sábado, 8 de noviembre de 2008

sobrecogedor Fernando Pessoa

No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.
¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.
¡No me traigan estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Sáquenme de aquí la metafísica!
No me pregonen sistemas completos, no me alineen
conquistas
de las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las
ciencias!)
de las ciencias, de las artes, de la civilización
moderna.
¿Qué mal hice a los dioses todos?
¡Si tienen la verdad, guárdenla!
Soy técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la
técnica.
Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.
Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?
¡No me importunen, por amor de Dios!
¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de
cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona, les haría a todos su voluntad,
¡así, como soy, tengan paciencia!
Vayan al diablo sin mí,
¿para qué tenemos que ir juntos?
¡No me tomen del brazo!
No me gusta que me tomen del brazo. Quiero ser solo.
¡Ya dije que soy solo!
¡Ah, qué inoportunidad querer que yo tenga compañía!
¡Oh, cielo azul –el mismo de mi infancia-,
eterna verdad vacía y perfecta!
¡Oh sedoso Tajo ancestral y mudo,
pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh, dolor revisitado, Lisboa de otrora de hoy!
Nada me dais, nada me sacáis, nada sois que yo me
sienta.
¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo…
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar
solo!

Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?
¡Ah, aprovecha! Que yo, que tanto amo la muerte y la vida,
si osase matarme, también me mataría...
¡Ah, si osas hacerlo, osa!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
a las que llamamos mundo?
¿La cinematografía de las horas representadas por actores de convenciones
y poses determinadas, el circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior que desconoces?
Tal vez, matándote, lo conozcas finalmente...
Y de cualquier forma, si te cansa el ser, ¡Ah, cánsate noblemente,
y no cantes, como yo, la vida, por ebriedad, no saludes como yo la muerte en literatura!
¿Haces falta? Oh, sombra fútil llamada gente!
Nadie hace falta; no haces falta a nadie...
sin ti, correrá todo sin ti.
Tal vez sea peor para todos tu existir que el que te mates...
Tal vez peses más durando, que dejando de durar...
¿El dolor de los otros?...
¿Tienes remordimiento adelantado de que te lloren?
Descansa: poco te llorarán.
El impulso vital apaga las lágrimas poco a poco,
cuando no son por cosas nuestras,
cuando son por lo que les sucede a los otros, sobre todo la muerte,
porque es la cosa después de la cual nada sucede a los otros...
Primero es la angustia, la sorpresa de la venida del misterio y de la falta de tu vida hablada.
Después es el horror del féretro visible y material,
y los hombres de negro que ejercen la profesión de estar allí.
Después la familia para velar,
inconsolable y contando anécdotas lamentando la pena de que hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquella lamentación,
tú verdaderamente muerto, mucho más de lo que calculas...
Mucho más muerto aquí de lo que calculas aunque estés mucho más vivo más allá...
Después la trágica retirada para la sepultura o la fosa,
y después el principio de la muerte de tu memoria.
Hay primero en todos un alivio de la tragedia un poco inoportuna de que hayas muerto...
Después la conversación se aligera cotidianamente, y la vida de todos los días retorna su día...
Después, lentamente olvidaste.
Sólo eres recordado en dos fechas anualmente:
cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste.
Nada más, nada más,
absolutamente nada más.
Dos veces en el año piensan en ti.
Dos veces en el año suspiran por ti los que te amaron,
y una u otra vez suspiran si acaso se habla de ti.
Encárate en frío, y encara en frío lo que somos...
Si quieres matarte, mátate.
¡No tengas escrúpulos morales, recelos de inteligencia!
¿Qué escrúpulos o recelos tiene la mecánica de la vida?
¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera las savias,
y la circulación de la sangre, y el amor?
¿Qué memoria de los otros tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre.
¿No ves que no tienes absolutamente ninguna importancia?
Eres importante para ti, porque es a ti que te sientes.
Eres todo para ti, porque para ti eres el universo,
y el propio universo y los otros satélites de tu subjetividad objetiva.
Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
Y si eres así, oh mito, ¿no serán los otros así?
¿Tienes, como Hamlet, el pavor a lo desconocido?,
pero, ¿qué es lo conocido? ¿qué es lo que tú conoces, para que llames desconocido
a cualquier cosa en especial?
¿Tienes, como Falstaff, el amor aceitoso de la vida?
Si así la amas materialmente, ámala todavía más materialmente,
¡tórnate parte carnal de la tierra y de las cosas!
Dispérsate, sistema fisicoquímico de células nocturnamente conscientes por la nocturna
conciencia de la inconsciencia de los cuerpos,
por la gran manta no-cubre-nada de las apariencias,
por el césped y la hierba de la proliferación de los seres,
por la neblina atómica de las cosas, por las paredes remolineantes del vacío dinámico del mundo.

