamado «pacto autobiográfico» hasta el pacto «novelesco», según la sutil distinción de Philippe Le Jeune.

Ofelia no sólo no adopta jamás el estatuto de «viudedad» de las que se erigen en vestales de los escritores difuntos (o no tan difuntos) y, sobre todo, nunca transformó en novela su romance de amor con Fernando, del que simplemente se limita a transmitirnos estas cartas. Ofelia Queiroz murió recientemente y el buen gusto y el respeto (a pesar de la deplorable laguna que muestra el epistolario, expurgado de algunas cartas consideradas poco convenientes por parte de los herederos de Pessoa, víctimas de un malentendido sentido del respeto) están inscritos sobre su lápida. Por eso, la recordamos con el afectuoso respeto que se merece.