En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
en la noche de insomnio, sustancia natural de todas
mis noches,
recuerdo, velando en modorra incómoda,
recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en
la vida.
Recuerdo, y una angustia
se dispersa por mí todo como un frío del cuerpo o
un miedo.
Lo irreparable de mi pasado, ¡ése es el cadáver!
Todos los muertos puede ser que sean vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados puede ser que
existan en algún lugar,
en la ilusión del espacio y del tiempo,
en la falsedad de transcurrir.
Pero lo que yo no fui, lo que yo no hice, lo que ni
siquiera soñé;
lo que sólo ahora veo que debería haber sido,
eso está muerto más allá de todos los Dioses,
eso –y fue finalmente lo mejor de mí- ni los Dioses
hacen vivir…
Si en cierta altura
hubiese girado para la izquierda en vez de para la
derecha;
Si en cierto momento
hubiese dicho sí en vez de no, o no en vez de sí;
si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que sólo ahora, en la
somnolencia elaboro,
si todo eso hubiese sido así,
sería otro hoy, y tal vez el universo el universo entero
sería insensiblemente llevado a ser otro también.
Pero no giré para el lado irreparablemente perdido,
no giré ni pensé en girar, y sólo ahora lo percibo;
pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;
pero las frases que faltaron decir en ese momento
me surgen todas,
claras, inevitables, naturales.
La conversación cerrada concluyentemente,
la materia toda resuelta…
Pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será para atrás,
me duele.
Lo que frustré de veras no tiene ninguna esperanza
en ningún sistema metafísico.
Puede ser que para otro mundo yo pueda llevar lo
que soñé,
pero ¿podré llevar para otro mundo lo que me olvidé
de soñar?
Ésos sí, los sueños por haber, que son el cadáver.
Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo
el tiempo, para todos los universos.

Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría
es tan dolorosa como mi dolor.
Quién me diera ser un niño poniendo barcos de papel
en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de
redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra
verde en los reflejos sombríos de la poca agua.
Entre la vida y yo hay un vidrio tenue. Por más nítidamente
que yo vea y comprenda la vida, no la puedo tocar.
¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es
un esfuerzo? Y quien está triste no puede esforzarse.
Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la
vida de los que yo tanto querría abdicar. Abdicar es
un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme.
¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel
coche, el conductor de aquel tren! ¡Cualquier banal Otro
supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me
penetra para que yo la quiera y se me finge ajena!
Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa.
La noción de la vida como un Todo no me aplastaría
los hombros del pensamiento.
Mis sueños son un refugio estúpido, como un
paraguas contra un rayo.
Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de
actos.
Por más que por mí me interne, todos los atajos de
mi sueño van a dar a claridades de angustia.
Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los
que el sueño me huye. Entonces las cosas me parecen
nítidas. Se desvanece la neblina en la que me cerco.
Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma.
Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas.
Todos los pesos visibles de objetos me pesan por
dentro del alma.
La (mi) vida es como si me golpeasen con ella.